_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Clima enrarecido

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

HACE DOS años se firmó el Protocolo de Kioto para reducir las emisiones de gases a la atmósfera que producen el efecto invernadero. El acuerdo cifra esa reducción, a alcanzar entre el 2008 y el 2012, en un 5,2% respecto del volumen total existente en 1990, y afecta a los países desarrollados, principales productores de este tipo de gases. Pero la firma fue sólo un paso de un proceso complicado. El protocolo debe ser ratificado por un número de países que representen hoy al menos el 55% del total de las emisiones; y es preciso fijar, además, las condiciones de verificación, las sanciones y la posible creación de un mercado de permisos de emisión en el que países que no lleguen a los límites fijados puedan vender esa disponibilidad a aquellos que los sobrepasen.En la Conferencia sobre el Cambio Climático celebrada en Bonn ha quedado clara la reticencia estadounidense, mayor contaminador, a ratificar un protocolo que sin su firma será ineficaz. La insistencia de EE UU en que países más pobres pero potencialmente muy contaminantes, como China o la India, se comprometan en el esfuerzo reductor no parece justificada ahora. El problema tienen que empezar a resolverlo los que lo han creado, los más ricos. Cuando las emisiones de los países subdesarrollados muy poblados y con importantes reservas de combustibles fósiles lleguen a ser peligrosas, entonces deberán limitarlas. Pero es difícil nada cuando los más desarrollados no dan ejemplo.

Hay tareas urgentes mientras se avanza hacia la ratificación total, prevista en el 2002. El año que viene será decisivo en la fijación de los instrumentos de control de emisiones y de sanción en caso de incumplimiento. Y queda la cuestión del mercado de emisiones, tan querido por EE UU, deseoso de comprar para aliviar sus obligaciones, y por Rusia, deseosa de vender, dado que prevé no llegar a sus límites. La Unión Europea ha propuesto que estos mecanismos no puedan cubrir más de la mitad de la reducción fijada para cada país, y así evitar que se dé la vuelta al sentido de los objetivos del protocolo. Mantener a largo plazo el mercado de emisiones significaría presuponer que los países pobres dispondrán siempre de cupos a la venta; es decir, que seguirán siendo cada vez más pobres. Uno de los factores clave en la riqueza y prosperidad de una sociedad es el acceso a la energía.

La reducción en el consumo de combustibles fósiles, única política efectiva para disminuir las emisiones de gases de invernadero, implica decisiones fiscales, económicas y energéticas de enorme envergadura. No es tarea fácil, pero es esencial afrontarla si no queremos desencadenar transformaciones climáticas que podrían tener consecuencias muy graves.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_