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Tribuna:
Tribuna
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El niño prodigio

Batista también veía visiones y creía más en los dioses que en Dios. Le contó a Gastón Baquero (coterráneo, amigo y consejero consultivo) que debía el éxito de su golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 a la "luz de Yara". La luz de Yara es una creencia cubana de origen aborigen. Batista debía entrar de madrugada (el madrugonazo era su actividad política preferida) al cuartel general del ejército en el campamento de Columbia por una de las puertas estrechamente vigiladas. De pronto se decidió por la posta 6, donde el centinela de guardia no sabía de la conspiración militar. Batista, vistiendo el jacket que se ponía en todas sus apariciones peligrosas, llevaba en el bolsillo su pistola "con una bala en el directo". Al entrar por la posta el centinela no pudo verlo porque lo protegía y hacía invisible la luz de Yara, bien conocida en el oriente de la isla, desde Banes, donde nació Batista, a Birán, donde nació Fidel Castro. Seis años más tarde en 1958 entra en escena uno de sus maestros de ceremonias preferido, Odilio Urfé, erudito de la música cubana.Urfé era un batistiano que confesaba estar en un cuarto de espaldas a la puerta y cuando entraba Batista sabía que era él sin siquiera volverse: anunciaba al falso general su halo irresistible. En el verano de 1958, bajo petición batistiana y usando el dinero que le había dado Batista para este propósito Urfé organizó lo que se llama en la santería "un gran Ekbó" en la vecina villa de Guanaboca, uno de los centros espirituales de la santería. Este ekbó (o egbó como también se llama) tenía el propósito de reunir a todos los santeros de Cuba en una petición a Olofi (Dios para la santería) en el estadio de Guanabacoa. Fuimos allá Tomás Gutiérrez Alea, Miriam Gómez y yo como curiosos cubanos. Titón (así lo llamábamos todos) era para mí entonces más que un amigo, casi un hermano y como yo era un ávido de la cultura popular habanera.

El estadio estaba atestado de prosélitos y babalaos, todos vestidos de blanco de pies a cabeza. La reunión de todos los santeros, algunos venidos de Cárdenas, centro originario de la santería, era para pedir a todos los santos que se detuviera el "río de sangre" que anegaría a la isla. Curiosa petición de Batista que era la causa principal tanto de los horrores de su régimen como de la existencia del terrorismo urbano y la guerrilla que se desplazaba de la Sierra Maestra hacia el occidente de la isla. Después de los cantos y los encantos por la paz, un grupo se dirigió a casa de un babalao, donde se habían sacrificado animales en un conjuro propicio. Todo el patio estaba encharcado de sangre para exorcizar la sangre en una suerte de magia simpática o similia similibus curantur: lo similar cura lo similar. La santera de la casa, madre de un santero, ella misma santera mayor, repudiaba lo que se veía desde su casa (animales muertos, entrañas, lenguas colgando desde el árbol sagrado como frutos extraños) y declaró que nunca la sangre podría detener la sangre contraria. El pasado y el presente de Cuba le daban la razón -también se la daría el futuro-.

Los tres dictadores que ha padecido Cuba republicana fueron o son brujeros. El general Machado era también un creyente y al fundar el Parque de las Misiones, vecino del Capitolio donde residía el apenas segundo poder de la cámara de representantes y del senado machadista, ordenó sembrar una ceiba, que es el árbol sagrado de la santería, y no una palma real, que siempre fue el símbolo de Cuba independiente, desde inicios del sigloXIX cuando fuera cantada por poetas y patriotas. Se dice que Machado mandó a sembrar debajo de la ceiba un bilongo o brujería mala dirigida contra sus opositores presentes y futuros.

Aparece el niño Elián en alta mar, flotando asombrosamente vivo del naufragio que mató a su madre, ahora rodeado de delfines. Rescatado del océano y de una muerte segura por dos pescadores de alta mar americanos, Elián (que pronto se convertiría en el Niño Elián, precedido por un adjetivo más que homérico, cristiano) de ser recogido del mar y salvado del mal por su familia de Miami. Hasta entonces solamente sabían de su destino su padre y sus familiares cercanos de la Pequeña Habana.

La lancha que la madre de Elián usó para cruzar la temible, terrible corriente del Golfo (donde han desaparecido según un cómputo de la marina americana, más de 12.000 cubanos cuando trataban de llegar a las costas de La Florida) se hundió sin dejar otro rastro que una goma de camión que flotaba a la deriva "con un muñeco dentro amarrado a su salvavidas". Era Elián González, un niño que cumpliría seis años en Miami, que había permanecido en el mar en la recámara de camión a que su madre lo había atado como recurso de salvación durante el naufragio. Avisados sus parientes más próximos en Miami lo acogieron como lo que era, el niño perdido.

Permiso para una breve analogía.

La Virgen de la Caridad del Cobre, también llamada la Caridad, es patrona de Cuba. Bendecida por el Papa cuando visitó su santuario en el Cobre, cerca de Santiago de Cuba, hace apenas dos años, se la conoce familiarmente como Cachita. (A las vírgenes siempre el pueblo las apoda con cariño no exento de respeto.) La leyenda cuenta que la imagen de la virgen se le apareció a tres pescadores cubanos flotando en alta mar. Esa imagen de madera policromada es la que reverencia todo el pueblo de Cuba. En la santería tiene su equivalente en Ochún, medio virgen -y medio puta-. "La popularísima Ochún", relata Lydia Cabrera, "...que comparte el dominio de las aguas".

Para muchos creyentes católicos no hay duda de que Elián es la reencarnación del Niño de Atocha. La santería quiere a su vez que una de las 21 formas que adopta el Eleguá es, de nuevo, el Niño de Atocha.

La casa en que se celebró el encuentro de las dos abuelas con el niño Elián fue la locación recomendada por la secretaria de Justicia Janet Reno. La dueña de la casa, Jeanne O'Laughlin, cumplió todos los requisitos demandados por el gobierno de Castro y la misma monja O'Laughlin era partidaria de que el niño fuera devuelto a Cuba. Cuando cambió de opinión al observar el comportamiento de las dos abuelas, voces de libelo sonaron en La Habana. Hasta el vocero de Castro, Ricardo Alarcón, contó a la televisión CNN cómo cuando era joven y estudiaba en un colegio (privado, claro) católico uno de los curas le dijo que el diablo adoptaba diversas formas malévolas que se incubaban "hasta en una monja". ¿Qué dijo la hermana O'Laughlin? Que las abuelas, un par de ellas, se habían comportado con su nieto como presas del miedo. Ahora -más todavía el diablo para Castro- la monja O'Laughlin confesó a la prensa que una de las abuelas había dicho que quería ¡asilarse en Miami!

En cuanto al extraño comportamiento de las abuelas con su nieto ellas mismas declararon en La Habana que le habían hecho bajar los pantaloncitos a Elián, para comprobar su virilidad y luego le hicieron sacar la lengua para mordérsela. Las abuelas, como coartada, dijeron que eso era práctica normal de las madres y las abuelas cubanas. Puedo jurar, sobre la Biblia o sobre cualquier libro de igual importancia (digamos el Quijote, que es mi biblia) que ni mi madre, ni mi abuela ni mi bisabuela jamás me bajaron los pantalones para saber si era varón -excepto, claro, al nacer-. A no ser que éste sea un juego erótico inventado en la Cuba castrista, morder la lengua ajena es una práctica santera. En todo caso las abuelas alegaron que sólo habían "seguido instrucciones". A su regreso recibieron (como antes Yuri Gagarin, el cosmonauta soviético) el homenaje de aparentes multitudes vitoreantes, paseando por La Habana en un Mercedes negro descapotable -desde donde las abuelas tiraban besos como flores-.

Cuando el niño Elián fue recibido por su familia de Miami el padre no mostró ni ira ni siquiera asombro inicial. De hecho se sabía que Juan González había entrado sin éxito dos veces en la rifa del Departamento de Estado en Washington que todos los años se celebra para dar visas de entrada a los Estados Unidos. Las visas son 20.000 sorteadas entre más de 500.000 solicitudes de cubanos deseosos de salir de la isla. Además González había hablado con sus parientes de Miami pidiendo que le cuidaran al niño: estaba, pues, enterado de su partida. Después aparecería dolido y en ocasiones furioso -de acuerdo por supuesto con lo que le soplaba Castro, siempre tras su espalda-.

Hay una actitud del padre y de las abuelas que me extraña: nadie, ni la madre abuela ni el padre de Elián parecen sentir la muerte de la madre del niño ahogada en alta mar tratando de huir de Cuba. Es decir del régimen de Castro.

Ahora vuelven a un primer plano los santeros. Todos los años la santería publica su horóscopo religioso. "Tiran los cocos" efectivamente. Los cocos son cuatro pedazos de la nuez de un coco que se riegan por el suelo y de acuerdo con su posición (si caen coco arriba o coco abajo) los santeros predicen ahora el futuro del régimen ligado a la suerte del niño que es para ellos la reencarnación de Eleguá. Además la posición de los cocos augura males para la tribu y peor destino para el jefe -que no es otro que Fidel Castro. Como Alejandro el Magno, a quien idolatra el Máximo Líder, al consultar los arúspices y al no convenirle el augurio pidió a los adivinos que probaran de nuevo y que le ofrecieran un buen augurio. Los arúspices tuvieron mucho cuidado al ofrecer al general griego un augurio favorable al escrutar las entrañas de un ave de paso en Persia.

Pero los santeros en cuanto supieron la suerte de Elián (un niño rescatado del mar salvado de los tiburones por la aparición de delfines con los que jugaba, después de estar 48 horas en el mar bajo un sol, como dicen los españoles, de justicia, no aparecía con quemaduras y las llagas que tienen siempre otros cubanos fugitivos de Castro rescatados del mar) declararon que el niño Elián era un Eleguá divino y que si seguía en Miami, es decir, en el exilio, Fidel Castro "se caía". Había que devolver el Eleguá a Cuba para protección del dictador ateo que cree en todos los augurios.

Enseguida comenzaron los discursos de Castro, tronando amenazante como siempre. En uno de ellos amenazaba, ¿a quién?, al presidente Clinton y le daba 72 horas para que devolviera el niño. "Si no lo hacía", auguró a su vez, "iban a desfilar millones en protesta". Castro, que hacía poco había caracterizado a Clinton como "un débil", es decir un flojo, vio pasar las horas y Clinton no apareció en su horizonte político. Fue entonces que comenzaron los desfiles donde aparecieron de pronto miles de banderitas y lo que era otro milagro: las multiplicadas camisetas con las calcomanías (o manía de calco) de la cabeza del niño en cada pecho -o al menos en cada camiseta-. Desfilaron toda clase de cubanos, cautivos o liberados. Después las paradas se especializaron: miembros de los Comités de Defensa, madres, madres solteras y lo único que se echó en falta fue un desfile de albinos, como recomienda la santería -blancos que son negros-.

No aparecieron los gemelos mitológicos a los que los cubanos, con voz indígena, llaman los jimaguas. ¿Cómo iban a aparecer si un jimagua, Tony de la Guardia, había sido ejecutado por órdenes precisamente de Castro? Según los santeros, los gemelos, llamados por ellos ibeyes, no pueden ser separados sin incurrir en la ira de los dioses.

No me pareció una nueva hazaña. Castro es especialista en concentraciones voluntarias pero en marcha forzosa. Lo que fue una verdadera proeza no fue llenar las calles de La Habana sino vaciarlas ante el paso del Rey de España por las viejas calles cariadas. ¡Ésa sí fue una aparición por desaparición! Digna del mago Houdini, aquel que ataban con cadenas que parecían imposibles de romper.

Pero los presagios de los santeros se hacían cada vez más tenebrosos: sin el Niño no habrá Castro. ¿Alguien se asombra de que ese antaño marxista-leninista crea en la voz de la profecía? Hitler, no menos materialista, creía en los presagios de su astrólogo personal. No eran las voces de la mitología germana, sino las predicciones que convocaba su horóscopo. Sobre todo al final de su ideología, de su guerra y de su vida.

Hay que recordar que es Fidel Castro y su despilfarro de vidas y haciendas lo que hizo huir a millones de cubanos, dividiendo no sólo a las familias, sino a los mismos cubanos. No reaccionó de manera tan furibunda cuando una de sus torpederas embistió y hundió al remolcador Trece de Marzo casi frente a las costas cubanas. En esa catástrofe provocada murieron 40 personas ahogadas -entre ellas diez niños-. No se oyó ni un solo lamento oficial ante esta tragedia. ¿Por qué ahora tanto ruido y amenazas por la devolución de un niño náufrago salvado de las aguas? La única explicación es la incoherencia de un hombre que se debate ante lo inevitable: su desaparición y el fin de su tiranía y de su vida.

Me preguntan si creo que el niño Elián debe ser regresado a Cuba. Mi respuesta es siempre una pregunta. ¿Cómo puede estar de acuerdo un exiliado que ha huido de Castro y se ha llevado consigo a sus dos hijas porque no quería que vivieran donde la vida es cruel y corta? Sería como pedir al Dante que volviera a atravesar su infierno. El regreso del niño Elián a Cuba castrista sería condenarlo a no tener leche que tomar una vez que cumpla siete años, convertirlo en pionerito, un rito de pasaje, y tener que aprender a leer con un abecedario que comienza no por la A sino por la F (Efe como comienza el nombre de quien ustedes saben.) Crecerá desnutrido, ignorante y con un miedo paranoico ante el terror reinante donde su conducta será escrutada por policías ubicuos que terminara su paranoia terminal (el delirio de persecución termina allí donde la persecución es un delirio) pero no con su miedo. La vida del niño Elián en Cuba será un futuro sin futuro.

Un cartón de la revista neoyorquina The New Yorker presenta lo que es más que la sombra de una duda. Un anciano venerable (sin duda un exiliado) le pregunta al niño Elián qué querrá ser cuando sea mayor con esta dicotomía: "¿Gloria Estefan o Buena Vista Social Club?". Es una broma, por supuesto. Pero para el niño Elián, un inocente que puede ser condenado culpable, es algo más: una terrible proposición inaceptable.

Guillermo Cabrera Infante es escritor cubano. © Guillermo Cabrera Infante, 2000.

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