Juan Pablo II reclama a los poderes públicos de Asia libertad para practicar el cristianismo
ENVIADA ESPECIALDiálogo y libertad fueron ayer las palabras clave de los dos discursos pronunciados por el Papa en la segunda jornada de su visita a India, que concluye hoy. El único riesgo para la convivencia pacífica entre creencias estaría en la falta de libertad, porque, dijo el Papa, "existe un vínculo muy estrecho entre libertad y paz". Y como la "principal exigencia de la libertad" es el libre ejercicio de la religión en la sociedad, "ningún Estado, ningún grupo tiene el derecho de controlar directa o indirectamente las convicciones religiosas".
Juan Pablo II pronunció su primer discurso ante poco más de 30.000 fieles que acudieron a la misa celebrada en el estadio Nehru de Nueva Delhi. Un Pontífice exhausto, agobiado por el calor y las secuelas del cambio horario pidió a los católicos del subcontinente su colaboración decidida para que "el tercer milenio cristiano pueda asistir a una gran cosecha de fe en este continente vasto y vital". Por la tarde, ante los líderes de las grandes religiones de Asia, el Papa dejó claro que la Iglesia Católica se prepara a cumplir esta misión en el respeto de las demás creencias a las que propuso el diálogo como único camino para superar los conflictos religiosos.El balance de la visita de Juan Pablo II a India es satisfactorio, según el Vaticano. No obstante, el Papa, que llega hoy a Georgia, segunda etapa de este su 89º viaje fuera de Italia, es un perfecto desconocido en India y todo apunta a que lo seguirá siendo por mucho tiempo. Es cierto que el cristianismo llegó a Asia antes que a Europa (con la excepción de Roma), como ha recordado estos días el Pontífice, refiriéndose a la llegada de Santo Tomás apóstol en el año 52, pero la "semilla" se agostó hace siglos y hoy la fe de Cristo es minoritaria en los dos grandes países asiáticos, China e India. Ello no impide a la Iglesia, y mucho menos a un Papa forjado en las dificultades de la vida religiosa bajo el comunismo, luchar por la "reimplantación" del Evangelio en un territorio hoy por hoy hostil. Buena prueba del empeño del Papa en esta tarea es que haya escogido Nueva Delhi, la ciudad posiblemente menos católica de India, como destino de su segunda y crucial visita al inmenso subcontinente. En una urbe donde viven más de siete millones de personas (diez millones contando los superpoblados suburbios) apenas hay 70.000 católicos. Pero ni siquiera acudieron todos al estadio Jawarharlal Nehru, dedicado a la memoria del primer mandatario de la India independiente, donde Karol Wojtyla celebró el único acto de masas de este viaje. La ceremonia coincidía con una de las principales fiestas hindúes, la "fiesta de las luces" o Diwali, equivalente a la Navidad cristiana, que concentró en Nueva Delhi a millones de personas.
El "Diwali"
La misa oficiada por el Pontífice incorporó en pequeña medida el Diwali, como prueba del talante conciliador con que el catolicismo afronta las demás creencias, y hubo bailarinas que acompañaron a los casi 300 obispos de Asia hasta el altar, hicieron después una ofrenda de flores y luces y quemaron barras de incienso. El Papa expresó su deseo de que el próximo siglo "alumbre una nueva relación de comprensión y solidaridad entre los seguidores de todas las religiones".Juan Pablo II volvió a subrayar los deseos de la Iglesia que dirige de "iniciar un diálogo cada vez más intenso con las religiones del mundo" en el encuentro que mantuvo por la tarde con los líderes de las grandes creencias sistematizadas de Asia: hinduismo, islam, sikh, budismo, jainismo, parsi, judaismo y bahai. El líder hindú, Jagat Guru Madhavanand Shankaracharya, que apareció sentado junto al Papa, con el torso desnudo y decorada la frente con unas líneas amarillas, se desmarcó en su intervención de la actitud intransigente de los sectores extremistas de esta religión mayoritaria en India.
Consciente de los fantasmas de guerras religiosas que pueblan este inmenso país, Wojtyla se ocupó de precisar en su discurso que el diálogo que propone no representa "un intento de imponer" sus "opiniones a los demás, porque un diálogo de este tipo sería una forma de dominio espiritual y cultural". "Pero tampoco significa abandonar nuestras convicciones", añadió.
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