Menos cinco en Grozni
CUALQUIER CONDESCENDENCIA de que Rusia pueda haber gozado cuando desencadenó hace dos meses y medio su campaña en Chechenia ha sido pulverizada por los métodos empleados en la república caucásica. La intervención armada que el primer ministro, Vladímir Putin, justificó como "acción antiterrorista" se ha convertido en una guerra total, en la que los generales del Kremlin se disponen a quemar los últimos cartuchos. Grozni, la capital, ya está cercada, y a sus decenas de miles de habitantes se les ha dado hasta el sábado para que la abandonen o perezcan en el fuego final.Rusia ha convertido en papel mojado las promesas de negociación aireadas el mes pasado en la cumbre de la OSCE en Estambul. A impulso de su descomposición interna, Moscú tiene un designio sobre Chechenia, la reconquista de la república secesionista de la que sus tropas se retiraron humilladas en 1996. Y está en trance de cumplirlo, pese a las sucesivas mentiras sobre sus intenciones propagadas para tranquilizar a las potencias occidentales, de cuyos bolsillos salen los créditos que mantienen en pie al gigante con pies de barro. A Yeltsin y a su primer ministro, Putin, les salen las cuentas. En puertas de las elecciones legislativas del 19 de diciembre, rampa de lanzamiento para las presidenciales del año próximo, los sondeos muestran que en unos comicios celebrados ahora el jefe del Gobierno sería aupado al Kremlin con aproximadamente el 45% de los votos. Muy por delante de aspirantes como el líder comunista, Ziuganov, o el ex primer ministro Primakov, menos complacientes ambos con el caduco presidente y su corte.
Guerrillas aparte, el Ejército ruso está a punto de conseguir una victoria por el procedimiento de eliminar físicamente a todo aquel capaz de llevar armas y expulsar del país al resto. Unos métodos que recuerdan demasiado a los de Milosevic en Kosovo. La organización humanitaria Human Rights Watch describe en un informe el patrón de sus acciones: aviación y artillería machacan pueblos y aldeas; la infantería avanza lentamente exterminando todo lo que se mueve (véase la suerte de algunos convoyes de refugiados); los soldados, finalmente, saquean lo que queda de las casas arrasadas.
La guerra genocida de Chechenia no es sólo una inmensa tragedia para los cientos de miles de inocentes que la sufren. Si Rusia nunca ha sido una democracia homologable, con su ejecutoria en el Cáucaso -apoyada mayoritariamente por una opinión pública manipulada desde los grandes medios de comunicación leales al Gobierno-, el Kremlin y sus generales están allanando el camino a un modelo político autoritario. No tiene otra lectura, por ejemplo, la anunciada firma, mañana, del aplazado pacto de unión con Bielorrusia, reino del déspota Alexandr Lukaschenko. Chechenia se ha convertido en la falla de la existencia nacional rusa, pero Moscú no tiene sobre la república islámica otra estrategia que la de su destrucción. Ahora que Grozni espera el asalto final, ¿qué viene después?
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