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¡Ay, Maricruz! VICENTE MOLINA FOIX

Vicente Molina Foix

Relatar con palabras un chiste gráfico tiene el fracaso asegurado, pero ahí va. Un condenado a muerte es arrastrado por los guardias, en compañía del alcaide de la prisión y el sacerdote dispuesto a dar los últimos consuelos al reo. No hay conmutación de la pena. Eso en el lado derecho de la viñeta. En el izquierdo, el patíbulo, el verdugo a la espera. Y el aparato del ajusticiamiento; no la silla eléctrica, no el garrote vil o la jeringuilla letal: una agrupación de cante y baile flamenco en el apogeo de los faralaes.El chiste dibujado salió hace años en un periódico y es una de las muchas obras maestras con las que su autor -¿no lo han adivinado?-, Forges, suele ridiculizar el rancio casticismo español. La sátira forgiana era cruel y recuerdo que a una amiga mía le dolió aquel dibujo cómico; es estudiosa del cante jondo. Pero su dolor no obtuvo compasión en la velada donde yo había puesto sobre la mesa el recorte de Forges; todos los reunidos, profesionales liberales e ilustrados en torno a la cuarentena, detestaban el zapateao, la soleá, las palmas de jaleo.

Es injusta más que cruel, y posiblemente constituya una aberración cultural, pero para una inmensa minoría de este país, entre la que me cuento, el flamenco y la copla se asocian a la españolada, y ésta, al país que nos gustaría enterrar bajo llaves en el mausoleo de Franco.

Y de repente llegan unos artistas que admiro a darnos la murga. ¿Joaquín Sabina cantando con su poderosa voz quebrada La bien pagá? ¿Qué se le ha perdido a Aute en La falsa monea? ¿Cómo se come que el dandi urbano Antonio Vega nos de Pena, penita, pena? ¿Un chiste musical?

No sé si el disco en cuestión, Tatuaje, donde un selecto grupo de cantautores y estrellas del pop y el rock español interpretan a su manera famosas coplas, forma parte de una seria reconsideración artística o es un intento aislado y extravagante; algo similar a lo que supondría oír a los monjes de Silos cantando versiones gregorianas de heavy metal.

Me cuesta entenderlo, pero algo está pasando en Dinamarca. Martirio.

Esta singular artista andaluza lleva años sacando chispas de un yacimiento popular que me dejaba totalmente frío. Sus peinetas galácticas, sus trajes de muñeca pérfida, sus actuaciones en cine y teatro. Ahí hay más de lo que parece. Llegó entonces su libro-disco Coplas de madrugá, y no voy a decir que me caí del caballo, pues la frase podría ser mal interpretada por la justicia. No. Simplemente me sorprendí a mí mismo disfrutando con los estupendos rescates que Martirio hacía de canciones que uno tiende a encontrar involuntariamente cómicas, viéndola además acompañada de buenos poetas y pintores afines a su mundo españolísimo pero no españolado, si me explico.

Volvamos al disco Tatuaje. Ya se imaginarán por lo dicho hasta ahora que no soy un connaisseur de Quintero, León y Quiroga, no me sé de memoria la letra de María de la O, más allá del sintagma "mardito parné". Concha Piquer, Gracia de Triana, Antonio Molina, si me aspan Juanito Valderrama; conozco esos nombres, y, abstrayéndome del tormento infligido por todas las radios de mi niñez, puedo afirmar la calidad de sus voces. Pero son, en el CD que he estado oyendo estos días, Enrique Bunbury, Ana Belén (atreviéndose magníficamente con la mismísima Tatuaje), Javier Álvarez (inolvidable su versión agitada de ¡Ay, Maricruz!), junto a los demás nombres que cité antes y otros que completan el disco, quienes consiguen que al menos este escéptico aquí firmante olvide sus recelos históricos, sus pesadillas infantiles, su aversión a los caracolillos en el pelo, y, al contrario que el condenado de Forges, se lance a escuchar La Parrala sin temor a morirse de asco.

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