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Una buena noticia

FÉLIX BAYÓN

El anuncio de que el PSOE de Andalucía estudia la implantación de la ecotasa es una buena noticia. Hasta el momento, las declaraciones hechas al respecto por el Gobierno andaluz eran bastante decepcionantes: la consejera de Economía se había opuesto por consideraciones de técnica fiscal y el consejero de Turismo -que tiene una visión anacrónica del asunto propia de los tiempos del turista un millón- había alegado razones de costos que difícilmente pueden tomarse en serio cuando se calcula que la ecotasa incrementaría los precios en sólo un 0,5%, mientras que el peso de la inflación en este sector puede aumentar este año en torno a 6%.

El que los turistas paguen una tasa que se dedicaría en exclusiva a mejorar las infraestructuras y a recuperar el entorno no es, ni mucho menos, una panacea, pero sí un paso dado en el buen sentido y una ayudita al futuro turístico, que soporta cada año mayor demanda de servicios, mientras se siguen sin solucionar asuntos como el saneamiento integral de la Costa del Sol, porque no está de más recordar que desde Andalucía aún se siguen vertiendo al Mediterráneo aguas fecales sin depurar, lo que debía de darnos mucha vergüenza.

Este largo ciclo de auge económico que vivimos puede terminar destrozando nuestro litoral, pero, en cambio, tanta bonanza no parece suficiente a la hora de decidir una serie de inversiones urgentes que frenen el deterioro de unos recursos naturales que son, precisamente, nuestro mejor cebo turístico.

El problema sólo puede tener solución si se rompe la lógica endiablada que lleva a los ayuntamientos costeros a llenar de cemento sus orillas. Porque el asunto no sólo es culpa de políticos golfos; incluso los que son honestos y piensan en el futuro se ven condenados a actuar bárbaramente por culpa de esta lógica fatal cuya sola enumeración provoca tanto vértigo como el que se siente al enfrentar dos espejos: cada verano los pueblos del litoral son invadidos por decenas o cientos de miles de turistas, lo que obliga a sus ayuntamientos a tener que hacerse cargo de inversiones y servicios que no pueden permitirse; para financiarlos, hacen convenios o conceden nuevas licencias urbanísticas, lo que hace aumentar de nuevo la demanda de servicios e inversiones, etcétera,...

Así, el poder termina casi siempre en manos de los especuladores urbanísticos con menos escrúpulos. No puede ser de otro modo. La única forma de romper este ciclo infernal es actuando simultáneamente sobre sus dos fases: ayudar a financiar los servicios e inversiones de los municipios turísticos y vigilar su crecimiento. Confiar en la autonomía municipal ya se ha visto lo que da de sí. Lo que viene sucediendo en Marbella en los últimos ocho años puede convertirse en norma más que en excepción si no se toman medidas: en este tiempo, en Marbella no se ha gastado un solo duro en saneamiento ni en hacer nuevas calles y avenidas; al contrario, se ha construido sobre muchas de ellas. Ahora buena parte del tráfico urbano, colapsado, rebosa y desborda las nuevas autovías que parecen insuficientes cuando no lo serían si el crecimiento urbano fuera ordenado.

Pero, desgraciadamente, lo ocurrido en Marbella no es único: en el sur del litoral gaditano -allí con el apoyo del PP- se preparan nuevas tropelías.

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