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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Asesinato en Argelia

EL ASESINATO de Abdelkader Hachani (dirigente del Frente Islámico de Salvación -FIS-) amenaza con hundir lo poco que queda de las políticas de reconciliación y apertura del presidente Buteflika. El atentado contra Hachani, teóricamente bajo protección oficial y considerado un moderado hasta por los medios gubernamentales, se produce a tres semanas del comienzo del Ramadán y cuando se acerca peligrosamente la fecha, 13 de enero, en que expira la amnistía de seis meses decretada por Argel para que los islamistas rebeldes rindan sus armas. Poco más de mil lo han hecho desde julio.La respuesta a la pregunta de quién sale ganando con la muerte de Hachani, un hombre respetado, tiene en Argelia demasiadas respuestas. Dos campos, sin embargo, parecen beneficiarios naturales: el del complejo magma del radicalismo islamista y los militares de la línea dura, que en realidad controlan el poder en el país norteafricano y a los que el FIS ha responsabilizado desde Europa del asesinato. Hachani, joven y excarcelado hace dos años, auspiciaba una solución global a la agonía argelina que pasara por el diálogo con todos los partidos y la reincorporación a la vida política del FIS, prohibido en 1992 tras vencer en las elecciones del año anterior anuladas por el Ejército.

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Sea cual fuere el origen del hecho criminal, los sufridos argelinos tienen buenos motivos para desconfiar de su presidente, a cuyo programa de concordia dieron su confianza hace dos meses en referéndum. Desde que triunfara en abril en unas elecciones como candidato único, Buteflika ha multiplicado críticas y promesas en un país destrozado por ocho años de guerra civil y 100.000 víctimas. Pero nada ha cambiado seriamente. Ni la corrupción cesa, ni la Administración es más eficiente, ni la violencia se apacigua. En lo que va de noviembre han muerto más de un centenar de personas. Los hechos no acompañan la retórica del mandatario argelino, que por dos veces ha insinuado que dimitirá si los generales no le dejan manos libres. Buteflika, a quien la Constitución concede sobre el papel plenos poderes, ni siquiera ha sido capaz de formar Gobierno.

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La estrategia de Buteflika se muestra insuficiente. Su ley de concordia civil, que tan magros resultados ofrece, está malherida tras el asesinato de Hachani, que inevitablemente caldeará los ánimos aun entre los moderados. A estas alturas no es posible hacer la paz en Argelia excluyendo del diálogo a los grupos opositores como pretende, por convicción o por imposición de las fuerzas armadas. El presidente debe asumir el riesgo de moverse rápida y enérgicamente si quiere parecer algo distinto de un mero representante de los generales en la sombra.

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