En torno a la política de Defensa
El ministro de Defensa, señor Serra Rexach, ha escrito sobre los nuevos principios de la política de Defensa un artículo confuso y desconcertante. El asunto es suficientemente importante para que nada menos que el ministro del ramo -que con algún pequeño paréntesis lleva prácticamente desde la transición ocupando altos cargos en el mismo ministerio, por lo tanto, persona que debe acumular conocimientos profundos y especializados- al coger la pluma sea capaz de explicarnos con rigor no sólo la idea general de que ahora hay que defender Europa, sino qué significa, concretamente, defender Europa.Según el ministro, hay "un retraso y una dispersión" en materia de seguridad y defensa europea que son "el principal déficit europeo", "la tarea más urgente".
Curiosamente, a renglón seguido el ministro subraya que "la Unión Europea se ha mostrado incapaz de actuar de modo conjunto y coordinado ante las distintas crisis internacionales, algunas de ellas en suelo europeo o en el borde del mapa".
Es fácil imaginar a qué conflictos alude el señor Serra y cabe pensar que si hubo fallos europeos es porque la intervención en ellos no fue un acto de voluntad europea, aunque algún país de los que están en la UE fuese entusiasta partidario de hacerlo; se trató más bien de una voluntad foránea que forzó la intervención europea, y bajo esa presión, uno por uno, sin gran entusiasmo, los Estados europeos pusieron a disposición de EEUU, o de la OTAN, bases territoriales e incluso fuerzas militares más bien reducidas.
Pero si hablamos de la defensa de Europa hay que pensar que lo primero es que haya una voluntad europea, una política europea. Si hay algo que sea el gran "déficit europeo", la "tarea más urgente" es precisamente eso: elaborar una política internacional europea común -si es que es posible-. Por el momento no se advierte la existencia de una amenaza real tan inminente a la seguridad de Europa que obligue a poner la carreta delante de los bueyes, a tener un Ejército común antes de poseer una política. Cuando se trataba de ejércitos nacionales la cosa era más sencilla, la defensa del país era la base tradicional de una política militar. Es claro que hoy no existe un Estado europeo, ni se ha llegado a una elaboración de la política exterior europea. Por tanto no es fácil todavía definir las misiones de una defensa europea. Invocar el euro como razón para una defensa fuerte es una inepcia: el dólar era fuerte ya cuando los americanos apenas tenían ejército permanente. Y el franco suizo es una moneda fuerte no respaldada por la existencia de un gran ejército. Alemania llegó a tener el ejército más fuerte del mundo cuando el marco carecía de toda solvencia. Europa puede tener una moneda fuerte porque económicamente lo es.
Habría que preguntarse si en lo hondo de lo que el ministro considera "fallos europeos" -quizá en lo muy hondo, porque raros son quienes se han atrevido a formularlo públicamente- lo que existe no es una repulsión europea a incorporar a su política causas y hasta procedimientos norteamericanos. Es decir, la voluntad de que exista una política de defensa que no sea una simple asunción de las políticas de EEUU. Precisamente, el salto del secretario general de la OTAN al papel de mister PESC es un dato que levanta serios recelos sobre la "europeidad" de la política de Defensa.
Una política de Defensa tiene que partir de un principio: quién o quiénes son los enemigos potenciales de Europa, por dónde podríamos ser atacados, quién tendría interés en hacerlo y si está preparado o puede estarlo en un plazo dado. ¿Tiene alguien de los estados mayores una idea clara y publicable sobre esta cuestión?
A lo que parece, si hay alguna, hasta ahora no se transparenta más que en la acción de la OTAN extendiendo hasta territorios que pertenecieron a la Unión Soviética, en las mismas fronteras de la Rusia actual, sus instalaciones. Política complementada con la resurrección del proyecto de la llamada guerra de las galaxias -cuyo objetivo todo el mundo recuerda- y con el propósito de hacer pasar fuera de Rusia los oleoductos que vehiculen el petróleo extraído en este país.
En definitiva, el adversario potencial de la americanizada OTAN parece ser el mismo que ya lo ha sido en la segunda mitad del siglo XX, pese a que haya desaparecido la motivación ideológica que sirvió de justificación anteriormente.
Ahora bien, yo -y creo que muchos otros europeos- tengo serias dudas de que los intereses de Europa sean en este caso iguales a los intereses de EEUU; es más, yo diría que en muchos aspectos son contradictorios. EEUU parece estar interesado en consolidar lo que unos llaman su "liderazgo mundial" y otros consideran su dominación imperial, yendo hasta el fin de la demolición de la antigua URSS -la Rusia actual- para que nunca más haya quien le dispute la hegemonía. A Europa, si quiere ser algo más que un satélite de EEUU, le interesa un mundo en el que los polos se diversifiquen y no sean uno solo y único. Además, le interesa dejar de ser el teatro de cualquier posible conflicto, cosa difícil si el adversario que se escoge está al este de nuestro territorio. Además, ¿quién puede hablar seriamente de un peligro que nos amenaza hoy desde el Este?
Y si alguien piensa lo contrario, si hay quien cree que el papel de Europa es el de secundar la política militar de EEUU, que lo diga claramente; que los europeos podamos discutir la cuestión sin equívocos y pronunciarnos de un modo u otro, pero a conciencia, sabiendo lo que hacemos. Lo que no es aceptable es una política de hechos consumados, que, sin decir adónde va, nos arrincona paso a paso en una opción que los ciudadanos europeos no hemos podido escoger conscientemente.
España debe asumir su papel en una defensa europea, sin olvidar tampoco su interés nacional. Eso sigue significando, en cualquier caso, que la defensa de nuestro país continuará siendo la tarea principal de las Fuerzas Armadas españolas en caso de que Europa fuese agredida. Y que estas fuerzas no deberían ser utilizadas en ninguna empresa militar en que no pudiéramos reconocer, con los intereses europeos, nuestro propio interés nacional. Así es de compleja la cuestión, pues la construcción europea no puede significar la desaparición total de ese interés por muy grandes que deban resultar las concesiones de nuestra soberanía a una institución supranacional.
A pesar de la opinión del ministro, el problema no está en que
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Santiago Carrillo es ex secretario general del PCE y comentarista político.
En torno a la política de Defensa
Viene de la página anterior no nos gustemos a nosotros mismos, en que carezcamos de autoestima. Hasta hace algunos años los gobernantes de este país le consideraban nada menos que el "centinela de Occidente". Y aun hoy, cuando José María Aznar vuelve de uno de sus viajes al extranjero parece Julio César regresando a Roma desde las Galias; deja flotar la idea de que en cada una de sus salidas a reuniones él es quien ha sugerido la solución apropiada y ha dicho la última palabra sobre la política europea y mundial.
No sé si se debe al pasado imperial de España, cuando en nuestros dominios "no se ponía el sol", pero entre nuestros defectos -y sobre todo entre los de nuestros políticos- no figura la falta de autoestima. A veces somos incluso bastante fanfarrones. ¿Por qué hablar de "participar en el líderazgo", en este caso militar? O ¿acaso pensamos que el nombramiento de un español para secretario general de la OTAN fue un reconocimiento de nuestra superioridad militar? A lo que podemos aspirar razonablemente es a que Europa funcione cada vez más democráticamente, de modo que los 38 millones de españoles tengan derecho a participar con los ciudadanos de otros países en todas las decisiones europeas, incluidas las de carácter militar. Pero no somos, ni es fácil que lo seamos, líderes de Europa, y menos aún líderes militares. Saber lo que valemos de verdad quizá sea el modo de que otros no jueguen con nosotros y no puedan utilizarnos con fines que no tienen por qué ser los nuestros.
Más nocivo aún es crear la idea de que las Fuerzas Armadas tienen un papel que jugar como tales en la política interior del país. Eso nos costó ya una terrible guerra civil en el siglo XX, que con la reconciliación nacional todos nos hemos comprometido a que no se repita jamás.
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