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Conversación VICENTE VERDÚ

Carmen Martín Gaite suele decir que lo que las mujeres piden hoy a los hombres es, ante todo, conversación. Efectivamente, entre las tres opciones que se presentaban a elección en un sondeo francés reciente -tener sexo, intercambiar caricias y hablar-, los hombres disponían sus preferencias en este orden mientras las mujeres dejaban en último lugar el sexo y situaban en el primero la conversación. Sin conversación no hay unión y sólo cuando ese abrazo de afecto abarque a los demás se creará una sabrosa y sabia convivencia entre los sexos.De tradición machista, la conversación ha sido algo con lo que se designaba la producción oral en la tertulia de los hombres. Los clubes, los cafés, las tabernas o los casinos eran centros de conversación entre coñac, eructos, tabaco, tacos y bicarbonato. Por su parte, las mujeres se reunían en habitaciones domésticas sólo para chismorrear y no se les aceptaba este estilo, supuestamente banal, en el cenáculo público destinado a la conversación más conspicua. Hasta hace poco la mujer vivía de acuerdo a este axioma y refrendaba el sentido de la diferencia. Sin perder aquello, sin embargo, el reclamo femenino de la conversación se corresponde con un diagnóstico sobre el nuevo estado de las cosas y el seguro aprecio del diálogo sostenido como fórmula sustantiva de una vinculación real.

La pareja es hoy lo máximo que tenemos y, en ocasiones, todo lo que existe fuera de la soledad. El gradual utilitarismo en las amistades, los conocimientos superficiales de los amigos urbanos, los tratos episódicos en la vecindad, consagran la pareja como el asidero capital, cuando no exclusivo. La asistencia, la afirmación, el refugio, la contrastación, el consejo, el cariño, la entidad, provienen cada vez más de una u otra forma de "conyugalidad" entre seres humanos. Menos que eso y la vida acerca al grado cero de la confianza y la lealtad, un paso más y la pareja nos prolonga en un tejido de contactos donde se favorece una integración. En las condiciones solitarias de la modernidad, el amor es estratégicamente el único centro desde donde se observa, protegido, el mundo, y desde donde la conversación va hilando, día a día, la consoladora identidad de un yo.

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