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William Forsythe demuestra la vital autoría de su danza

Cannes consagra al grupo griego Edafos

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El XII Festival Internacional de Danza Cannes terminó ayer con la compañía Batsheva de Israel, tras el clamoroso éxito del Ballet de Francfort y su director, el coreógrafo norteamericano William Forsythe; del francés Phillipe Decouflé, con su reinvención poética del circo, y la llegada por primera vez a los escenarios franceses del grupo Edafos Dance Theater de Atenas, un conjunto pleno de energía e inventiva capaz de reconvertir el aliento trágico de sus clásicos en auténticas voces contemporáneas.

Philippe Decouflé es un prodigio de invenciones sucesivas. Lo viene demostrando desde Codex, y lo ratificó universalmente en su fabuloso trabajo para los Juegos Olímpicos de Invierno de Albertville en 1992. Esta vez, con su compañía DCA, el coreógrafo de la transgresión trae a Cannes la segunda versión de Triton (2 ter), obra que estrenó en 1990 y que ha evolucionado sobre sí misma haciendo honor a su fuente principal: el circo trashumante, sus miserias, interioridades y lirismo. Los bailarines han sido duramente entrenados. El resultado es una sucesión de números de riesgo donde se alterna una danza voluntariosamente ligera con el circo mismo y su parafernalia que roza el esperpento. El resulado es emocionante y mantiene a grandes y chicos pegados a las butacas. Escenografía, vestuario y luces son un conjunto de color donde no faltan el humor y la ironía.William Forsythe demostró su vigencia, el mantenerse en la brecha sin manierismos ni repeticiones inútiles. Su estilo es todo dinámica, y evoluciona sobre el presupuesto principal de borrar sus huellas en cada próximo experimento. El programa lo componían workwithinwork (1998), elaborada sobre un dueto para violines de Luciano Berio, y dos versiones que Quartette (1999 y 1998), que se interpretaron sin interrupción, dando lugar a un esfuerzo estético de prolongación de la búsqueda sobre la senda que traza en el espacio en sonido de la música de Thom Williems, su colaborador habitual, que esta vez recurre a instrumentos convencionales de cuerda. El resultado general es sorprendente, duro, de gran impacto espacial y dinámico. Para Forsythe hay una propia ciencia en la danza, un ejercicio centrípeto que se impone a su vez como tónica de los giros y la lectura: se busca en el interior, sin centro físico, atomizando la geometría natural de la escena. El viaje de las evoluciones se produce en solos, dúos, tríos y cuartetos, donde el vocabulario académico aparece una y otra vez recreado, dolorido en su desdibujo. Pero atención: hay un enorme rigor en todo ello. Los bailarines son dotadísimos intérpretes que arriesgan para dar merecida cuenta de las órdenes de un coreógrafo implacable cuya propuesta se ha convertido en el decálogo de fin de siglo. En el coloquio del día después, Forsythe no quiso hablar desde el podio, sino que se sentó en una silla entre los periodistas y otros coreógrafos en un diálogo informal pero ilustrativo de su sentido, por ejemplo, de la improvisación, y donde reveló, entre otras cosas, que quizá su preferencia por el violín contemporáneo le venga de su época infantil, cuando estudió dicho instrumento.

Dentro de las ofertas más jóvenes, la gran sorpresa llegó al final del festival con el grupo griego Edafos, que dirige el coreógrafo Papaioannou con la locuaz asistencia en los diseños de escenografía y vestuario del artista plástico Lili Pazanou. El programa, presentado bajo el título Human thirst (1999), se componía de cinco exquisitas miniaturas inspiradas en temas como la Anunciación, Narciso o Lady Matbech, reforzados por un eficiente aparato escénico y una actuación de danza de gran fuerza. Estos bailarines griegos parecen saber en su sangre una esencia trágica que trasciende los temas y que convierte cada pequeño cuadro en un gran drama escénico. Edafos tiene en su repertorio una versión de Medea que ha recorrido medio mundo con enorme éxito, y ese espíritu se respira aún en este sólido trabajo de cámara.

El festival discurrió en sus últimos días en esa atmósfera ciertamente pintoresca y siempre elegante que ha rodeado el devenir de la danza en la Costa Azul francesa con figuras como la ex bailarina Rosella Hightower, el nonagenario mecenas de la danza Nathan Clark, la princesa Troubetskoi y varios directores fraceses del mundo de la danza, entre ellos Jean Christophe Maillot

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