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Patrias JOAN B. CULLA I CLARÀ

Está de moda en España, y también en Cataluña, un discurso intelectualmente prestigioso y nimbado de una aureola de progresismo que consiste no sólo en abominar de los nacionalismos en tanto que movimientos políticamente organizados, sino en renegar también de los patriotismos y de las patrias como meros sentimientos o ámbitos de pertenencia colectiva. Se trata de ese discurso que suele recurrir a sentencias del tipo: "el patriotismo es el último refugio de los canallas"; de esa actitud que el admirado Forges reflejaba el 22 de febrero, al proclamar en su viñeta de este diario: "A la humanidad le han hecho más daño las patrias que las epidemias".Pues bien, el pasado domingo, y mientras la campaña electoral enfilaba ya la recta de llegada, el PSOE celebró su principal acto político en un pabellón multiusos de Cáceres. Fue, sí, la ocasión para que Joaquín Almunia lanzase su idea de un canon fiscal extraordinario a las empresas de "los amigos de Aznar", pero no sólo eso. El mitin, que al parecer también era multiusos, permitió al anfitrión, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, enmendar la rectificación que su presidenciable había hecho pocos días antes en Barcelona e insistir en la tesis de que la situación lingüística actual en Cataluña, Galicia y el País Vasco es como la del franquismo sólo que al revés, llena de dificultades y trabas para los castellanohablantes. Más aún: Rodríguez Ibarra puso a los electores españoles de derechas ante el dilema de votar al partido socialista, que ha pactado con otra fuerza de ámbito estatal -Izquierda Unida- o hacerlo por un Partido Popular que, a la luz de las encuestas y de los precedentes, dependería para gobernar del apoyo de formaciones nacionalistas periféricas. "Que escojan", proclamó retóricamente el tribuno extremeño, "si les interesa más la Patria o su bolsillo". Los huesos de don José Calvo Sotelo debieron de estremecerse en la tumba al escuchar tan bella paráfrasis de su imperecedero eslogan: Antes roja que rota.

El mismo día, yo no sé si en el mismo momento -aunque, tratándose del archipiélago canario, debió de ser una hora antes-, el PP oficiaba su misa mayor electoral en Las Palmas de Gran Canaria con la consiguiente homilía de José María Aznar, que la consagró a pedir de los electores "una mayoría buena", más holgada que la actual. ¿Con qué objeto, para alcanzar qué metas legislativas en cuya procura le hayan faltado apoyos durante el cuatrienio anterior? Pues para reformar en sentido involutivo la flamante Ley de Extranjería y -atención- para resucitar e imponer en las cámaras el ya olvidado decreto sobre la enseñanza de las humanidades, aquel que naufragó allá por diciembre de 1997 en medio de las ministeriales lágrimas de doña Esperanza Aguirre.

¿Y por qué es tan importante el dichoso decreto? En su discurso dominical, el presidente Aznar trató de disimularlo bajo esa retórica de chascarrillo y tautología que le caracteriza: "El sistema educativo", dijo, "tiene que transmitir creencias, valores, el sentido que tienen las cosas, de dónde se viene, qué hacer y a dónde se va". Pero tales palabras, que servirían también para vender un manual de autoayuda o para promocionar unos fascículos de filosofía, no deben inducirnos a equívoco; basta desempolvar el abultado dosier de prensa que el asunto de las humanidades produjo en los últimos meses de 1997 para adquirir de nuevo conciencia de la carga ideológica, de la voluntad loapizadora y del propósito renacionalizador que el Gobierno del PP había depositado en aquella reforma frustrada. Rescatarla a una semana de la cita con las urnas supone desplegar de nuevo el estandarte de la cruzada patriótica, prometer el cultivo ferviente de las raíces de la españolidad.

Me apresuro a añadir que ni la postura de Aznar, ni la de Rodríguez Ibarra, ni las de tantos correligionarios de uno y de otro, no me producen escándalo alguno, ni menos aún sorpresa; por el contrario, las hallo perfectamente lícitas, coherentes y previsibles, aunque también muy relevantes y significativas. Justamente por eso, lo único que me choca es el escasísimo eco que aquellos asertos del último fin de semana han encontrado en algunos medios de comunicación, y el silencio de tantos articulistas, analistas y pensadores con acreditada sensibilidad por estos temas. ¿Qué les pasa a los cazadores de patriotismos, acaso han extraviado la cerbatana? ¿No les merece comentario alguno que el presidente extremeño invoque a la Patria amenazada para decantar el voto entre PP y PSOE? ¿Nada que decir al hecho de que Aznar coloque en el mismo rango de prioridades el candente tema de la inmigración y el simbólico litigio de la enseñanza de la historia en escuelas e institutos?

Empiezo a sospechar que con esto de las patrias y de su valoración -positiva o negativa- sucede a muchos lo mismo que con los atributos viriles en la cultura más ranciamente machista: es un problema de tamaños.

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