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Intimidad

El comisario don Jesús García García falleció hace pocos días mientras declaraba como testigo en la vista de un sonoro caso en una sala de la Audiencia Nacional. Por supuesto que ese fallecimiento, en esas circunstancias, y más en ese caso, era noticia; el morbo de la noticia se incrementaba por el papel que el citado comisario había jugado, en su momento, en la identificación de los cadáveres descubiertos en Busot como los de Lasa y Zabala. El comisario en sí, y declarando, ya era noticia; mucho más su fallecimiento de modo tan insólito y espectacular.A las pocas horas, o quizá minutos, del suceso, vi en televisión la noticia, un poco por encima, y casi por casualidad; más tarde pude fijarme mejor en la transmisión del fallecimiento, que ésa fue la forma de dar la noticia, no sé en qué cadena; posteriormente, al cabo de unas horas, la noticia se seguía dando, pero la obscenidad de la imagen había desaparecido en parte, sustituida por una forma más discreta de dar la información. Al día siguiente, sólo alguna prensa escrita insistió en la obscenidad, mediante técnica fotográfica: el comisario en el acto de expirar.

Ha sido una de las pocas cuestiones que, últimamente, me han desasosegado, aunque la capacidad para indignarme está, supongo, deteriorada por la frecuencia con que la intimidad de una persona resulta pisoteada si esa vulneración interesa a alguien.

Porque creo, a riesgo de equivocarme, que la imagen de la muerte de una persona pertenece al ámbito de su intimidad personal que, de no mediar razones muy poderosas, debe ser respetado de manera radical. No acierto a comprender dónde está el insoslayable interés público en conocer esta imagen concreta en este caso concreto; dónde está el imperativo de justicia, o información, o aclaración de la mente del lector u oyente, o de evitar alguna clase de abuso de poder que justifique la obscenidad. La imagen de la muerte del comisario no es pública; se trata de una persona concreta, determinada; se trata de respetar su memoria y el sentir de sus allegados y amigos. No estoy haciendo aquí razonamientos jurídicos; además de una posible cuestión de derechos es un asunto de respeto personal; habrá circunstancias en que la publicidad de una imagen de este tipo puede tener alguna justificación como, por ejemplo, llamar la atención de las gentes ante masacres, o abusos o violaciones de la integridad de las personas, pero me pregunto si, después de lo sucedido, los españoles estamos mejor informados que si se nos hubiera dado la escueta noticia, o no tan escueta, pero de una manera respetuosa con la persona; y no quiero entrar en la demagogia de lo que es más conveniente para el negocio del exhibidor, o incluso su "interés profesional".

Parece que si estas situaciones se producen en algunos medios, la cuestión es precisamente ésa, que en amplios sectores de nuestra sociedad no hay el mínimo de respeto a los demás, que tienda a evitar esa "cosificación" (perdón por la palabreja) de las personas, de los seres humanos; el derecho a la intimidad no es más que una forma de expresar ese respeto que merece la esfera personal de los otros.

Ya sé muy bien que un derecho como éste puede entrar en colisión con otros, y a veces hay que elegir; pero me choca la facilidad con que se pierde la consideración sobre la esfera personal ajena; aquí hablamos de una imagen de muerte, pero no hay que llegar tan lejos; son también los datos de la enfermedad, de las dolencias de una persona; ¿por qué, con tanta facilidad, se hacen públicas, en numerosas ocasiones, verdaderas historias clínicas, o fragmentos de ellas, sin contar para nada con la voluntad del afectado?

Es cierto que hay mucho exhibicionista suelto (ahí están las radios y televisiones para comprobarlo), pero el que no lo sea debe poder estar abrigado por un muro protector. Recientemente he sabido que se prohíbe comerciar con órganos a efectos de trasplantes; no está prohibido, en cambio, comerciar con el propio cuerpo, en cuanto prestador de servicios sexuales; aunque sí lo está comerciar con los servicios sexuales de terceros; tampoco está prohibido comerciar con la propia intimidad en sus aspectos morales o de conducta personal, incluida la propia indignidad; tampoco, por cierto, comerciar con la indignidad de terceros que consientan en ello; pero es bastante repugnante la difusión de datos o situaciones personales al margen de la voluntad del interesado; ese afán de publicidad no es más que una manifestación, en el fondo, del escaso respeto que muchos tienen por los demás, y configuran una sociedad menos grata.

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