Música de los virreinatos en la Encarnación
Un concierto coral en el monasterio madrileño recupera la mejor polifonía de la vieja América hispana
Desde el arranque de la calle de la Bola, la fachada del monasterio de la Encarnación parecía ayer la proa erguida de una goleta. Con su Anunciación de María, esculpida por un Leoni, a modo de mascarón espléndido, sus recios arcos apilastrados por bastimentos y su porte severo y herreriano, el buque de piedra emprendió a media tarde de ayer una larga travesía musical hacia América: Perú, el Alto Perú, Bolivia y el Caribe.A falta de oleaje en el páramo madrileño, la nave se procuraba su empuje desde el cálido aliento surgido potentemente de los pulmones de seis mujeres y seis hombres: el coro cubano Exaudi. Dentro del templo de la Encarnación, herreriano en su origen, 1616, sobre el que Ventura Rodríguez dejara en una reforma de 1767 la mejor impronta de su arquitectura, el grupo coral de La Habana, hoy uno de los mejores de la escena mundial, impulsó la singladura con la potente brisa de terciopelo mecida por sus voces.
El destino del viaje era América; el capitán de la nave, el musicólogo Alejandro Massó, madrileño; cómitre de la goleta fue María Felicia Pérez, regidora habanera del coro; y el patrón, una compañía petrolera española que ha financiado la recuperación de la polifonía americana ayer cantada. Veinte personas han recorrido durante meses las viejas sacristías de iglesias y conventos de los Andes de Perú y Bolivia, incluso hasta los 5.200 metros de altura -explica Alejandro Massó-, y del Caribe más cubano; han conversado allí con sus organistas y músicos locales para rescatar añosas notaciones y partituras ajadas por el tiempo, pero aún vivas en la memoria. En ellas ha quedado en quechua y en castellano el testimonio de aquellos músicos que dieron expresión al sentir de sus pueblos otorgando al canto polifónico una personalidad sublime y única.
Ayer, por primera vez en España, los vetustos cifrados, las notaciones más intrincadas, los papeles más dispersos de la música coral americana, con un trasunto navideño, cobraron unicidad y vida. Brotaron armoniosamente ordenados desde las gargantas de los miembros del coro Exaudi con una belleza que invitaba al recogimiento, tiñendo así de profundo gozo los muros del convento madrileño. Y ello, bajo las miradas de un público distinguido entre el que se hallaban la infanta doña Elena, el Duque de Lugo y Alberto Ruiz-Gallardón. Allí, la música de los virreinatos ya recobrada, ocupó todo el espacio, también el tiempo detenido, del monasterio de la Encarnación.
La música coral americana muestra la rara particularidad de carecer de bajos. Ideada para ser cantada por mujeres y niños, con tonos de desconocida agudeza quizá para ocupar los recintos inmensos de catedrales como la peruana de Cusco y la boliviana de Sucre, su polifonía es siempre dual y surge esmaltada por la calidez de unos bucles singulares; son las llamadas terceras: sin erguirse hasta el crescendo, esa rampa sonora progresiva rigorizada en Europa, las americanas muestran, por el contrario, un circuito sónico en espiral que llega a la hondura más opaca, donde dicen que nacen los sentimientos. Por ello, se vieron lágrimas en los rostros de algunos asistentes. Resultaba muy difícil sustraerse a la contagiosa emoción de las primeras voces de María Felicia Pérez y de Grisel Lince.
Los textos, trabados con la música, destilaban dulzura, como el del niño que acude al portal de Belén para hacer sus ejercicios de solfeo. Toda la mitología animista de los pobladores de la vieja América, sus cielos, sus soles y sierras, se funden mansamente en estas composiciones con los motivos cristianos de la polifonía española de los siglo XVI y XVII y la italiana del XVIII. Casan armoniosamente. Cada universo imaginado está en su sitio, pero su fusión produce una suma de bellezas donde la primacía recae sobre la frescura desracionalizada del canto ingenuo y tierno que saluda a la Navidad desde América.
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