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Una araña en el aperitivo ANTONI PUIGVERD

La sesión de investidura, prólogo de la nueva etapa parlamentaria catalana, ha conseguido resultados inéditos en nuestro mundillo político. Inéditos al menos desde los tiempos de Tarradellas o desde las negociaciones preestatutarias del parador de Sau. Son muchos los comentaristas, actores u observadores, que celebran la llegada de la política al cándido Parlamento de la Ciutadella. De la política concebida como sutil artesanía, que reclama profesionales de cierta imaginación y capacidad de riesgo, de fibrosa resistencia y cintura móvil. Y de la política concebida como arte de tejer coincidencias entre grupos rivales: coincidencias pacientes, sorprendentes o curiosas como las que se han dado. La sesión de investidura prometía inicialmente angustias para el hasta hoy tranquilísimo patrón y, sin embargo, a causa del rápido desenlace de la misma, dejó en los estómagos de la opinión pública la misma impresión que dejan estas cenas modernas con enormes platos y sin apenas chicha. No fue más que un aperitivo. Quizás para compensar la decepción del menú, algunos observadores se han centrado en pequeños detalles, incluso en gestos. Maruja Torres, por ejemplo, interpretó la mirada final de Pujol, que una televisión ofreció en un largo primer plano, como la quintaesencia de una humanísima y colmada ambición de poder. Emmanuel Cuyàs, ácido y cinéfilo, trazó en su columna de El Punt un paralelismo entre una escena de Harpo Marx en Una noche en la ópera y el vacío discurso de la espera que el diputado Ramon Camp hilvanaba mientas Duran y Esteve correteaban por los pasillos peleando por el sí del PP y por la abstención de ERC. Harpo, el hermano mudo, invitado a dar un discurso, dilata el tiempo, buscando una salida al compromiso, con el hábil recurso de vaciar, vasito a vasito, sorbo a sorbo, el jarro de agua que han colocado junto a su atril de orador. Otros muchos detalles han obtenido glosas, estos días: el avinagrado intercambio de golpes entre Pujol y Fernández Díaz edulcorado con el forzado beso del voto positivo; la clara transversalidad de Maragall; la curiosa justificación de Carod; la preocupada expresión de Xavier Trias, futuro negociador en Madrid, al ver como Duran y Esteve se gastaban aquí los ahorros que él ya no podrá invertir allí. Pero son los movimientos de cintura de Duran Lleida los que, en esta nueva estapa política y en en el flanco gubernamental, causan mayor sensación. Duran ha impresionado a tirios y troyanos. Por la durísima campaña que ha protagonizado travistiendo su característica retórica vaticana con una aspereza de inquisidor y porque en un abrir y cerrar de ojos se convirtió en real número dos (con la inestimable colaboración del consejero Mas, de perfil tan borroso como el de estas jóvenes promesas barcelonistas que, a pesar de la enorme expectación que suscitaron, deambulan ahora por campos menores y ni en ellos terminan de cuajar). Que Duran sabe lo que lleva entre manos lo demuestra esta pequeña maravilla de los números: empecinándose en el ocho, ha obrado la paradoja de brillar bastante más que si Pujol graciosamente le hubiera concedido el dos, inicialmente reclamado. Duran es un hombre sin aparentes cualidades. No luce en el discurso y es soso frente a los micrófonos. Especialista en retórica del vacío, requiebra como nadie a los periodistas para conducirlos a ninguna parte. Y, sin embargo, su obra política acumula proezas: causa admiración la manera como ha transformado lo que no era más que una balsa de náufragos democristianos en un lujoso yate deportivo que avanza desde hace años a rebufo del buque armado por Pujol. No hay duda: en el bando gubernamental, si la campaña ha descrito el lento otoño del patriarca ha confirmado a su vez el irresistible ascenso de Duran al estrellato.

Más de un observador, ante las hábiles jugadas de Duran, y recordando su filiación democristiana, ha evocado la portentosa escuela política italiana. Duran sería un aplicado alumno del viejo zorro Andreotti, que reaparece una vez más, vivito y coleando, superado el peor calvario judicial italiano. Duran sería nuestro Cossiga, "il piccone", capaz de atacar a un rival con voz de Júpiter tonante y de estar tejiendo con él la sábana mortuoria de un tercero. Duran habría leído a Maquiavelo: "Los príncipes que, habiendo estado muchos años en su principado, lo perdieron, no acusen a la fortuna de esta pérdida, sino a su ignorancia: creyeron que en tiempo de calma todo es inmutable". Ciertamente, en tiempo de calma, mientras los acólitos de Pujol se ejercitaban en el arte de la adulación, Duran trabajó incansablemente tejiendo en torno a Convergència una casi invisible telaraña, cuya fuerza no estaba en la trama sino en su invisibilidad. Cuando ya todos los invisibles cables estaban armados, la madeja se hizo evidente y todo el mundo la vio, pero sólo podía romperse con gran daño de una y otra parte. Quizás Unió no aportaba gran cosa a la coalición, pero la ruptura provocaba un magnicidio.

Mientras Pujol ha reinado, Duran Lleida tenía bastante con este poder de araña que algunos, los más irritados convergentes, consideraban parasitario e, incluso, propio de vampiros. Llegados al punto en que el patrón entra en ocaso, Duran se ha desmelenado (y perdonen la involuntaria ironía) ofreciéndose como el mejor heredero posible. En el bando gubernamental, no aparece nadie capaz de disputarle razonablemente la herencia. Y, sin embargo, un buen lector de Maquiavelo debe saber que no siempre en política sucede lo más razonable, ni lo más justo, ni menos aún lo mejor. Un fortísimo dato de la realidad política convergente es la enorme irritación, incluso el dolor, que ha producido en la militancia la astuta ascensión de Duran Lleida. ¿Cómo va a torear Duran esta irritación, mediante qué juegos de magia intentará reconvertirla, sino en pasión o al menos en afecto? He aquí una de las más emocionantes incógnitas que revelará la temporada que acabamos de estrenar. Puede que también Maquiavelo tenga en este punto la respuesta. Léase, no al pie de la letra, sino en sentido ligeramente metafórico: "Quien instaura una dictadura y no mata a Bruto o quien funda una república y no mata a los hijos de Bruto, éste reinará poco tiempo".

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