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ENTRE LA XENOFOBIA Y LA INTEGRACIÓN

Los nuevos obreros de la carne

Miquel Noguer

"Se buscan peones para cárnica". "Matadero selecciona personal para frigorífico". "Fábrica de embutidos requiere chicos para deshuesar jamones". Éstos son sólo tres ejemplos de las muchas ofertas de empleo, algunas de ellas desesperadas, que la industria cárnica de Osona lanza desde hace tiempo a través de los escaparates de la empresas de trabajo temporal. Basta una ojeada a los anuncios para darse cuenta de dos cosas: la primera, que la industria cárnica de Osona está más crecida que nunca. La segunda, que la mano de obra cada vez escasea más y que el empresariado del sector empieza a preocuparse.De las 25 mayores empresas de la comarca, 10 pertenecen a este sector y, juntas, consiguieron una facturación superior a 90.000 millones de pesetas en 1998. El empresariado del sector ve, no obstante, como cada vez le resulta más complicado encontrar trabajadores para hacer funcionar las cadenas de despiece de cerdos, los frigoríficos y las máquinas embutidoras.

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Las sucesivas oleadas de inmigrantes norteafricanos que han llegado a Osona a lo largo de esta década se han revelado insuficientes para tanta demanda de trabajadores. Por eso, desde principios de este año, las cárnicas han atraído a ciudadanos de Guinea, Sierra Leona, Kenia y Ghana.

No hay ningún informe oficial que diga cuántos han llegado, pero desde varios ayuntamientos se estima que el número de inmigrantes subsaharianos instalados en Osona durante este año podría rozar el millar.

El interés de las empresas cárnicas por los inmigrantes del África negra se debe, según fuentes sindicales, a que son "menos problemáticos que los magrebíes". Además, su reciente llegada les impide conocer a fondo la legislación laboral vigente. Los responsables de las bolsas de trabajo de algunos ayuntamientos admiten que han recibido ofertas dirigidas explícitamente a hombres de raza negra.

Casi todos ellos trabajan en empresas del sector de la carne, lo cual no es ninguna casualidad. Es la industria que requiere más mano de obra y la que ofrece las condiciones de trabajo más duras. Así lo certifican las 10 horas que Raphael, un ciudadano de Sierra Leona, emplea diariamente descuartizando cerdos en un matadero de Vic. Por sus manos pueden llegar a pasar hasta 4.000 animales en un solo día y, después de varios meses en este trabajo, empieza a quejarse de un incipiente dolor en las muñecas. "Tantas horas con el cuchillo pasan factura", explica.

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Raphael Enyogai llegó a España el año pasado procedente de Sierra Leona. A sus espaldas dejó un país devastado por la guerra, con una miseria al límite y sin nada que ofrecer a alguien de 33 años y con inquietudes. El 25 de abril de 1998 dijo basta y cogió un autobús hacia el norte. El objetivo era Europa, donde llegó cuatro meses más tarde. Durante este tiempo se las apañó para cruzar Guinea, Malí, Mauritania, Argelia y Marruecos. Una ONG andaluza le ayudó a conseguir su permiso de residencia y empezó a trabajar en el campo murciano. Allí, un amigo le contó las posibilidades de trabajo que podía tener en Cataluña y no dudó en poner rumbo hacia Barcelona, ciudad a la que llegó hace un año. Pocos días más tarde ya estaba trabajando, aunque "con contratos muy breves", matiza.

Otro amigo le habló de la mayor estabilidad laboral que podría encontrar fuera de la gran ciudad. Mediante una empresa de trabajo temporal encontró un empleo en una firma dedicada a la elaboración de embutidos en Vic. "Allí estaba bien, pero la ETT se quedaba una parte excesiva de mi sueldo", considera. Por eso, cuando encontró un trabajo con un contrato directo con la empresa no dudó en aceptarlo.

Ahora es empleado de un matadero en el que, si bien trabaja 10 horas diarias, ya no tiene que pasar toda la jornada metido en un frigorífico y tiene un contrato por 11 meses. No se queja.

La historia de Raphael no difiere mucho de la de sus compañeros de trabajo. Florence, nigeriana de 26 años, llegó a España hace unos meses. Aún tiene recientes los sufrimientos que tuvo que soportar en el centro de acogida ceutí en el que estuvo "encerrada", según cuenta, durante seis semanas. Licenciada en dirección de empresas, en su país trabajaba en una oficina como relaciones públicas. Pero ni esto le motivó a quedarse en Nigeria. Ahora trabaja en una cadena de despiece de cerdos, junto con otras compatriotas. Fue la primera mujer inmigrante que entró a trabajar en la empresa, lo que causó algunos recelos entre compañeros y compañeras de turno. "Creían que no aprendería a manejar el cuchillo", explica con una pícara sonrisa entre los labios.

Su color de piel no les ha causado ningún problema en la empresa. Pero no pueden decir lo mismo respecto a lo que les ocurre fuera de ella. El de la vivienda es uno de los principales obstáculos que han tenido que superar. Emmanuel, otro nigeriano afincado en Vic, cuenta: "Nadie nos quiere alquilar un piso; creen que no pagaremos". Incluso se quejan de que más de una inmobiliaria local les ha negado un piso por el mero hecho de ser extranjeros. Muchos de ellos están viviendo en pisos de una sola habitación pagando alquileres cercanos a 40.000 pesetas. No sería un precio excesivo en muchas zonas de la ciudad, pero sí lo es tratándose de la calle de la Ramada, una de las más degradadas del centro de Vic.

Las perspectivas de mejora laboral de estos inmigrantes no son buenas: "Nos falta aprender el idioma", admiten, aunque algunos de ellos ya se han puesto en marcha y asisten regularmente a las clases de catalán y castellano que, junto a su inglés natal, les pueden abrir muchas puertas. Mientras, seguirán trabajando en las cadenas de sacrificio de cerdos, limpiando los animales muertos o desmenuzando la carne que, días más tarde, alguien va a comer en Rusia, Alemania o Suecia.

Al mismo tiempo, las empresas de trabajo temporal siguen buscando mano de obra a la que no le importe acumular horas extraordinarias ni dolor en las muñecas. Los sueldos no son brillantes, como tampoco lo son los perfiles requeridos. "Aquí hay trabajo para todos. Basta que entiendan algo de español", cuenta la responsable de una ETT.

Susanna Saez

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Sobre la firma

Miquel Noguer
Es director de la edición Cataluña de EL PAÍS, donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona, ha trabajado en la redacción de Barcelona en Sociedad y Política, posición desde la que ha cubierto buena parte de los acontecimientos del proceso soberanista.

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