San Petersburgo confía en emprender su regeneración con la presidencia de Putin
Vladímir Putin está a punto de convertirse en presidente de Rusia justo cuando su ciudad natal, San Petersburgo, prepara los fastos del tercer centenario de su fundación por Pedro el Grande en el delta del río Nevá. La cuna de la revolución bolchevique, estigmatizada ahora como la capital criminal de Rusia, confía en Putin y en los peterburgueses que recluta para su equipo para emprender una regeneración de la ciudad.
Si las encuestas sitúan a Putin como claro favorito para ganar el Kremlin el día 26, el resultado podría ser de escándalo en San Petersburgo, pese a la fuerza que allí tienen los liberales de Yábloko, que presentan su propio candidato (Grigori Yávlinski) y a una tradición que no casa con las formas autoritarias que a veces muestra el presidente interino. Putin no olvida a su patria chica en una campaña en la que asegura que no toma parte (incluso despreciando la mercadotecnia electoral), sino que se limita a "cumplir con las tareas de Gobierno". En enero, aprovechó su nombramiento como miembro honorario del claustro de profesores de la Facultad de Derecho de la universidad estatal (en la que él estudió) para presentarse como un defensor de la ley. Y, la semana pasada, llevó al primer ministro británico, Tony Blair (otra víctima de su ofensiva de encanto), al estreno en el mítico teatro Mariinski de la ópera de Prokófiev Guerra y paz, e intentó convencerle de que desea la segunda parte del título pese a dedicarse con entusiasmo a desarrollar la primera en Chechenia.
El presidente interino tiene tan fieles partidarios en San Petersburgo que incluso protagonizaron una protesta colectiva contra el equivalente ruso de Las noticias del guiñol, que se emite en la cadena de televisión NTV. En opinión de los firmantes, entre los que no faltaban juristas, la forma burlona en la que se presenta a Putin es "un abuso de la libertad de prensa" y tal vez un delito, ya que "el jefe del Estado, como símbolo del Estado, está protegido por la ley".
Muy ilustrativo fue otro viaje de Putin a San Petersburgo, el 25 de febrero, para asistir al funeral del exalcalde Anatoli Sobchak, que fue su jefe y mentor durante los seis años (1990-1996) en los que el hoy primer ministro preparó su paso a la gran política. Sentado junto a la viuda, reprimiendo a duras penas el llanto, en el marco de un espectáculo de catarsis colectiva, la presencia de Putin contrastó con la ausencia del sucesor de Sobchak, el gobernador Vladímir Yákovlev, a quien la viuda había advertido: "Serán bien recibidos los amigos e incluso los enemigos, pero no los traidores".
Días antes de la muerte de Sobchak, éste y Yákovlev habían protagonizado un curioso enfrentamiento en sendas entrevistas a EL PAÍS en las que se acusaban de haber llevado la ciudad a la ruina y disputaban sobre si San Petersburgo era o no la capital criminal de Rusia. Por aquel entonces, Putin callaba, y su silencio se interpretaba por algunos como una aceptación de un pacto de apoyo mutuo con Yákovlev, que se jugará el puesto el 14 de mayo en unos comicios que prometen ser muy disputados.
Yákovlev, desligándose de su compromiso anterior con Yuri Luzhkov y Yevgueni Primakov (las otras dos patas de la troika de Patria-Toda Rusia), mostró su apoyo público a la candidatura de Putin. Pero cuando éste dejó ver sus cartas, no fue para apoyar a Yákovlev, sino a la viceprimera ministra Valentina Matvienko. Aparentemente, Putin no quiere que se le escape el control de su ciudad natal. Corren ya rumores de que Yákovlev podría incluso renunciar a la reelección.
En la campaña se hablará de convertir a San Petersburgo en la puerta de Rusia a Occidente (ayudada por su salida al mar), de robar a Moscú algunas sedes estatales (empezando por los órganos de la unión Rusia-Bielorrusia) y de cómo perder la etiqueta de capital criminal. La ciudad ha sido escenario en los últimos años de algunos de los más espectaculares asesinatos por encargo cometidos en un país que registra más de 30.000 muertes violentas al año, buena parte de ellas de carácter mafioso.
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