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Cosas insólitas que parecen normales JOAQUÍN ESTEFANÍA

Joaquín Estefanía

Ahora que se inicia una nueva etapa política convendría reflexionar sobre algunas cosas que se han instalado entre nosotros con vocación de normalidad, y que de ningún modo lo son. El adormecimiento de la acción democrática hace que los ciudadanos sólo repliquen cuando las consecuencias de algún acto se refieren a ellos, y no a la generalidad de los abusos. Veamos algunos ejemplos:1. El Gobierno de Aznar ha adjudicado por concurso las licencias de acceso local vía radio, licencias de radio digital y la renovación de las licencias de las televisiones privadas en el último Consejo de Ministros, dos días antes de las elecciones generales (ante el ruido organizado, no se atrevió a hacer lo mismo con la telefonía movil). Muchas grandes empresas y la mayor parte de los grupos de comunicación tienen intereses en esos concursos -por valor de cientos de miles de pesetas-, con lo que el Ejecutivo los ha tenido en posición de veremos durante toda la campaña. En teoría ello no tendría que significar censura o complacencia hacia la labor de quienes han de otorgar las licencias, pero en la práctica es irracional pensar que se puede trabajar sin ningún tipo de influencia. La autocensura directa o subliminal se filtra por cualquier recoveco, en las personas y en las organizaciones sociales.

2. Se ha aceptado con resignación que no haya habido debate televisivo entre los dos principales candidatos a la presidencia de Gobierno. Es inconcebible que no haya habido un fortísimo nivel de exigencia en la opinión pública para que esta confrontación dialéctica se produjese a la vista del mayor número de personas, y no sólo en los mítines, que, cada vez más, semejan reuniones decimonónicas en la sociedad de la información. Quien no lo ha querido ha sido Aznar y su partido, a quien todos los sondeos dan por vencedor en los comicios de hoy. Es más: se ha producido un retroceso en esta campaña respecto a las anteriores en cuanto a la medición pública de los contendientes; apenas ha habido debates sectoriales (ideológicos) sobre política económica, educación, sanidad, estado del bienestar, justicia, etcétera). Lo único que se han multiplicado son los monólogos sobre las intenciones de cada uno de los partidos como promesas electorales, sin que se hayan aclarado los cómo, cuándo, por qué de las medidas.

3. Indirectamente, se ha colado un factor muy significativo: la necesidad de abrir la competencia. No es lo mismo privatizar que liberalizar. Cuando se liberaliza, aumenta la competencia; cuando se privativa, no necesariamente ocurre lo mismo: monopolios u oligopolios públicos devienen a veces en privados y restringen el acceso al mercado de otros operadores. Salvo que haya reguladores fuertes. El último ejemplo de concepción restrictiva del mercado es la subida del precio de las gasolinas y los gasóleos. Si varía el tipo de cambio del dólar y sube el coste del petróleo, es irremediable aumentar el precio de sus derivados. Pero que las principales empresas lo incrementen en la misma proporción y al mismo tiempo es una actuación de cártel, no de libre competencia.

4. Las estadísticas son de todos y se publican cuando están disponibles. Utilizarlas partidistamente (retrasando o adelantando su salida, o retorciendo su interpretación con criterios aparentemente técnicos) es signo de subdesarrollo democrático. Por ejemplo, es legítimo que el Gobierno presione (convenza) a las operadoras del petróleo para que suban el precio de las gasolinas poco a poco, para suavizr su impacto en el IPC. Pero aplazar la publicación de desfavorables datos de la coyuntura para después de las elecciones, filtrar las cifras del paro registrado en relación con su bondad para con los intereses de los que gobiernan, es apropiación indebida.

Urge volver a la normalidad democrática y situar las reglas del juego. Del mismo modo que cuando hay un atentado terrorista lo primero a exigir es que detengan a sus autores. Pero a veces pasamos directamente a la segunda derivada por mor de la propaganda.

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