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Los obispos españoles excluyen a la Iglesia de la petición de perdón por la guerra civil

"La Iglesia fue también víctima", se defendió ayer el portavoz de la Conferencia Episcopal Española, Juan José Asenjo, para justificar que el esperado documento sobre el siglo XX no incluya una expresa petición de perdón de la jerarquía católica española por su implicación en la guerra civil de 1936 y en la posterior dictadura militar. "No queremos establecer quién tiene que pedir más perdón", dijo Asenjo. El documento sitúa a la Iglesia por encima de los errores del siglo, entre los que se señala el secularismo, la soberbia de la ciencia, los nacionalismos excluyentes y las utopías terrenas.

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Más que una lamentación, los obispos españoles entonan un reiterado magnificat por la grandeza de Dios y de la Iglesia y por la pequeñez de los humanos de este siglo, grandes pecadores. Después de casi dos años de debate y seis borradores de documento, los obispos españoles han decidido no pedir perdón por los errores pasados o recientes de la Iglesia, sino despedir el siglo con "una mirada de fe hacia la centuria" y un intento de "escrutar hoy los signos de los tiempos". "No pretendemos erigirnos en jueces de la historia", dicen los obispos en la introducción del documento publicado ayer. En contraste con la "jornada universal del perdón" convocada por el Papa para el próximo día 12 de marzo, con motivo del Jubileo del 2000, la jerarquía española dedica gran parte de su reflexión a proclamar los aciertos de la Iglesia, incluido el de "la serie tan extraordinaria de los papas del siglo XX".Presentado por el teólogo jesuita Juan Antonio Martínez Camino, director del secretariado de la Comisión para la Doctrina de la Fe en la Conferencia Episcopal Española (CEE), este documento fue aprobado hace una semana por la 73ª Asamblea de los obispos y se titula La fidelidad de Dios dura siempre. Mirada de fe al siglo XX.

El segundo capítulo, subtitulado "Dispersa a los soberbios de corazón. Confesión de los pecados y petición de perdón", se refiere a las "violencias inauditas" del siglo y, en concreto, a la guerra civil española, que califica como la más destructiva de su historia: "No queremos señalar culpas de nadie en esta trágica ruptura de la convivencia entre los españoles. Deseamos más bien pedir el perdón de Dios para todos los que se vieron implicados en acciones que el Evangelio reprueba, estuvieran en uno u otro lado de los frentes trazados por la guerra. La sangre de tantos conciudadanos nuestros derramada como consecuencia de odios y venganzas, siempre injustificables, y en el caso de muchos hermanos y hermanas como ofrenda martirial de la fe, sigue clamando al cielo para pedir la reconciliación y la paz. Que esta petición de perdón nos obtenga del Dios de la paz la luz y la fuerza necesarias para saber rechazar siempre la violencia y la muerte como medio de resolución de las diferencias políticas y sociales".

Varios colectivos religiosos han reclamado desde la muerte de Franco que la Conferencia Episcopal pida perdón por la implicación de la Iglesia en la guerra civil y en la dictadura militar, entre otros la Asociación de Teólogos Juan XXIII y, hace dos semanas, la Conferencia Española de Religiosos (Confer), que agrupa a 95.000 eclesiásticos de ambos sexos. El pasado día 12, la Confer publicó un manifiesto pidiendo perdón por los inquisidores, "los religiosos soldados", "los cómplices de sistemas opresores" y por "el machismo y el clericalismo".

En parecidas circunstancias históricas que los españoles, los obispos de Francia, Italia y Argentina, entre otros, han pedido un perdón expreso por las relaciones de sus respectivas iglesias con las dictaduras militares y por su silencio ante persecuciones llevadas a cabo por motivos políticos o religiosos. Por su parte, Juan Pablo II, en su viaje a Olomouc en mayo de 1995, en un llano embarrado entre Checoslovaquia y Polonia, pidió perdón "por los daños que la Iglesia ha causado a los no católicos", en su primera manifestación de mea culpa eclesial, jamás oída antes a Papa alguno. Los obispos españoles aluden, sin embargo, a los mártires de la Iglesia, y consideran que ese testimonio martirial es "el gran milagro de nuestro tiempo".

Otras peticiones de perdón contenidas en el documento aluden a "la cultura de la muerte en la que el hombre adulto se ha sentido autorizado para disponer de su propia vida y de la vida de los demás, pensando encontrar de ese modo solución a determinados problemas". Los obispos afirman que "el homicidio ha pasado así a ser considerado como un hecho que debe ser tolerado e incluso regulado por el Estado y como un supuesto derecho de los individuos que debería ser reconocido". Hablan del aborto y la eutanasia, así que, como en otros casos, los que deben pedir perdón son los demás. El documento completo de la CEE puede leerse en

[UR] http://www.elpais.es/sociedad.htm#obispos

El error no tiene derechos, los vencidos tampoco

Dos veces san Agustín en una semana. Juan Antonio Martínez Camino, director del secretariado de la Comisión para la Doctrina de la Fe en la Conferencia Episcopal Española, apeló ayer al autor de La ciudad de Dios para justificar que el documento no sea, en realidad, otra cosa que "un examen de conciencia, y no una autoinculpación". "La razón de este documento es religiosa y pastoral, no un puro juicio histórico, ni menos político, sobre el siglo XX", afirmó Martínez Camino. Y añadió: "El estilo del documento es más bien el de una oración de alabanza, de examen de conciencia y de confianza, y para ello hemos seguido un conocido esquema de san Agustín (confessio laudis, confessio pecatti, confessio fideis), y se ha tomado inspiración en el cántico del Magníficat".Hasta aquí el san Agustín pastoral. Pero el lunes, en un encuentro de teólogos de varias religiones, juristas, sociólogos y periodistas convocado en Toledo por la Dirección General de Asuntos Religiosos, del Ministerio de Justicia, el teólogo Martínez Camino puso sobre la mesa al otro san Agustín, el de la teoría de las dos ciudades y los dos reinos, y su terrible afirmación de que "el error no tiene derechos".

Martínez Camino apeló a esa cita para reconocer que, hasta el Concilio Vaticano II, la tradición de la Iglesia frente a los derechos humanos fue "variada" y se inspiró en ese principio agustiniano, que ahora parece anticristiano y en cuyo nombre actuaron inquisiciones y cruzados matamoros. "El Vaticano II pasará a la historia como el concilio de la libertad religiosa", concluyó.

Pero la terrible guerra civil española, y los años más sangrientos de la dictadura en que desembocó, sucedieron antes del gran Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII el 11 de octubre de 1962 y concluido por Pablo VI el 8 de diciembre de 1965.

Los historiadores advierten de que en el origen del golpe que condujo a esa guerra incivil hubo culpas de todo tipo, y no fue la menor la de los políticos que consideraron que la violencia sería la gran partera de la historia. Y concluyen, sin apenas controversia, que la intervención de la Iglesia católica en favor de los facciosos contribuyó a la consideración de la contienda como una guerra de aniquilación del enemigo derrotado. "Son unos salvajes", dijo sobre los españoles en guerra el cardenal Domenico Tardini, sustituto del secretario de Estado del Vaticano, para justificar su silencio.

La frase es historia menor, porque peor iba a ser la actitud de los prelados españoles, entre otros el primado de España y arzobispo de Toledo, cardenal Isidro Gomá, cuya carta pastoral titulada El sentido cristiano español de la guerra dibujaba las dos Españas, una gloriosa y cristiana, la de Franco y los sables, y otra que "mancilla el territorio nacional" y "lleva en sus entrañas el odio inmortal a nuestro Señor Jesucristo".

Por si alguien pudiera calificar de personales las actitudes, más que cómplices incitadoras, del cardenal Gomá, o la de Enrique Pla y Deniel, el obispo de Salamanca que debió helar el corazón de Unamuno cuando calificó de "lucha épica en nuestra España" la asonada militar, una directísima "Carta Colectiva del Episcopado" dejaba sin resquicio de duda la actitud de la jerarquía católica, pomposamente asentada más tarde, y durante décadas, en un nacionalcatolicismo agradecido, incluidas las parafernalias y los cargos cortesanos.

Seminarios, iglesias y conventos fueron cedidos como cárceles o campos de exterminio; Franco fue aclamado caudillo cruzado bajo palio episcopal (una fotografía sin perdón), y hasta el papa Pío XII, que el documento de ayer llama "grande" y cuya beatificación se ha paralizado por sus clamorosos silencios ante los crímenes del nazismo, osó nombrar al general Franco protocanónigo de una gran basílica romana.

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