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Reportaje:

El humor de los tiempos de la penuria triunfa otra vez

Era el humor de los negros tiempos, de la penuria; un humor inteligente, satírico, fino, más o menos blanco, negro o truculento, pero nunca verde ni rosa; absurdo a veces y otras demoledor. Lo practicó gente seria, circunspecta incluso, gente que podría llenar una enciclopedia, ilustrada, y después morirse tan ricamente: gente como Miguel Mihura, Tono, Enrique Herreros, Edgar Neville, Jardiel Poncela, Antonio Mingote, Álvaro de la Iglesia, Joaquín Vidal, Summers, Gila, Paco Umbral, Víctor Badorrey, Villena, Mena, Evaristo Acevedo, Chumi Chúmez, Eduardo Haro Tecglen, Forges, Macmacarra, Vázquez Montalbán, El Perich, El Roto, Tip y Coll, Rafael Azcona, Máximo, Paco Umbral, Manuel Vicent, Forges...Algunos fueron irreductibles y nunca cambiaron de casa; otros fueron tránsfugas, en una u otra dirección; ahora todos están juntos, compartiendo el ático de las listas de ventas de libros. Aunque los derechos están muy repartidos, y aunque Coll y Vicent aseguran que aún no han visto una peseta (y por cómico que parezca en estos tiempos de tómbolas pertinaces), los lectores se quitan de las manos las dos antologías recopilatorias de La Codorniz (EDAF) y Hermano Lobo (Temas de Hoy).

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Hasta tal punto que las cifras, decenas de miles de ejemplares por barba, harían palidecer al más conspicuo novelista. El perspicaz sociólogo de a pie que es Luis Carandell, uno de los muchos que pasó de Triunfo a Hermano Lobo tras el cierre de la primera, sostiene que en este pelotazo editorial influye, primero, "la moda del revival", y segundo, una enorme nostalgia por la risa: "Ahora los chistes de los periódicos no hacen reír, son más un editorial que una invitación a la carcajada".

Coincide Manuel Vicent. "Nostalgia pura y dura, amigo. Con esta vida de ahora no hay la más mínima posibilidad de hacer humor. Si ves a todas horas esa realidad tremebunda, llena de catástrofes grotescas, ridículas, dramáticas, no hay quien se ría. Con el humor pasa como con el teatro: vas paseando por la calle, observas las maravillas que hacen los jóvenes en los capós de los coches, te metes en un sitio lleno de terciopelos, con un telón lleno de caspa, y te dan ganas de salir corriendo".

Pero seguramente hay algo más. ¿Quizá cierta añoranza del talento, del espíritu crítico, mordaz, inteligente? "Pues claro, hombre", responde Coll con la autoridad que le da haber sido colaborador en las dos revistas: "El humor es como las angulas o el solomillo: si es bueno la gente se lo compra y se lo recomienda a los amigos. Y aquel humor era teta de novicia".

"Era un humor fetén", abunda Joaquín Vidal, creador de la célebre sección taurina "Las vacas enviudan a las cinco", en La Codorniz, colaborador de la revista durante nueve años, y hoy crítico de toros de EL PAÍS. "Un humor muy puro, muy distinto del de los caricatos de ahora: lo vulgar, lo chabacano, lo pornográfico, lo escatológico y los lugares comunes, todo eso estaba prohibido por una ley no escrita. La Codorniz tenía una calidad literaria espléndida. Se escribía entre líneas, pero la gente te seguía con una devoción mariana. Incluso sin firmar, nunca he tenido tantas satisfacciones como periodista".

Y eso que Vidal era en aquel tiempo el prototipo del españolito pluriempleado: compaginaba La Codorniz con su puesto de funcionario en el Instituto de la Marina, las crónicas taurinas en Pueblo y las colaboraciones en Radio Madrid y TVE. Vidal recuerda las comidas mensuales de la revista como "la solemne reunión de unos señores tímidos, bebedores, sufridores, perdedores y solitarios que se reían de ellos mismos. Pero si alguien hacía un chiste lo linchaban".

Otro gran entregado a aquella causa italianizante, nacida de La Ametralladora, revista de humor de la zona nacional, es el tímido profesional y guionista subversivo Rafael Azcona, que entró a la revista como maquetista y redactor con 25 años. Fue por Antonio Mingote, que le animó a dejar sus "ripios de amor mal curado". "Siempre fui un adicto a La Codorniz, antes y después de trabajar allí entre 1952 y 1956", declara Azcona. Pero eran tiempos duros, se ganaba poco. "Y para colmo el contable se llamaba Marciano. Marciano Andrés".

Por cierto que Coll tiene recuerdos regulares de Marciano: "Fue la época de la gran penuria. Malvivía básicamente de las 90 pesetas por pieza que ganaba allí. En esos años nacieron mis deudas más enjundiosas".

Coll llegó de Cuenca enchufado por César González Ruano y dice que la cosa económica mejoró, finalmente, unos 15 años después: el diccionario que empezó a publicar en la revista fue el libro más vendido de 1976. Pero en los cincuenta hacer humor era una cosa muy triste. Mientras creó al Repelente niño Vicente, Azcona hacía de reportero, de dibujante, de escritor para revistas de decoración, de autor de sueltos para una revista de Acción Católica... Recuerda con horror el ataque de unos falangistas ofendidos a la Redacción, y con mucho cariño los martinis del aperitivo en Fuyma, "porque pagaba el director, Álvaro de la Iglesia, y porque había allí unas putas muy respetuosas". Estuvo así hasta que se fue a Canarias, a hacer cine, y se tuvo que quedar allí tres meses, "porque no había dinero para pagarme el billete de vuelta. Lo tuve que dejar, y fue una pena, porque algunas cosas que escribí allí son de las que menos triste me han dejado".

La Codorniz, ya se ve, tuvo una vida difícil pero feliz. La fundó Miguel Mihura en 1941 y murió (tras vender tiradas de 200.000 ejemplares en los años sesenta y tras sufrir una agonía más larga que la del dictador), en 1978. Hermano Lobo resistió la décima parte: sólo cuatro años, de 1972 a 1976. Los dos primeros vendió durante muchas semanas 250.000 ejemplares; luego, empezó "el goteo". Pero autores y lectores disfrutaron como niños: "Hermano Lobo era crítica, ácida, sarcástica. Leyéndola te sentías libre, satisfecho, diferente", vocea Manuel Vicent. "Trataba de algo más profundo que la política, de lo que estaba por debajo; y tenía una concentración de talentos fabulosa, una explosión que cambió el humor, lo renovó, le dio un nuevo lenguaje".

Aparentemente, las dos revistas se parecen. Ideológicamente, dicen los protagonistas, eran opuestas: de derechas y más o menos instalada La Codorniz; progre y joven Hermano Lobo. Lo cierto es que Chumi Chúmez inventó la receta Hermano Lobo (revista breve de humor, con menos texto y más dibujos) mientras trabajaba en La Codorniz.

Se entabló entonces competencia feroz, se robaron lectores y firmas, se militó. O una o la otra. El Roto, antes OPS, cree que La Codorniz no superó la losa de "estar hecha por gente de una generación machacada por la dictadura, sin capacidad para enfrentarse con esa dictadura".

Hermano Lobo no sólo hizo oposición, sino que protagonizó una transición lúdica, mientras se convertía en vivero de lo que Carandell llama "la actual nomenclatura mediática del país". Para Vicent, fue un "Triunfo que se entendía, con el que la gente se agarraba la tripa por la calle". Lo que vino después se sale ya de los tiempos de la penuria. ¿O no?

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