Oteiza, el asombro
JOSÉ LUIS MERINO
Con una dilatada representación de esculturas de Oteiza, cedidas por la Fundación Jorge Oteiza de Alzuza, se ha montado una exposición en la Caja de Ahorros de Navarra (Pamplona, calle García Castañón). Se hagan como se hagan estos encuentros con las esculturas de Oteiza, la experiencia de ponerse frente a su obra sigue siendo un venturado asombro. Nadie diría que fueran obras fechadas en su mayoría cuarenta y tantos años atrás. No importa siquiera que estén demasiado arracimadas, por las reducidas dimensiones de la sala. Cada pieza tiene una vida propia e irradia un interés supremo.
Pueden verse las construcciones de unidades Malevich, la desocupación de la esfera, las maclas, el par móvil, las cajas metafísicas, formulado todo ello en hermosísimas y diferentes soluciones. Los materiales utilizados son varios, como la madera, los hierros, el hierro cobreado, el alabastro, las piedras negras, grises, blancas, y el aluminio.
Estas obras que ahora producen una gran admiración, estuvieron repletas de tanteos y dudas. El artista proyectaba alcanzar las adecuadas soluciones finales, manipulando aquí y allá. Buscaba que nada les faltara ni nada les sobrase. Una vez conseguido lo propuesto, aparecen completadas, seguras de sí, plenas, lo mismo en este marzo de 2000 como en los días lejanos de su creación. La mirada del espectador las recibe envueltas dentro de una actitud que podía conjeturar como serena y humilde. Sin embargo, también encuentra en ellas esa espléndida soberbia que poseen las obras clásicas o, lo que es igual, aquellas obras cuyo destino último está llamado a permanecer a lo largo del tiempo que nos mira.
Oteiza es el escultor de lo Absoluto y biólogo del Espacio. Pocos artistas en la historia han sabido sustantivizar, como él lo ha hecho, con escritos teóricos la práctica de sus trabajos. Ya sólo en su Propósito Experimental 1956-1957 se encuentra un cúmulo de ideas de enorme valor. Este escrito viene a ser el núcleo central de su pensamiento, como la unidad Malevich lo fue para alcanzar los logros de su Estética Objetiva. De todos modos, en su búsqueda de lo Absoluto a través del arte, Jorge Oteiza expresa en 1951 una idea que más adelante cobrará un mayor calado en su experimentación definitiva. Decía Oteiza entonces: "La forma de la estatua es la forma del pensamiento del escultor". Y ya luego, cuando su pensamiento acrece, toma el concepto de vacío como condición espiritual del objeto, como refugio y salvación del hombre...
En el final de aquel Propósito Experimental 1956-1957, exclama casi tronante: "Mi escultura abstracta es arte religioso. No busco en este concepto de la Estatua, lo que tenemos, sino lo que nos falta. Derivo así, de lo religioso a la Estela funeraria. No es minuto de silencio. Es la imagen religiosa de la ausencia civil del hombre actual. Lo que estéticamente nace como desocupación del espacio, como libertad, trasciende como un sitio fuera de la muerte. Tomo el nombre de lo que acaba de morir. Regreso de la Muerte. Lo que hemos querido enterrar, aquí crece".
Desde fuera de Oteiza no es posible entenderle mejor que a través del poeta Mallarmé, muy caro al escultor, cuando dibuja preciso sus propias búsquedas poéticas: "Una poética muy nueva, que yo podría definir en estas dos palabras: pintar no la cosa, sino el efecto que ésta produce".
En todo el tiempo que el escultor de Orio se sintió artista, lo que ocurre desde muy temprana edad, siempre tuvo cabida en su interior la emocionada pasión de la poesía. El permanente aliento poético está profundamente asido a su corazón, hasta el punto de cimentar en sus esculturas una lógica poética que traspasa de principio a fin cada creación mostrada. Nada cuesta imaginarnos la obra de Oteiza a la manera del río soleado, como su nonagenaria barba blanca, que rompe el dique y corre...
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