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Tribuna:RELACIONES EXTERIORES
Tribuna
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La agenda de España con Marruecos

La actitud más inteligente, solidaria y cívica desde España, según el autor, debería ser la de un claro compromiso con Marruecos en lo político, lo social y lo económico

Marruecos vive en estos momentos uno de esos instantes históricos que permiten transformar la ilusión y la esperanza de un pueblo entero en el reactivo que posibilita un cambio estructural en profundidad. España vivió a su manera una circunstancia parecida no hace tanto y la cercanía sobre nuestro propio pasado y sobre la geografía marroquí son ya motivos no sólo para prestar gran atención a cuanto sucede al otro lado del Estrecho, sino también para preguntarnos sobre el papel que podríamos jugar para apuntalar y acelerar los cambios que ya se empiezan a producir en el país hermano.La actitud más miope sería la pasiva, la que se limita a observar. Pero eso no es lo que interesa a Marruecos ni lo que conviene tampoco a España por múltiples y diferentes motivos. El país vecino inicia un nuevo camino de la mano firme y decidida del joven monarca, que en sus primeros meses de reinado ha prodigado importantísimos gestos reconciliadores, ha señalado su voluntad democratizadora y ha puesto de manifiesto la magnitud de los retos que habrá de superar la sociedad marroquí para terminar con la pobreza, el analfabetismo y las secuelas de un pasado político nada participativo. Desde la otra orilla, y especialmente desde España, nadie debe olvidar en estos momentos lo difícil que resulta modernizar un país en todos sus aspectos por los retrasos históricos que acumula, por las deficiencias estructurales que hay que superar y por las previsibles e inevitables resistencias de los sectores que antaño se beneficiaron de este atraso social. Pero la magnitud de los desafíos podrá superarse con más facilidad si en el camino se juntan fuerzas y apoyos.

La actitud más inteligente, solidaria y cívica desde España debería ser la de un claro compromiso con Marruecos en lo político, lo social y lo económico, decidiendo compartir el futuro próximo de la manera más noble posible. Hace muy poco tiempo, esa apuesta era más difícil y compleja y podían encontrarse argumentos políticos para frenar algunas iniciativas que en lo social y económico parecían convenientes. Pero hoy no debería existir ya recelo alguno y sí, en cambio, una apuesta decidida para aprovechar la oportunidad que nos brinda el proceso de transición política. Hablemos un poco de ello.

Si algo ha de primar en esa nueva relación es la dimensión humana. La población marroquí necesita, quiere y puede salir de ese largo túnel de la desesperanza que se traduce en las pateras mortuorias y la emigración masiva. Y, como que no somos inocentes en esta historia de desgarro, es el momento de superar las vergüenzas colectivas y sumarlas como activo al proyecto de refundación de Marruecos. La primera oportunidad está ahí mismo, en las próximas semanas, aprobando con diligencia y sin titubeos una nueva Ley de Extranjería que convierta a los inmigrantes, marroquíes en su mayor parte, en vecinos de pleno derecho y ciudadanos con dignidad. Perder esta oportunidad es un disparate político y una perversidad moral y los grupos parlamentarios que se opongan a ello deberán pagar muy caro, muy pronto y ante millones de personas los tristes argumentos de su miopía política y social. El regalo de Navidad para la nueva Marruecos ha de ser esta nueva ley, que, aunque por sí sola no soluciona nada, pone las bases para que en el año 2000 se transforme de verdad la actitud administrativa y policial respecto a los marroquíes que viven y trabajan en España. Sin ese requisito, cualquier promesa de acercamiento será una falacia y un engaño.

La Administración española no se ha distinguido hasta ahora por tener una política de cooperación decidida y verdaderamente solidaria. La nueva Marruecos es también una nueva oportunidad para repensar la cooperación y apoyar de verdad un desarrollo humano y sostenible en este país.

Repensar el desarrollo quiere decir, en primer lugar, entender que el futuro de los países puede ir de la mano y no ser incompatible. Marruecos tiene unos activos económicos que hay que potenciar en el mundo con políticas a medio plazo que superen competitividades nacionales y discriminaciones sectoriales. España es un país suficientemente desarrollado en lo económico para no tener que ir poniendo trabas a Marruecos en este sentido. Podría, en cambio, concertar políticas agrícolas, pesqueras, industriales y comerciales que permitieran una progresiva expansión de sus sectores mejor situados o con mayores perspectivas, especialmente de aquéllos que necesitan de mayor cantidad de fuerza laboral, porque el masivo desempleo es la madre de todas las lacras en Marruecos. Una cooperación que prescinda también de la perversidad asociada a los créditos FAD; es decir, de la obligatoriedad de comprar productos españoles a través de estos créditos. Estamos hablando de cómo colaborar en el desarrollo de Marruecos, no de cómo proyectamos nuestras empresas e incrementamos nuestros beneficios. Nadie tiene por qué perder nada, pero es indispensable que Marruecos salga ganando y sea la depositaria de los beneficios de cualquier operación. En este sentido, tendría pleno sentido que se abriera lo antes posible una importantísima línea de cooperación económica dirigida a los sectores que tanto el PNUD como las ONG y el propio Mohamed VI ya han señalado como prioritarios: el combate a la pobreza crónica, la mejora de la educación o la diversificación productiva en el Rif. Un país como España, que se permite el lujo de dedicar nada menos que 209.000 millones de pesetas en el año 2000 para investigar en armamentos, debería ser capaz de poner una cantidad similar para algo mucho más noble, como es el desarrollo de Marruecos.

La cooperación tiene, evidentemente, otras dimensiones igualmente importantes. Una es la política, ofreciendo los espacios de mediación para que el conflicto del Sáhara discurra de otra forma y pueda convertirse en un asunto de diálogo entre hermanos. Ahora es también el momento de replantear las políticas de seguridad de ambos países, desmilitarizándolas al máximo para liberar recursos que puedan dedicarse directamente al desarrollo de este espacio mediterráneo. Y, por encima de todo, atender la dimensión educativa de la cooperación, en la que España debe ser más que generosa. El futuro de Marruecos pasa por cambiar su sistema educativo y eso cuesta dinero. En España tenemos muchas y buenas universidades que podrían ofrecer sus servicios a una gran cantidad de jóvenes universitarios marroquíes, que, en una perspectiva más esperanzadora, podrían luego estar dispuestos a volver a su país para colaborar en su reconstrucción. España podría y debería ofrecer becas, formación profesional y apoyo tecnológico y asumir también una buena parte de los costes de la nueva infraestructura educativa que tendrá que hacerse a corto plazo cuando los enseñantes marroquíes hayan completado su capacitación pedagógica desde aquí.

En la próxima década ha de terminar el éxodo y las pateras que desangran Marruecos. España tiene una inmensa oportunidad para participar en un proyecto que ponga fin al sufrimiento y desencanto de tanta gente y esa oportunidad es una responsabilidad que debemos aceptar sin titubeos como cuestión de Estado, como vecinos y ojalá que también como hermanos.

Vicenç Fisas es titular de la Cátedra Unesco sobre Paz y Derechos Humanos de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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