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Sesenta años después

Secuencia 32-11. Unas manos sujetan una libreta con nueve topónimos escritos. Seis se ubican en el Alto Palancia. Una pluma señala uno: Torás. El argumento desvela que es un miliciano republicano de Sierra de Teruel, la película sobre la guerra civil española que Max Aub y André Malraux filmaron en 1939. Este año se cumple el 60º aniversario del rodaje y del fin de la contienda, que contribuyó a hundir en la miseria a muchos pueblos, desde los que se ofreció un apoyo destacado al frente rojo de Teruel. Seis décadas después, una mirada a esos rincones del interior evidencia una evolución, pero también la sensación de que el tiempo se detuvo hace años.Barracas, Caudiel, Jérica, Viver, El Toro y Torás aparecen y desaparecen en la adaptación cinematográfica que los dos intelectuales comenzaron en agosto de 1938 en Barcelona, producida por el Gobierno republicano de Negrín y algo de dinero francés. Los pueblos del Alto Palancia ocupan un plano, pese a no constar en el guión de Malraux (basado en su novela L"Espoir), que Max Aub tradujo al castellano, que se convirtió en una película proscrita desde su nacimiento. Su estreno sólo fue posible en Francia, en varias proyecciones privadas, antes de ser prohibida por el Gobierno galo. El público español tuvo que esperar hasta 1977.

El interior castellonense quedó inmortalizado en el filme. No se sabe si los pueblos por los que los milicianos Anttignies y Peña fueron a "pescar coches" para que los faros iluminaran un campo de aviación republicano cedieron sus calles y plazas para el rodaje, o sólo su nombre. Pero su esencia se respira en la película, quizá en justicia a la historia real, ésa que ha demostrado que el frente de Teruel encontró en la zona un fuerte respaldo. Sesenta años después, un viaje al suroeste castellonense reflejado en Sierra de Teruel evidencia los vestigios indelebles del pasado, tanto en el paisaje como en la memoria de sus gentes, y una evolución mucho más lenta que en el litoral. El campanario de la iglesia de Torás, en cuyo sótano hay un refugio tapiado, continúa acribillado por las balas. En los montes se han encontrado nidos de ametralladoras y bombas sin estallar. "La partida Morredondo está repleta de trincheras y cuevas con cartas de milicianos esculpidas en las paredes, dedicadas a sus madres y esposas", cuenta Francisco Garzando, de 89 años, un vecino de Valencia que veranea en Torás desde hace medio siglo.

Los de allí son más parcos. Es como si quisieran olvidar. "Pasamos muchas penurias y luego nos esforzamos por salir adelante", recuerda Vicente Macián, de 78 años. La supervivencia se centró, antes y ahora, en una economía agraria, basada en el cultivo de olivas y almendras, y en la reforestación. La ganadería, que en el pasado compartía casa con las personas, hace tiempo que se abandonó, tal vez porque el éxodo juvenil ha impedido la sucesión familiar en el negocio. La mayoría de estos pueblos, instalados en montañas y con calles aún adoquinadas, viven ajenos al consumismo. El tiempo, allí, pasa despacio y con la ignorancia de haber hecho historia, de haber participado en aquella aventura documental que creía "en la libertad, en el hombre, en el arte, en la posibilidad de justicia". Lo dijo Max Aub, desde el exilio en México, en 1967, casi 30 años después de la guerra, creyendo aún en la esperanza.

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