El último referente de una época
Cuando ayer por la tarde uno de los albañiles del Cementerio General de Valencia enlucía con yeso la losa que cerraba el nicho en el que había sido introducido el féretro de Enric Valor, también estaba lacrando un ciclo histórico. Valor era el último ejemplar vivo del grupo de intelectuales valencianos que fueron santo y seña para los jóvenes nacionalistas de los años sesenta, setenta y ochenta. A una cierta distancia del núcleo que configuró una suerte de Santísima Trinidad, con el ensayista Joan Fuster, el filólogo Manuel Sanchis Guarner y el poeta Vicent Andrés Estellés, Valor constituía la pieza elíptica de esta médula motriz que generó y alimentó el movimiento nacionalista valenciano contemporáneo. Debajo de este cielo protector de figuras latieron varias generaciones, que a partir de 1981, con la muerte de Sanchis Guarner, empezaron a acudir al desmoronamiento biológico de unos referentes que recogían el testigo del valencianismo forjado en los días de la República, lo corregían, lo aumentaban y, sobre todo, lo esperanzaban. La sensación de orfandad invadió entonces los ambientes universitarios. Sin Sanchis Guarner, que había capitaneado el impulso para dar rango universitario al valenciano desde su acreditada trayectoria en la disciplina, sus jóvenes discípulos tuvieron que afrontar el reto de crecer por la vía rápida y continuar su legado, aunque bajo la advocación de Joan Fuster, el más sugestivo y determinante de todos ellos. Pero apenas una década después, en junio de 1992, sobrevino el fallecimiento del autor de Nosaltres els valencians. Sin el ensayista de Sueca liderando esta corriente, aunque sin ninguna vocación, la sensación de desamparo fue aún mayor. Fuster era el referente por antonomasia, el padre y el logotipo indiscutible de un movimiento, que, aunque no había dado sus frutos políticos, había incidido en los acontecimientos de modo perceptible y había perfumado a las organizaciones con mayor convicción democrática. Vicent Andrés Estellés no se hizo esperar. En marzo de 1993 el mayor poeta valenciano desde Ausiàs March y con más impacto sobre las generaciones posteriores rompió la baraja. El trípode se había caído a trozos, aunque un leve hilo psíquico, la presencia elíptica de Enric Valor, mantenía su equilibrio imaginario. El viernes por la tarde se deshilachó esta hebra y con ella una época. Entre el suelo generacional de estos cuatro hombres y los universitarios de los años sesenta, quizá a consecuencia del episodio acarnizado de la guerra civil, se produjo una falla muy ancha. A este lado del abismo, aquellos jóvenes rebeldes que acompañaban y aplaudían a un muchado de Xàtiva llamado Raimon son ahora el techo de otra época. De repente, todos nos hemos hecho mayores.
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