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El eterno militante

La ecología ha sido sólo la última causa que ha abrazado José María Mendiluce (Madrid, 1951). Desde sus años universitarios, el fugaz primer presidente español de la organización internacional de Greenpeace ha militado en diversas causas políticas y humanitarias. Su primera guerra fue política. Cuando todavía era un estudiante de Económicas y Políticas de la Universidad Complutense de Madrid militó en la troskista Liga Comunista Revolucionaria (LCR). Eran los últimos años del franquismo y Mendiluce, nacido en el seno de una acomodada familia vasca, fue detenido en varias ocasiones, la última de ellas en 1976, con Franco ya muerto y el sistema democrático en ciernes.

La democracia alejó a Mendiluce de la política activa. Tras un breve paso por el departamento de ventas de una empresa, se metió de lleno en la causa humanitaria. Ingresó en el Alto Comisariado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y de su mano viajó a Angola, donde permaneció desde 1980 hasta 1983, Nicaragua (1983-86), El Salvador y Costa Rica (hasta 1989).

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Luego, el Kurdistán turco y los Balcanes. En 1991, con la guerra en la antigua Yugoslavia en marcha, fue nombrado coordinador humanitario de la ONU en la zona: puso en marcha el puente aéreo de Sarajevo (Bosnia-Herzegovina) y organizó un programa especial para ayudar a los civiles víctimas de la guerra.

De estas experiencias con poblaciones en conflicto nació su primer libro: El amor armado, publicado en 1996. Después vendrían Con rabia y esperanzas (1997), una reflexión sobre las tragedias humanas y las novelas Tiempo de rebeldes (1998) y Pura vida, con la que fue finalista del Premio Planeta de Novela en 1998.

En 1993 abandonó el conflicto yugoslavo por la primera línea política. Se trasladó a Bruselas para ser el representante de ACNUR ante las instituciones europeas. Un año después llamaría a su puerta el PSOE y, con él, la vuelta a la política activa. Mendiluce fue elegido eurodiputado, un independiente en la lista socialista, en 1994 y repitió el año pasado, tras tantear la posibilidad de presentarse a la alcaldía de Madrid. Su resistencia a dejar la política activa le ha impedido ahora ser presidente de Greenpeace.

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