La tienda del espía
MANUEL PERIS
No va de cachondeo. En la ciudad de Valencia han abierto estas Navidades un comercio con el descriptivo nombre de "La Tienda del Espía". Está ubicada en la Avenida del Antiguo Reino, frente al monumento "als Maulets". En España hay otras nueve tiendas como esta y el negocio debe estar en plena expansión porque el primer folleto que se ofrece al público es una carpetilla que bajo el título de Dossier top secret explica el gran futuro del negocio y las condiciones básicas de la franquicia.
La estética de cómic de la fachada da al establecimiento una imagen bastante tranquilizadora. Sobre un globo terráqueo aparece la silueta en negro de un tipo, visto de perfil con el cuello de la gabardina subido y el sombrero calado hasta las cejas. El motivo se repite como imagen de marca sobre folletos y productos y en cierta medida recuerda a otra franquicia, Coronel Tapioca, una marca que juega con la imagen del tintinesco general Alcázar y el nombre de su opositor, el general Tapioca, un "Mussolini de carnaval", en palabras del ilustre capitán Haddock.
Ese aire novelesco, que nos remite a juegos y lecturas de la infancia, se prolonga en algunos productos como la tinta invisible y sobre todo con los diferentes modelos de oscuras gafas que se muestran en el escaparate. Son gafas con retrovisor, un objeto en cierta medida poético, sino fuera por el tono chiflado del folleto: "Es el método más efectivo para saber si alguien le sigue. Tiene dos espejos a los lados de los cristales". Seguro que el invento tiene éxito entre los paranoicos.
Los otros productos son un poco menos inocentes: grabadoras telefónicas, sistemas de escucha medioambientales, microcámaras, detectores de radar, bolígrafos grabadores, amplificadores de sonido para oír detrás de las paredes, aparatos de visión nocturna, bolígrafos grabadores, micrófonos direccionales, cambiadores electrónicos de voz, interceptores de teléfonos fijos o móviles... en fin, toda la sofisticada quincallería electrónica propia del fisgón vocacional.
Sin embargo, lo más inquietante de todo esto es pensar en la demanda que sostiene semejante oferta de productos. A nadie le extraña ya encontrarse a un grupo de pascueros disfrazados de exploradores tropicales, o con chalecos de corresponsal de guerra. Quien más quien menos tiene uno de esos pantalones convertibles en bermudas y forrados de bolsillos. Somos pájaros urbanos que de vez en cuando jugamos a liberarnos de la jaula disfrazándonos de lo que no somos, audaces aventureros. Sí, pero aún suponiendo que esto también fuera un juego ¿a qué diablos juegan los clientes de la tiendas de espías? ¿qué frustración pretenden exorcizar con toda la parafernalia electrónica?
Los modelos a emular son un tanto fuleros, porque los ejemplos de espionaje que tenemos en este país no es que sean precisamente muy edificantes: Perote en el trullo por vender secretos de estado a un banquero chantajista, o un tipo de los servicios secretos de la Guardia Civil presentándose en calzoncillos ante el tribunal que le juzga.
En fin que habrá que esperar a ver cómo evoluciona la demanda, porque uno lo único que ha visto realmente interesante en la tienda de marras ha sido a su simpática dependienta, digna de un atractivo papel en una película de Bond, James Bond. No sé, igual el intríngulis es ése.
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