Fracaso en Seattle
La tercera Conferencia Ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC), celebrada en Seattle (EE UU), se ha saldado con un fracaso superior al esperado. No sólo ha sido imposible lanzar una nueva ronda de negociaciones comerciales -la denominada "Ronda del Milenio"-, sino que ha puesto de manifiesto la incompatibilidad entre las prioridades de los grandes bloques comerciales y al mismo tiempo la existencia de una fuerte contestación social contra sus objetivos. A lo largo del año próximo, la OMC intentará superar los obstáculos que han impedido concretar la agenda de esas negociaciones, fundamentalmente los relativos a la agricultura, para, a partir de ahí, abordar esa nueva ronda pendiente.Más allá de las dificultades para que los grandes alcanzaran acuerdos vinculantes para reducir sus diversas formas de protección comercial en distintos sectores, fundamentalmente el agrícola, lo ocurrido en Seattle remite necesariamente al grado de comprensión que dentro y fuera de EE UU existe sobre el alcance del proceso de liberalización del comercio y, en general, de la globalización económica.
En la oposición a los avances que prometía esta conferencia han coincidido, de forma tan confusa como violenta, las pretensiones de los que, desde un rancio proteccionismo defensivo de sus privilegios, se oponen a la entrada de los países en desarrollo en la escena comercial internacional hasta aquellos otros que tratan de compatibilizar las ventajas del libre comercio con la definición de normas obligatorias en ámbitos tales como las condiciones de trabajo o las implicaciones medioambientales. El fracaso perjudica especialmente a las poblaciones de los países menos desarrollados, para los que las exportaciones constituyen la principal vía de abandono del círculo vicioso en que están inmersos.
Una conclusión evidente es la necesidad de asentar ese proceso de negociación comercial a partir de ahora en una mayor transparencia, como condición para una más completa comprensión de las ventajas asociadas al libre comercio. Es necesario, además, garantizar su compatibilidad con el respeto a los derechos humanos en los países más pobres y con la satisfacción de las exigencias medioambientales básicas. El secretismo que ha presidido gran parte de las negociaciones comerciales desde el nacimiento del GATT, en 1947, debe dar paso en el seno de la OMC a mayores posibilidades de escrutinio por parte de los ciudadanos de todo el mundo. Sin información y de forma opaca no es serio pedirles que comprendan las transformaciones que están operándose en la economía mundial y las razones tan diversas que mueven a unos y otros en su oposición a la igualdad de oportunidades en la escena comercial.
La experiencia que aporta el último medio siglo es contundente: demuestra la estrecha asociación entre crecimiento del comercio y desarrollo económico; de su continuidad depende que en el próximo milenio se produzca la reducción de la extrema desigualdad que existe en el grado de prosperidad no sólo entre las 134 naciones que integran la OMC, sino también en aquellas otras que esperan su incorporación.
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