Mundo propio
No es por comparar, pero el pasado mes de noviembre Brad Mehldau llenó durante cinco días consecutivos la parisiense Salle Pleyel, mientras en Madrid a duras penas pudo cubrir el aforo del patio de butacas de la sala B del Auditorio Nacional. O en la capital se está de vuelta de todo o falló la red de promoción del concierto.Quienes esperaban que repitiese, quizá con algunos retoques, su anterior recital madrileño subestimaban su volcánico poder de invención: el año pasado se centró en composiciones propias y éste optó por clásicos ajenos.
Pero los materiales de partida tienen importancia sólo relativa cuando se someten al juicio artístico de Mehldau. Así, a la amable melodía de I'm old fashioned pronto se le congeló la sonrisa con disonancias estratégicamente dispuestas, y le fue cambiando el color y la atmósfera a impulsos de imaginación centelleante y técnica de virtuosismo nunca gratuito. No cabían más notas, pero todas estaban en su sitio y, si se cerraban los ojos, parecía que había más de un hombre al piano.
Brad Mehldau (piano solo)
Auditorio Nacional. Madrid, 1 de febrero.
La demoledora mano izquierda martilleaba audaces ostinatos como si golpeara yunques cubistas, mientras la derecha se sumaba al aquelarre percusivo o prefería estirarse en líneas imprevisibles y ágiles. En pleno fragor pianístico, hasta los ocasionales recursos retóricos se antojaban argumentos de peso.
Mehldau pasaba de la exaltación al recogimiento con extraña naturalidad, y era en esos momentos de concentración ensimismada cuando inclinaba la cabeza hasta casi tocar el teclado, como si quisiera acortar el camino entre el cerebro y las manos para darle aún más inmediatez y hondura a las ideas. Old devil moon, en versión verdaderamente lunar y endiablada, confirmó que el norteamericano defiende un sentido trascendental de la música que no admite actitudes pasivas.
La audiencia guardaba escrupuloso silencio como único medio para involucrarse mentalmente en un pianismo imperativo y ambicioso que abofeteaba, invadía y revolcaba pero, al final, conseguía conmover. La forma en que Mehldau desembocó en la ya emblemática Exit music (for a film) bien podría ser objeto de estudio en las escuelas, y no menos mérito tuvieron las muestras de blues pasado por la cultura europea y de stride llevado a paso cauto pero firme.
El público se llevó de regalo otras tres soberanas piezas, entre ellas un delicado In the wee small hours of the morning que alcanzó grados de complejidad casi brutal, y Dat Dere, un clásico del soul jazz que coronó la densa jornada. Se le despidió en pie, como en París pero en pequeño.
Babelia
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