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Blancos y sucios

Cuando el apócrifo rey Baltasar dejó de ser representado por un blanco tiznado de negro en las pantomimas navideñas de los grandes almacenes, muchos ciudadanos madrileños se apercibieron de que vivían en una ciudad multirracial y algunos empezaron a tomar conciencia del racista soterrado que llevaban dentro y que sólo afloraba en ocasiones especiales, por ejemplo, cuando salían a colación los gitanos.Pero lo de los gitanos no era racismo según la vara de medir de esos payos en aquellos años. La desconfianza y el menosprecio por la "gente del cobre" estaba tan intrincada en sus genes desde hacía tanto tiempo, formaba parte de una rivalidad tan antigua, que los racistas ni siquiera se daban cuenta.

Frases como "vas hecho un gitano", o términos despectivos como "gitanada", o "gitanería", refranes castizos o chistes ofensivos se incorporaban con fluidez a la conversación sin que nadie del entorno protestara por su incorrección política.

También se hablaba de "trabajar como un negro", "hacer el indio", "engañar a alguien como un chino", "ser un moro" o "hacer una judiada" sin que cundiera el escándalo en un entorno coloquial plagado también de términos sexistas y discriminatorios. Un misionero de lo políticamente correcto las hubiera pasado "negras" hace unos años en este país para defender su credo, ese código "blanco, anglosajón y protestante" que en su pretensión de no ofender a nadie desnaturaliza el lenguaje y lo convierte en algo inofensivo, estéril, impersonal y paternalista.

A mí que la historia se haya olvidado de ellos, anónimos mentores del franquismo fueron los pioneros de un ensayo de lenguaje políticamente correcto para uso, consumo y adoctrinamiento de las masas sometidas a su dictado. Un dictado que comenzaba corrigiendo el espectro cromático, del que desaparecía el color rojo, que debía ser sustituido por "colorado" o "encarnado"; otras correcciones afectaban a "obrero", reemplazable por "productor", o a pobre, "subdesarrollado" o "económicamente débil", calificativos que no se impusieron, al convertirse rápidamente en objeto de chistes populares y de incipientes sátiras cinematográficas, Los económicamente débiles (1960) y Los subdesarrollados (1968).

En el idioma contemporáneo de lo políticamente correcto desapareció otro color, el negro, que en lo tocante a razas se traduce en Estados Unidos por "afroamericano", y en otras partes, por "de color", sin especificar cuál, para adecuarse todavía más a la corrección, porque hoy la población del planeta es multicolor y no responde a los esquematismos del blanco y el negro.

Pero quizás el esquematismo más peligroso sea el que acecha bajo el genérico "de color", que divide el mundo sin contemplaciones entre los blancos y todos los demás, ignorando matices y distinciones secundarias.

Lo blanco es bello y limpio. "No son negros, es que están sucios", escuché una vez decir a una joven madre al tiempo que tiraba de la mano de su hija pequeña para apartarla de una familia mendicante en la calle.

Pobres pero limpios, pobres pero honrados, decían con un punto de humilde orgullo los pobres vergonzantes, españoles y blancos de solemnidad de tanto lavarse y restregarse para no ser confundidos con la hez.

Es el color del dinero el que blanquea las razas y crea distinciones y barreras. Ésa es una de las lecciones que aprenden con frío y hambre estos días los refugiados rumanos de la segunda hornada del campamento de San Roque, hacinados en tiendas de campaña y separados por una alambrada de los que llegaron antes, aunque son sus her-manos, tan rubios como ellos, pero más sucios y más pobres y más desvalidos.

Todavía hay clases incluso entre los desclasados; ésa es la lección que el Ayuntamiento imparte a los inmigrantes que se acercan a la ciudad.

Siempre ha habido clases, incluso entre la basura que hay que reciclar porque es una fuente de riqueza para todos, para los anónimos perdedores que rebuscan en ella y para los Albertos, o las Koplowitz, que la trabajan a lo grande como empresarios del sector.

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