Rusia y el espejismo del "año cero"
"Putin es uno de los nuestros. Confiamos de todo corazón en él". Desde San Petersburgo, la persona a la que acabo de felicitar por teléfono al filo del Año Nuevo no oculta su euforia. Mi interlocutor está cercano a Anatoli Chubáis, hoy presidente del monopolio estatal de la energía eléctrica y conoce bien a Vladímir Putin, que llegó a Moscú procedente de San Petersburgo de la mano de Chubáis cuando este político era jefe de la Administración de Borís Yeltsin. Mi interlocutor dice estar tan animado como a principios de los noventa, cuando el grupo de reformistas que pululaban en torno a Yegor Gaidar y Chubáis estaban cargados de proyectos. "Se acabó Primakov, se acabó Luzhkov. Se acabaron los comunistas", afirma mi interlocutor, que no da importancia a la sucia campaña propagandística realizada por el Kremlin antes de las elecciones a la Duma.Mi segundo interlocutor, al que localizo en Moscú, pertenece a los intelectuales que nunca perdonaron a Yeltsin el haber usado los cañones contra el Sóviet Supremo (el Parlamento ruso anterior a la Duma) en octubre de 1993. Hoy se dedica a actividades literarias y no participa en la política activa. Opina con ironía sobre Putin: "No sé si se trata de un genio de la humanidad o de un nuevo Stalin".
Mi primer interlocutor sintetiza la renovada esperanza que los jóvenes "liberales" de San Petersburgo tenían a finales de 1991, cuando formaban parte del primer equipo reformista de Yeltsin. Los "reformistas" actuaron como una élite ilustrada, convencida de poseer la única receta para la transición a la economía de mercado en Rusia. Y sus "proyectos de choque" o bien prescindieron del consenso de la sociedad o bien defraudaron las esperanzas puestas en ellos. Además, se creyeron al margen de la corrupción y no tuvieron en cuenta el "factor patriótico" ruso.
Putin encarna hoy el modelo de presidenciable -con toques de Pinochet a la rusa- que aquellos chicos liberales de San Petersburgo y sus amigos moscovitas buscaban hace años. En el hombre que tiene hoy las mejores cartas para ser presidente de Rusia convergen los intereses de los servicios de Seguridad, del Ejército, los grupos guiados por el deseo de una "Rusia fuerte", y también los intereses de los más poderosos miembros de la oligarquía corrupta que se ha formado en el país.
Putin es hoy una "realidad virtual", una pantalla en blanco donde los estrategas encargados de encauzar el postyeltsinismo proyectan aquello que los rusos y la opinión pública internacional quieren oír. Hace pocos días, desde el diario Süddeutsche Zeitung, Putin ha tentado a Alemania con la oferta de una cooperación más estrecha entre Rusia y la UE.
Los escenógrafos del Kremlin han sabido asociar la imagen de Putin a la de un punto de inflexión a partir del cual comienza el renacimiento de Rusia como gran potencia en el ámbito exterior y como Estado capaz de imponer el orden en el ámbito interior. La operación de márketing ha sido perfecta, porque presenta el inicio del milenio como un año cero para Rusia. Para los rusos, la tentación de sucumbir a esta imagen es inmensa, tras la pérdida de influencia de su país y la inseguridad y falta de protección de los ciudadanos.
El golpe de efecto de Yeltsin ocurre cuando Putin navega en la cresta de la ola. Los resultados obtenidos por Unidad, el partido surgido de la manga del Kremlin, legitiman a Putin, los precios del crudo favorecen a la economía, los posibles rivales están desmoralizados y no han reagrupado sus fuerzas, Grozni puede ser "reconquistada" en un plazo razonable y Putin tiene los "recursos administrativos" a su servicio. Esta constelación favorable difícilmente se podía sostener hasta junio.
Al margen de sus vinculaciones, las verdaderas intenciones y posibilidades de Putin al frente de Rusia -en relación a los poderes que hoy le apoyan- están por ver. Si al futuro del Estado de derecho en Rusia nos referimos, resulta inquietante la escandalosa manipulación de la opinión pública, al servicio del Kremlin y del magnate Borís Berezovski, durante la última campaña electoral. E inquietante resulta también la forma en que han sido "tapados" sistemáticamente los casos de corrupción que han afectado al clan dirigente y a sus allegados, es decir, la máxima krisha (grupo protector) del país. Los que no han sucumbido al espejismo del año cero temen que la "Rusia fuerte" en la que piensa Putin corresponda más bien a una concepción del Estado más apropiada para una época decimonónica e imperial que para una Rusia verdaderamente moderna y democrática (en las acepciones occidentales de estas dos palabras).
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