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Familia numerosa

Andrés Ortega

Buena foto de familia, el sábado en Helsinki, miembros y candidatos juntos. Pero pone de relieve un gran problema. Eso no era un futuro Consejo Europeo. Era una asamblea. Y a eso se va. A convertir el Consejo, de jefes de Estado y de Gobierno, y de ministros, en una especie de Senado. A eso o a una ampliación mucho más corta de la que refleja la foto. Helsinki ha dado dos pasos de alcance, con la lista de la ampliación y la política de defensa. Pero llenos de contradicciones o de preguntas sin respuesta, pues faltan elementos y falta calendario.Si cada delegación, en esa Europa de 28, más la Comisión y el señor Pesc, quieren hablar, aunque sea cinco minutos, en las cumbres, se irán dos horas y media en las introducciones. No es tan anecdótico. La UE, con cada ampliación, va adentrándose en un problema que ya obsesionaba a los padres fundadores de Estados Unidos, como se refleja en los Federalist Papers de Hamilton, Madison y Jay: la cuestión del tamaño y el espacio, y su relación con la democracia. El espacio pueden reducirlo los nuevos medios de comunicación. Pero, ¿puede ser democrática una UE con 400 o 500 millones de habitantes o, más bien, como parece, se agravará su déficit democrático, por no hablar de una manga más ancha respecto a los criterios democráticos de futuros socios?

La primera contradicción de Helsinki es que se amplíe la ampliación, valga la redundancia, anteriormente prevista, pero a la vez se mantenga una lista corta para la reforma institucional, esencialmente limitada a los comisarios, y al reparto de los votos. Es lo que deseaba Aznar, más celoso de preservar posciones que de construir otras nuevas. Oficialmente se dice que es mejor una minirreforma, pues de otro modo la dificultad de un acuerdo interno en la UE aplazaría la ampliación. Si se va a la gran ampliación no servirán, ni las actuales instituciones, ni muchas de las políticas comunes, ni el marco presupuestario pensado para una ampliación barata, como la UE pretende también una política de seguridad y defensa poco costosa. Prodi tenía razón al pedir una reforma amplia. Que no lo haya conseguido lleva a sospechar que hay una intención de limitar, por un tiempo bastante indefinido, la ampliación a los mejor preparados, que son los que más interesan a Francia o Alemania.

Hay que tener sumo cuidado, pues en los países incluidos en la lista de Helsinki que no llegaran a ingresar se podrían generar enormes frustraciones, con lo que en vez de exportar estabilidad, la UE exportaría inestabilidad; también a Turquía. Por eso, una vez en este camino, no le va a quedar a la UE otro remedio que recorrerlo hasta el final, aunque el momento no sea propicio, pues se está generando una extraña coalición contra la ampliación dentro de la UE y fuera de ella. El entusiasmo ha decaído en las opiniones públicas de la República Checa y otros países, por la tardanza, por los costes y esfuerzos de adaptación previsibles, y porque cuando estos países han recuperado su libertad y su sentido de nación, se les pide que la relativicen en la supranacionalidad comunitaria. Dentro de la UE, en Austria y en otros países, están creciendo las derechas extremas, alimentadas por el temor a una invasión de extranjeros, más pobres, claro, con la incorporación de los países del Este. O simplemente, como los soberanistas en Francia, porque son antieuropeos. Es decir, que se empieza a hablar más en serio de la ampliación cuando una parte de las opiniones públicas se están volviendo contra ella.

Pero, de llegarse a 27 o 28 Estados miembros, será una Unión Europea, muy diferente de la actual en sus instituciones, y probablemente menos ambiciosa en sus políticas. Europa se quedaría en espacio, cuando necesita también ser potencia. Si la UE llega a confundirse con la Europa geográfica, habrá que inventar otra Comunidad, u otras comunidades e integraciones, dentro de la anterior, un núcleo verdaderamente integrado, en el que habrá de estar España. Para no tener que subirse al carro en marcha, como ha ocurrido antes de Helsinki, cuando París, Berlín y Londres ya habían estructurado el marco de la política común de defensa.

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