Noé, agua y vino
Procuraban dotar las casas de todos los frutos. Una aconsejada y vista como prudente autarquía: "Pa de casa, oli de casa i vi de casa i tindràs casa". Tener lo necesario -tampoco mucho más- de todos los productos básicos para pasar el año; la subsistencia, ni la acumulación ni el consumo, tampoco hacía falta mucho más: "Salut que tingam!".Los calendarios agrícolas todavía insisten en que es el momento de probar una de las fundamentales producciones, el vi novell: "Per sant Martí, tasta el teu vi". Era el momento del estreno del líquido doméstico de la vida, engendrado y mecido por dioses. Osiris fue el vinatero de Egipto, Dionisio el de Grecia, Baco el de Roma; estos días el mundo clásico celebró las fiestas dionisíacas menores y las antesteries para catar y festejar el vino nuevo.
Hoy, curiosamente, la iglesia proponía la conmemoración de san Noé, un santo imposible; nunca pudo dar testimonio de cristianismo; aún no se había ideado. Pero, había motivos para colocarlo hic et nunc: en la mitología judeocristiana es el dios de la viña y de su regenerador fruto: los inventó, fabricó el primer vino y fue el primer borracho, esa ebriedad sagrada de comunión divina y de ritos de fecundidad, y, por si fuera poco, estamos en época de riadas ("l"aigua fa fang i el vi fa sang"), vino y agua de contacto directo con la divinidad, y, el patrono de nuestros mestres d"aixa, por fabricar la nave mayor de todas las épocas, fue el héroe de la principal inundación. Puso los fundamentos de un nuevo mundo; es el ascendiente de una nueva raza, diferente de la destruida, de la de Adán. Por eso, nuestras más emblemáticos ciudades para sus más amantes historiadores no pudieron ser fundadas por nadie más que por Noé, nieto de Matusalén, o un descendiente directo, como su hijo Jafet, o, en el caso de Valencia, su nieto Túbal.
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