Retorno de Brecht a las cunetas
La recuperación de Bertolt Brecht, o lo que queda, después de un oscuro siglo, de su burlona mala sombra en el rincón de la estancia del teatro vivo que este hombre se ganó a pulso en las aceras y los tugurios de su ciudad, antes de que Berlín fuera una escombrera de guerra perdida y luego un escaparate de posguerra ganada, comenzó hace bastante tiempo, pero fue durante los cercanos días del rescate de su inmenso talento en el centenario de su nacimiento, hace tres años, cuando tomó carta de naturaleza. El día de febrero de 1989 en que fueron derruidos los primeros lienzos de la hormigonera del muro, por los huecos del monstruo desdentado asomaron las risotadas del teatrero revolucionario pidiendo ayuda. Sacadme de aquí. Y hubo algún que otro iluso que se puso a ello.Esta llamada de Brecht sonó hace poco, pero venía de lejos, de casi medio siglo antes. Ahora, ya pelados todos los dientes del perro de Europa, con el medio siglo (sin casi) a punto de cumplirse, la llamada vuelve a resonar en la petulante geometría de los jardines futuros de la Postdamerplatz. Sacadme de aquí. Pero seguro que esta vez acudirá menos gente que en aquella su primera llamada de socorro. Brecht ha sido mientras tanto investigado y lo deducido es que su personaje de fondo sigue tensando las memas alarmas de lo "políticamente correcto", por lo que traerlo al teatro vivo desde su panteón institucional del Berliner Ensemble, cuyo centenario es precisamente lo que va a conmemorarse, puede convertir a este arisco y socarrón dinamitero en un tipo incómodo, tanto que sería capaz de decir a nuestros eurócratas las mismas barbaridades roncas e insalubres que escupió en los años treinta y cuarenta a los ojos de sus perros nazis.
Brecht murió muchos años antes de su muerte, cuando los comunistas alemanes encerraron su talento a cal y canto, y los burócratas de turno echaron el candado para que nunca se escapase de detrás de las paredes color hueso de ese teatro Berliner que ahora, dentro de unos días, va a cumplir medio siglo. Sacadme de aquí, dice el terco viejo. Y lo sacan cacho a cacho en poemas de ira domesticada, en canciones pendonas perfumadas, en sosos libros eruditos y en guapos montajes ilustrados, pero dejando intacto paredes adentro el ácido escéptico, ahora con mordedura sacramental, que corría por su sangre cuando aún su piel sudaba el frío de las aceras y su boca desdentada masticaba el vaho de los teatrillos golfos de aquel Berlín en que fue un fruto amargo. Sacadme de aquí, y lo sacan, pero la sustancia de sus cenizas se quedará dentro, cuando en enero una batería de políticos enfrascados conmemoren el medio siglo de la conversión del Berliner Ensemble en el último sepulcro europeo del teatro de lucha civil.
Sólo las calles desiertas, las peladas aceras, los templos desguarnecidos del cobijo de la marginalidad, las cunetas del teatro, que Brecht recorrió a sus anchas mientras fue dueño de su ira, podrían arrastrarle fuera de la guarida burocrática en que ahora reposa la mueca desdentada de su muro, pues sólo de carcajadas como las de estas mandíbulas de cemento nace el teatro que merece estar vivo. El otro, el teatro amordazado por la brillantina institucional, está muerto antes de nacer. Ahora, Brecht es una parte como otras de su museo, pero los museos del teatro tienen un nombre, cementerios, y de una de sus tumbas brota el ronco "sacadme de aquí" que ya nadie oye. Otros templos de la teatralidad gobernada incautarán los restos del poeta y los ofrecerán al mundo como restos del último cómico sublevado. Pero el otro Brecht, el poeta navajero que aún flota en la conciencia de quienes él empujó a abrir en canal las tripas de los tiempos oscuros de donde procedía su mala leche, seguirá dormitando en la tibieza del Berliner, guillotina institucional de su mano izquierda, ésa que mientras vivió no dejó en Europa títere con cabeza, y fue refugio del único escenario vivo que se recuerda, el que, de tarde en tarde, sale de la modorra, se yergue sobre las cunetas y llama a que acudan a echarle una mano sus pobladores.
Babelia
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