Isasi/ Mollà

Ahora que ya las equis se han escrito en el casillero y los sobres cerrados estarán bajo la vigilancia del notario, es el momento de darle un repaso a la lista de los goyas, pasatiempo que si tú no estás en el juego resulta estimulante sin llegar a cardiaco. En mi simple calidad de espectador pertinaz del cine español, encuentro de todo: nombres que caen por su propio peso, presencias exorbitantes, ausencias que claman al cielo. Grandezas y miserias del asambleísmo.Elijo dos figuras por veleidad personal, aunque no conozco a ninguna de las dos. Antonio Isasi-Isasmendi. La Academia le ha concedido su Goya honorífico, y muchos de los jóvenes miembros que el próximo sábado asistan en el Auditori de Barcelona a la entrega no tendrán idea cabal de quién es este señor mayor de buen porte. Para mí, que pude ver sus películas en el momento en que él las hacía y algo escribí sobre ellas, este premio justo me pone suavemente melancólico. A nadie le amarga que le den la razón, pero en España las dulzuras pueden llegar cuando tú estás un poco rancio. Para el grupo de jóvenes turcos que hacíamos la revista Film Ideal, el cine de Isasi suponía en los años sesenta una tercera vía insólita y arriesgada, distinta de la ramplona comercialidad castiza y del realismo pobre (de medios) que los cineastas del nuevo cine español intentaban con valor,con muchos valores. A nosotros, películas de Isasi como La mentira tiene cabellos rojos, La máscara de Scaramouche o Las Vegas 500 millones nos gustaban por lo americanas, en un tiempo en el que quemabas una bandera yanqui manifestándote por la mañana contra la guerra del Vietnam y por la tarde delirabas ante un aguerrido western de John Ford.
Pero no todos, ni mucho menos, apreciaban así el cine de género con calidad que hacía Isasi. Seguramente pagó cara su anomalía en una industria a la que él, con su trepidante pero refinado cine deudor y competidor de Hollywood, le tiraba los palos del raquítico sombrajo.
Me lo presentaron en una turbamulta el día que resultó ser el de su adiós. Estrenaban El aire de un crimen, y yo tenía miedo de que a Isasi, viniendo de una adaptación anterior de Vázquez Figueroa (El perro), le hubiese sofocado la densidad policiaca de la novela de Juan Benet, presente con sus nervios y todos sus hijos en el cine Callao. A Benet le daban sobresaltos infantiles cada vez que la cámara enfocaba el paisaje de su región literaria, que perdía la bruma mítica para ganar una bien resuelta verosimilitud fílmica. Es una excelente película, un modelo de libre fidelidad a un gran texto, pero ya no hubo más. Retirado desde entonces, ignoro si del todo voluntariamente, al menos Isasi-Isasmendi recibirá el premio en cuerpo juncal, no de cuerpo presente. Estando en España, una gran cosa.
Mi otro nombre de la lista, candidato al mejor actor, tiene el éxito, la fama, los contratos uno detrás del otro. Jordi Mollà. Cuando no era nadie llegó sudando desde Barcelona al Instituto Italiano de Madrid, el día de la presentación de un libro sardo (sic) sobre Almodóvar que yo había prologado. No sé qué habrá sido de la editorial Tredicilune, pero aún no se ha hecho nada mejor sobre el cineasta manchego que ese libro, Folle folle folle Pedro (advierto para los literales que, además de lo otro, folle es loco en italiano). El salón de actos de la calle Mayor estaba abarrotado, y Almodóvar tenía una jaqueca en su casa, a unos cincuenta metros de distancia. El atolondrado actor catalán con su book de fotos no se iba de allí sin enseñárselas. Un grupo de amigos aprovechados que encontraban de lo más sexy al chico desconocido le tranquilizaron; si Pedro no baja, subiremos nosotros contigo. Me fui del acto sin saber el desenlace.
Lo que ha pasado desde entonces no hay que contarlo. El catalán se ha convertido en uno de los grandes actores de este conglomerado de libre circulación que es Europa, y aunque ahora no corre él detrás de nadie, sino todo lo contrario, yo sigo viendo en sus interpretaciones, memorables casi todas, la electricidad de aquella tarde. Que gane el mejor. Él.
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