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La última vendedora de calle

Desde hace 20 años, todos los días, cuando Begoña Vicario, de 64 años, viuda y madre de tres hijos, abandona su casa para ir a vender periódicos a la intemperie en una calle céntrica de Bilbao, se lleva consigo un sueño aín incumplido. Que el Ayuntamiento responda algún día a sus peticiones y decida concederle un quiosco en el que protegerse del frío y el viento. Y también de los ladrones. "Si me ponen el quiosquito, tengo un modo de vida", dice esperanzada.En 20 años, Begoña Vicario sólo ha faltado un día a su puesto -en realidad, una silla plegable y varias tablas- en el que vende revistas y bolsitas de caramelos en la calle Rodríguez Arias de Bilbao, junto a la esquina de Ercilla. Tantos años después, esta mujer, menuda, de ojos claros y con las piernas dolorosamente hinchadas, recuerda que fue una ocasión en que los médicos le obligaron a permanecer en el hospital después de que estuviera a punto de ahogarse con un hueso astillado de pollo que quedó atravesado en su garganta.

De todos los vendedores de periódicos callejeros que ha habido en Bilbao en los últimos 20 años, Begoña Vicario es la única que todavía carece de un local o un quiosco que le resguarde de las inclemencias meteorológicas. "Ahora que Bilbao ha quedado tan bonito y se han gastado tantos millones en museos, puentes, calles y en arreglarlo todo, no comprendo cómo a las autoridades no se les ocurre poner un quiosco ahí [en la recién peatonalizada calle Ercilla], que es mejor que verme a mí en la calle", argumenta Begoña.

La vendedora no comprende que después de haber solicitado tantas veces al Ayuntamiento un quiosco no se lo concedan. Incluso llegó a preguntar al anterior alcalde de Bilbao, Josu Ortuondo, qué pasos tenía que seguir para conseguirlo. Sobre todo, cuando comprueba que a otros se les otorga y con aparente menos motivos. Ella, como los demás, paga tus tasas al departamento de Urbanismo del Ayuntamiento de Bilbao por los escasos metros de acera que ocupa con su liviano tenderete. "Yo soy de Bilbao, del barrio de Deusto y tan vasca como los demás", arguye como si creyera que a veces hubiera razones escondidas en algunas actitudes.

Begoña ha estado toda su vida trabajando, cosiendo desde niña como pantalonera y bordadora. Hasta que al ver que la aguja no daba "ni cuatro perras" se lanzó en 1980 a vender periódicos en la calle para sobrevivir. Las publicaciones y una silla plegable era todo lo que necesitaba. "Lo pasé mal, pero no había más remedio. Me salían sabañones del frío, pero yo seguí".

Hasta ahora. Todos los días, a las cinco de la mañana sale de casa y se dirige a su esquina. En alguna ocasión, en taxi. Cuando llega, a veces los paquetes están rotos, otras desperdigados. A veces le roban y otras le amenazan. Antes de instalarse, Vicario reparte una treintena a domicilio. Y así todos los días. "No estamos en el tercer mundo; con un quiosquito, sería feliz. Llevo 20 años pidiéndolo".

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