Guerra de reconquista
MOSCÚ SE ha quitado la máscara y admite ya que va a intentar reconquistar Chechenia, la república secesionista caucásica que perdió en una guerra humillante para el Ejército ruso entre 1994 y 1996. El pretexto inicial de los ataques, ya en su sexta semana, fue erradicar a supuestos terroristas islámicos responsables de una oleada mortífera de atentados en ciudades rusas a finales del verano. Después se arguyó la consolidación de una zona-tampón que protegiera a Rusia. Ahora, la cruda realidad.Los envalentonados generales rusos han aprendido la lección. En vez de exponer a sus tropas a la guerrilla aniquilan con bombardeos aéreos y artilleros zonas enteras, que luego lentamente va ocupando la infantería. Unas 200.000 personas, la sexta parte de la población, han huido del terror desatado sobre los civiles; decenas de miles aguardan junto a Ingushetia, otra miserable república caucásica cuya frontera abren los rusos a capricho para filtrar a los atrapados. Todavía ayer, Putin pretendía que los renovados bombardeos masivos "se dirigen exclusivamente al exterminio de terroristas y no hay ningún objetivo político".
Occidente mira hacia otro lado y quiere dar por buenas estas sonrojantes mentiras. Washington, Londres y Bonn han hecho oír simbólicamente su voz pidiendo moderación. El Consejo de Europa ha carraspeado. La diplomacia occidental dice esperar -si no se pospone- a la cumbre de este mes de la OSCE, el foro favorito del Kremlin, para intentar llevar a Moscú al camino de la razón. Pero Kosovo y Timor han pasado y en Chechenia se camina en la dirección opuesta al "derecho de injerencia" que se invocaba recientemente en la ONU para contener violaciones generalizadas de derechos humanos. La realidad demuestra que esta nueva guerra, ya con visos de depuración étnica, no es un intento de aniquilar a grupos terroristas. Se trata de una gigantesca maniobra de política interior para catapultar al Kremlin el año próximo a Vladímir Putin, un leal al clan de Yeltsin. El primer ministro y sus generales cabalgan sobre esta onda con la larvada complicidad internacional.
Moscú tiene pocas probabilidades de ganar la guerra sin la destrucción física del territorio invadido. En Chechenia esperan el general invierno y montañas inexpugnables a un Ejército que, por abrumadora que sea su superioridad, sigue siendo una maquinaria frágil, minada por la venalidad y servida básicamente por reclutas mal preparados y peor motivados. Pero no se trata aquí de desenlaces militares. La trágica situación -y su capacidad potencial para incendiar el Cáucaso- exige que Occidente mueva con urgencia y energía sus palancas diplomáticas y económicas para forzar el entendimiento. De no hacerlo así, pronto no quedará nadie con quien negociar en Grozni.
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