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Tribuna
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Despegue

Enrique Gil Calvo

En el acto celebrado por el Congreso para conmemorar el 21º aniversario de la Constitución, el presidente del Gobierno acusó formalmente al nacionalismo vasco democrático de plegarse a una deliberada estrategia independentista en connivencia con ETA, que se habría desplegado en cuatro fases planificadas al día siguiente del asesinato de Miguel Ángel Blanco. El alegato, así formulado en tan solemne marco, no podría ser más grave. Y en consecuencia, al PNV, antiguo aliado parlamentario del Gobierno, no se le dejaba otra salida que el despegue del bando demócrata. De modo que la pieza acusatoria de Aznar era en realidad una profecía destinada a autocumplirse, pues no podía menos que provocar la misma reacción que se pretendía denunciar. Pero, ¿qué hay de verosímil en semejante requisitoria?No cabe duda de que la tregua y Lizarra nacieron como mecanismo de defensa contra el espíritu de Ermua, que amenazaba con diezmar ideológicamente las bases electorales del nacionalismo vasco. Hasta aquí acierta el diagnóstico de Aznar. Pero, en cambio, no parece haber connivencia objetiva entre PNV y ETA, sino, por el contrario, una abierta (aunque soterrada) pugna dialéctica de intereses contrapuestos. La prueba está en que la tregua triunfó, disolviendo como un azucarillo el espíritu de Ermua, pero a pesar de eso ETA la ha roto, desarticulando por completo el juego del PNV. ¿Cómo entenderlo?

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La mejor explicación es imaginar una partida que enfrentaba a ETA y PNV a ambos lados del tablero, pugnando por ver quién explotaba en su propio beneficio el sorprendente éxito que había cosechado Lizarra al neutralizar Ermua. El PNV intentaba llevarse al huerto a ETA, haciéndola entrar en las instituciones de la mano de EH. De ahí la metáfora de la pista de aterrizaje con que se pretendía legitimar el montaje de Lizarra. Pues bien, la metáfora ha funcionado pero en un sentido opuesto al esperado por el PNV. La ruptura de la tregua es la constatación de que Lizarra no ha supuesto una pista de aterrizaje para ETA, sino una pista de despegue para el PNV, que contra su voluntad se va a ver obligado a romper con Madrid.

¿Quién ha engañado a quién? ¿Egibar a Otegi con el señuelo de Lizarra, o éste a aquél con el anzuelo de la tregua? De los hechos se deduce una victoria en toda regla de la maquiavélica maniobra de ETA, que ha logrado invertir en su propio beneficio el signo de la correlación de fuerzas que le enfrentaba a dos bandas tanto con el PNV como con Madrid. De estar hundida tras el criminal error cometido en Erma, que le hizo perder toda credibilidad ante el electorado vasco, ETA ha conseguido remontar el vuelo gracias a la tregua, recobrando parte de su legitimidad perdida. Pero entonces, ¿por qué ha roto una tregua que tanto le beneficiaba, como si se le hubiera subido su inesperado éxito a la cabeza?: Sin duda, para hundir al PNV, obligándole a romper su doble juego con Madrid. Y es que ser así está en su naturaleza, como el alacrán de la fábula que picó mortal y suicidamente a la rana que le salvaba la vida llevándole hasta la otra orilla.

¿Y ahora qué? El PNV parece hallarse en una encrucijada, como si debiera optar entre Lizarra y Madrid. Pero puede que no tenga espacio siquiera para tal dilema, pues se ha comprometido tanto (como la rana con el alacrán) que no le queda más salida que intensificar Lizarra. Es lo que Herbert Haines ha llamado el efecto del ala radical: en todo movimiento social, la presencia de extremistas obliga a los moderados a radicalizarse. Por eso, hasta que no aterricen en las instituciones todos los radicales que vuelan por libre, o no acaben con ellos los cazadores policiales, el PNV deberá seguir despegando en su busca: está en su naturaleza de rana nacionalista, obligada a salvar a los alacranes patriotas. Para ello deberá extremar su ambigüedad, pero tampoco se le puede reprochar: como sostuvo Michael Oakeshott, cuando la realidad es compleja no se la puede simplificar, pues sólo las políticas ambiguas pueden enfrentarse a la ambivalencia de los hechos.

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