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Roberto Torretta da una lección de buen gusto en el inicio de la Pasarela Cibeles Roger Salas. Madrid

No ha sido un comienzo feliz. Ni en puntualidad ni en hallazgos, que en la mañana brillaron por su ausencia. La Pasarela Cibeles (desfile de moda que cada año se celebra en Madid) se inició ayer con las propuestas para el invierno de 2000-2001 de una manera casi mojigata y poco inspirada de la mano de Javier Larrainzar y de Lemoniez. Hubo que esperar a la puesta de sol para recibir un rayo de esperanza con la moda local. Roberto Torretta dio una lección de madurez conceptual y técnica, mientras Josep Font puso la nota inspirada y romántica del poeta de la aguja.El madrileño Javier Larrainzar demostró sobre la pasarela aquel infeliz corolario de que no siempre se avanza hacia adelante, sino hacia los lados, lo que en moda es fatal. Su colección careció de gancho y de inventiva. El resultado no es de agradecer para la figura tipo de la mujer de hoy, que intenta recogerse sobre sí misma por encima de cualquier patrón.

Fernando Lemoniez empezó con prometedores verdes pistacho que se diluyeron en grises y negros comunes, en un todo de dibujo anticuado y doméstico, tocado de detalles kitsch. Su colección pretendía ser elegante, pero su más que dudosa sastrería dejaba claro que una cosa es la sobriedad y otra la pobreza de ideas y de aguja.

Ágatha Ruiz de la Prada presentó una colección de mujer llena de connotaciones eróticas desde el figurín que figuraba en el dossier de prensa, ocultando los rostros de las modelos tras unas inquietantes máscaras pico de pájaro. Joaquim Verdú buscó refugio justificado en su dominio del punto y en las lanas experimentales. Su trabajo es estilísticamente más que correcto y su sentido del dibujo mantiene la frescura de lo confortable.

Moda madura

dio lo mejor de la jornada con un desfile muy preciso en lo que quiere vender. Es una moda madura donde la inventiva nunca puede sobre la realidad, sino que hacen un pacto. Esta vez se le ha visto inserto en las corrientes de futuro, con tratamientos sofisticados en la piel, siempre muy suave y cosida como si de un paño de Flandes se tratara. Sus chaquetas grabadas como cocodrilo tienen un cierto aire bostoniano que no es nada rancio, sino simplemente elegante. El uso de la lentejuela geométrica a discreción, los pantalones muy ceñidos o la cuenta de cristal negro para la fiesta demuestran que su línea se dirige a una mujer que existe en la realidad.

Josep Font cerró la noche con una visión lírica del asunto. Fue su debú en Cibeles. Font usa las antiguas sedas de corbata inglesas para hacer de todo: chaquetas, pantalones, faldas, zapatos... El resultado es barroco, pero no estridente.

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