Protesta con retraso
Veinte ciudadanos palestinos de Cisjordania y Gaza, casi todos ellos muy populares y destacados, emitieron una mordaz y afilada denuncia contra la Autoridad Palestina de Yasir Arafat, acusándola de "corrupción, humillación y abuso" masivo por vender al pueblo palestino en el "proceso de paz", como curiosamente se llama todavía, y por permitir que el bien común palestino se deteriore en todos los niveles. Se culpa a Oslo de gran parte de esto, pero en la declaración se nombraba específica y justificadamente a Arafat como el mayor responsable del lamentable desastre; se le cita por haber abierto personalmente las puertas a la corrupción política, engañando a la gente en lo relativo a los logros de Oslo y prometiéndole un Singapur en lugar de la ciénaga en la que se han hundido casi tres millones de personas, con la excepción de las doscientas o trescientas que le rodean, que tienen categoría oficial de VIP y a las que les va estupendamente, muchas gracias.Con su delicadeza habitual, la Autoridad respondió deteniendo a cuatro de los firmantes y poniendo a otros dos bajo arresto domiciliario; varios más han sido llamados para ser interrogados, todo por orden de Ghazi Jabali, jefe de la principal fuerza policial de Arafat, que llegó a Palestina con su jefe en 1994 desde el relativo lujo de Túnez, tras librarse de la Intifada.
The New York Times y unos cuantos periódicos importantes publicaron la noticia el 29 de noviembre, pero ninguno la situó en su contexto real ni la valoró como lo que es, la punta del iceberg de hasta qué punto Arafat, sus socios EEUU e Israel y su paz se han vuelto absolutamente impopulares no sólo entre los "enemigos islámicos de la paz" que Bill Clinton ve a la vuelta de cada esquina, o entre los "agentes sirios" a los que tanto gusta culpar de las notas discordantes sobre Oslo a los clientes árabes de EEUU, o entre gente "aislada" como yo, sino entre casi todos los palestinos de a pie y entre sus homólogos árabes.
El problema no es, como Thomas Friedman insinuó hace poco, que los gobiernos árabes firmantes del proceso de paz no hayan educado a su población en la "cultura de la paz" -frase petulante donde las haya-, sino que la "paz" la están haciendo gobiernos no democráticos, profundamente impopulares y aislados que han cargado con ella por el apoyo estadounidense a sus precarios regímenes y porque la explícita reticencia de Israel a atenerse a las dos resoluciones de Naciones Unidas que estipulan tierra a cambio de paz ha dejado claro que los asentamientos continuarán y crecerán, que Jerusalén permanecerá bajo soberanía exclusiva israelí, que las fronteras y la seguridad, así como el agua, seguirán bajo control israelí y que el insignificante "Estado" palestino que surja será tan despreciablemente inviable como siempre se planeó que fuera. Añadamos a eso el horrible deterioro de la calidad de vida palestina, más el absoluto rechazo de Israel a aceptar cualquier devolución o compensación significativa a los refugiados que provocó en 1948 y podremos hacernos una idea de hasta qué punto los palestinos se sienten desesperados y afligidos cuando se acerca la culminación de las "negociaciones sobre la condición final" mientras los medios de comunicación occidentales celebran la paz del milenio y el Banco Mundial suelta cada vez más dinero en las avariciosas manos de Arafat.
Las tergiversaciones de la "paz" van aún más lejos, como revela un análisis más detenido de los firmantes de la denuncia. Bassam al Shakaa no es sólo el ex alcalde de Nablus, sino un héroe admirado que perdió las dos piernas cuando una bomba israelí hizo explosión en su coche en 1980. Conocido como un intrépido defensor de la independencia palestina, se negó a permitir que Arafat le visitase en su casa en 1994, y, cuando hablé con él el lunes, me dijo que, pese a su arresto domiciliario, sigue saliendo de su casa en la silla de ruedas para comprar el pan y desafiar a Jabali a que le detenga. Rawya al Shawa es un miembro asombrosamente brillante del Consejo Legislativo que procede de la principal familia de Gaza; su marido es alcalde de Gaza, pero ella no ha ocultado su oposición al temible régimen de Arafat. El bravucón Jabali ni siquiera intentó detenerla, prefirió no enfrentarse a alguien tan imponente y conformarse con objetivos más fáciles. Ahmad Mattamesh, uno de los detenidos, acababa de ser liberado por los israelíes después de ser el prisionero que más tiempo (seis o siete años) ha cumplido en arresto administrativo, es decir, sin juicio. Abdel Jawad Saleh, también detenido, es un ex ministro de la OLP, miembro de Al Fatah (como varios de los otros firmantes) y del Consejo. Adil Samara y Abdel Sattar Qasem son académicos respetados e independientes; Adnah Odeh es jefe de la Unidad de Investigación Parlamentaria; Abdel Rahman Kitani es un famoso médico como Yasir Abu Saffiyeh, miembro del Consejo de Administración del Sindicato de Comités de Sanidad. Ahora, Arafat intenta privar a los nueve parlamentarios de su inmunidad, allanando hogares y oficinas con imponente brutalidad.
Mientras escribo estas líneas, otros cientos e incluso miles de palestinos expresan su opinión, firman peticiones y reclaman abiertamente nuevas elecciones y la destitución de Arafat. El escándalo consiste en que se mantiene al presidente simplemente para firmar esta cómoda paz mientras se emplea a no menos 125.000 personas como parte de su aparato burocrático y de seguridad (casi un 70% del presupuesto) y sólo se gasta un 2% en infraestructura. Lugartenientes suyos especialmente odiados (aclamados en Israel y Washington como valerosos defensores de la paz) se han construido ostentosas villas de varios millones de dólares en la costa de Gaza (desde donde se ve Jabalya, un campo de refugiados de 90.000 personas sembrado de alcantarillas abiertas), sus mujeres van de compras a París y sus hijos y parientes dirigen monopolios de casi todo, con cuentas bancarias israelíes en las que poner a buen recaudo su dinero. El desempleo oscila entre el 20% y el 40%, las demoliciones de edificios y las expropiaciones de terreno prosiguen sin obstáculos mientras Ehud Barak, ese famoso campeón de la paz, sigue aumentando el gasto militar y en asentamientos superando incluso el de Netanyahu.
Ni siquiera el talento combinado de Jonathan Swift y Evelyn Waugh podría haber inventado algo más estúpido y condenado al fracaso que el actual gigante de la paz. Indudablemente avanzará, pero también es indudable que provocará más inestabilidad y derramamiento de sangre tanto palestina como israelí.
Y ni la iluminada izquierda israelí ni la izquierda liberal occidental parecen querer dar un paso adelante y decir lo que es evidente, como si la palabra "paz" se hubiera convertido en un mantra que les hubiera hipnotizado dejándoles estupefactos. Sin embargo, lo mínimo que los políticos deberían percibir es que palestinos e israelíes son pueblos demasiado politizados y despabilados como para dejarse engañar durante mucho tiempo por sus cobardes líderes o como para aceptar esquemas de separación que son poco más que apartheid con un nombre nuevo. El escándalo de esta reciente protesta debería alertar sobre lo ocurrido a lo largo de este proceso, que, de todos los que se ha dado en llamar de "paz", es al que más grotesco le resulta el calificativo. Pero no los alertará, así que prepárense a oír más de lo mismo hasta que se abran algunos ojos y Arafat se retire por fin, cosa que con toda seguridad hará cuando haya conseguido su objetivo. Entonces puede que la agitación sea demasiado grande como para detenerla y Oslo quede para siempre al descubierto como la lamentable burla que ha sido durante tanto tiempo.
De momento, está prevista una conferencia internacional de palestinos (políticamente activos e independientes) de los territorios ocupados, de Israel y de todas los campos de refugiados. Su plataforma incluirá un proceso de paz alternativo, elecciones democráticas e instituciones representativas. Es de esperar que tal iniciativa permita por fin que los palestinos se representen a sí mismos.
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