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Roberto Zappalà celebra en Sicilia diez años de creación coreográfica

La gala conmemorativa mostró una selección de sus ballets y diseños

Tras una compleja polémica con las instituciones locales que ha llevado al coreógrafo siciliano Roberto Zappalà (Catania, 1961) a cambiar repentina y recientemente el nombre tradicional con que fundó su compañía Ballet de Sicilia por el de Compañía Zappalà Danza, el artista se embarcó en la celebración de los diez años de su conjunto con una larga gala en la que demostró cómo su estilo finalmente ha llegado a la madurez.

Hoy día prácticamente nadie rechaza una subvención pública para realizar un trabajo artístico. El caso es que Roberto Zappalà sí lo ha hecho, y ha roto sus relaciones con el Gobierno regional, que le aportaba una magra ayuda equivalente a más o menos un millón de pesetas anuales. Pero el trabajo de Zappalà con su seriedad en conciencia encontró ya dos importantes patrocinadores privados y ayer mismo anunció que ya han encontrado los locales donde estará su centro coreográfico, que contará además con un enorme escenario y una sala para unos 300 espectadores, apuntándose así a un fenómeno de enorme actualidad: la calidad se impone, y el trabajar con los pies en la tierra permite usufructuar el patrocinio privado bien canalizado.La gala se celebró anteayer en el Teatro Metropolitano de Catania, apenas unos pasos de los casi surrealistas jardines de Bellini. El público llenó el teatro y, algo desacostumbrado en una gala, aceptó de buen grado un repertorio contemporáneo no exento a veces de una sobriedad que toca la dureza, y que aparentemente puede resultar hasta frío.

Se vieron fragmentos de obras que abarcaban toda una década y dos estrenos absolutos, primero el dúo Punta Umbría, con música original de Antonio Breschi, bailado por el propio Zappalà, que volvía a escena tras años de dedicarse exclusivamente a la dirección y creación, y por un joven bailarín catanés al que puede calificarse de auténtica revelación: Alessandro Vacca, que con 23 años y una formación multidisciplinar le da la réplica escénica en un emocionante diálogo lleno de nobleza y virilidad compartidas y donde la figura de la Pietá aparece continuamente entre sensuales enlaces musicales.

El otro estreno tuvo en escena al compositor Nello Toscano interpretando su propia creación al violoncello y Zappalà trabajando de manera parateatral sobre un texto de Pirandello, con un resultado dramático lleno de fuerza. También se vieron fragmentos de su largo ciclo sobre la música de Stravinski (Pulcinella, 1997) y lo que el creador ha llamado Studi sul tempo, sobre partitura de Bach.

Zappalà es uno de los valores más seguros de una generación italiana de coreógrafos que ha dado pocos nombres pero que son referencias, como sus compañeros de trayectoria y carrera en lides anteriores: Mauro Bigonzetti o Michele Abondanza, sin olvidar a Rafaella Giordano o Virgilio Sieni, y éstos son los nombres fundamentales de la danza italiana de hoy. Sobre la escena también estuvieron la cantante Rosalba Bentivoglio y el saxofonista Carlo Catanò, que interpretaron en la pieza Anaglifo (1996) un concentrado dúo sobre el que los bailarines regalaron la estricta geometría y las angulaciones progresivas de Zappalà.

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