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Manifestaciones

El pueblo de Madrid es dado a las manifestaciones callejeras, aunque los acontecimientos y las autoridades competentes propicien poco las entusiastas y predominen las exasperadas o lastimeras. Cuando la ciudad era más pequeña, los nativos llevaban a hombros, calle Alcalá abajo, al torero triunfador, antes incluso desenganchaban el tiro de un carruaje para arrastrar al individuo carismático -aunque entonces a nadie achacaban cualidad semejante- e incluso se arremolinaba la gente para pedir a grito pelado cosas extravagantes. Uno de mis primeros recuerdos infantiles se refiere a una multitud enardecida que desfilaba por alguna calle principal solicitando la libertad de Prestes. Tardé muchos años en saber quién demonios era Prestes, las fechorías cometidas y la razón por la que centenares, quizás miles de madrileños exigieran para el talludo estudiante brasilero bien tan preciado como la liberación. Flota esto vagamente en un rincón de la memoria y me parece entrever la carita inquisitiva de otro niño, casi un bebé, en brazos de una persona adulta, que debería ser mi entrañable amigo Eduardo Haro. Puede que a las criaturas de esa época nuestros padres nos llevaran a presenciar aquellos actos gratuitos, a falta de otras diversiones municipales, trufándolos con el cambio dominical de la guardia en la explanada del Palacio Real, el casi clandestino entierro del general Primo de Rivera y antes de los torvos -así me parecían- desfiles de milicianas gritando "¡Hijos, sí; maridos, no!", cuyo significado escapaba a mis entendederas ya adolescentes.Viene esto a cuento de que por estos días invernales tuvo lugar una epopeya aeronáutica que encontró, también, reflejo callejero, precedido por lo que pareció una entusiasta, delirante decían los cronistas, expresión de júbilo en la ciudad de Buenos Aires. Ambas orillas atlánticas celebraban la gesta de unos aviadores españoles que sobrevolaron el mar, por vez primera, a bordo de un hidroavión llamado Plus Ultra. Eran el comandante Ramón Franco, el capitán Ruiz de Alda, el teniente Durán y el mecánico Rada. El trayecto, Palos de Moguer-Buenos Aires, el mes de febrero de 1926, un año antes de que Lindbergh lo hiciera a la inversa y en solitario, desde Nueva York a París. Refrescando los datos he sacado una impresión curiosa, que luego diré.

Tengo la sensación de que ahora apenas se convoca a la ciudadanía, salvo para protestar por las atrocidades que comete la piara criminal, que asesina con imparcial saña en cualquier territorio autonómico; o para festejar, al pie de una fuente pública -incluso dentro- los triunfos balompédicos del Real Madrid o del Atlético, cuando llega el caso. Madrid, ahora, no da para más, aunque, para frecuente fastidio de sus habitantes, hayan de resolverse las peripecias laborales de todo el país en sus arterias principales. A menudo he pensado en la remuneradora actividad de los fabricantes de pancartas reivindicativas, siempre a punto para satisfacer cualquier tipo de requerimientos públicos, sean cuales fueren, con sucursales competentes en provincias para saciar las mismas ansias populares en cualquiera de los idiomas amparados por la Constitución. Algo parecido a los lutos en 24 horas.

Completando la cita que aparece más arriba, me llamó la atención cierta peculiaridad. Buscada la referencia del vuelo del Plus Ultra encontré mención de su principal protagonista, el comandante Ramón Franco, en el apéndice editado en 1931 de esa colosal y no igualada obra que es la Enciclopedia Universal Ilustrada, Europea y Americana, que conocemos por el nombre de sus editores, los hermanos catalanes Espasa. Por orden alfabético, viene emparedado entre una Eva Franco, actriz argentina, y Vicente Franco, guitarrista ferrolano. Ni la menor mención al militar de la misma familia que ese mismo año de 1926 había ascendido al generalato, señalado como el más joven de su rango en toda Europa. He de confesar que, desvinculado personal y socialmente del mundo de la milicia, yo mismo, diez años después, al producirse el alzamiento militar contra la IIRepública Española, el único Franco que recordaba era el aviador. Creo que lo mismo le ocurría a la gran mayoría de los ciudadanos de entonces, y que las cosas sucedieron de una manera y no de otras. Digo yo.

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