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El fin del mundo

"Nunca han entrado en guerra dos países donde existiera un McDonald"s", dice Thomas Friedman en su libro The Lexus and the olive tree. Pero sí: en la guerra de Kosovo, unos y otros conocían un MacDonald"s en sus vecindarios. ¿Desautorizado por tanto Friedman, dos veces premio Pulitzer, para perorar sobre la globalización?Lexus es la marca para los automóviles en la gama alta de Toyota, y el olive tree es un olivo. Lo primero hace referencia a un lugar universal del deseo como son los coches. El olivo, por su parte, evoca un árbol en señal del amor a lo tribal. Entre la homogeneización planetaria y la tensión hacia lo propio se mueve hoy la dinámica emocional del mundo. Y la económica: de un lado crecen las fusiones de las grandes empresas. De otro, se desarrollan las microaventuras mercantiles en espacios artesanos. De un lado cunden las agrupaciones transnacionales, y de otro, aparecen las fisiones étnicas y nacionalistas.

Thomas L. Friedman ha logrado éxito internacional con su obra El Lexus y el olivo exponiendo cuál es el panorama de nuestra posmodernidad. De 1946 a 1989 predominó el modelo dual de la guerra fría, mientras desde 1990 hasta este fin de siglo planea el de la globalización. El primero se caracterizaba por la oposición entre grandes potencias; el actual se define supuestamente por la difusión del poder. En aquél se podía hablar de dos o más culturas, en éste existe una tendencia hacia la cultura y el pensamiento únicos, que coinciden, respectivamente, con el imperio norteamericano y el reino del mercado. Con una adición: el mercado no aparece sólo como una alternativa triunfante sobre la planificación, sino que se ha convertido en guía absoluta de la Verdad, del Amor, de la Justicia o de la Belleza. Ignacio Ramonet, en una polémica con Friedman en Le Monde Diplomatique, sostiene que el mercado es hoy, además, un principio organizativo equivalente a lo que fueron los dioses en la época antigua o a lo que fue la Razón a partir del siglo de las Luces.

Homologación, principio de mercado, fusiones, fisiones, integración. Otras condiciones de la sociedad posmoderna son, a juicio de Friedman, el cambio del enfrentamiento por la borrosa indiferencia, la sustitución del duro muro de Berlín por la red virtual y de los conceptos pesados por las ideas veloces. El deporte que contribuía mejor a representar los tiempos de la guerra fría era el sumo, donde dos grandes cuerpos se encaraban, en evoluciones amenazantes, sin llegar a rozarse, aunque siempre abocados a un desenlace fatal. Hoy, el deporte que mejor contribuye a expresar la realidad es una carrera de 100 metros incesante y repetida, donde perder por una centésima es como perder una vida y hay que volver a empezar. La velocidad del comercio, los viajes, las innovaciones, pero también la versatilidad en los puestos de trabajo, la volatilidad de los contactos y las residencias, la existencia portátil, multiplican los nudos que tejen y desarrollan la red.

En ese universo nuevo, donde la energía se dispersa en rizomas, la cara del poder no aparece a la manera de grandes formaciones. No es fácil establecer un cara a cara entre potencias políticas, porque es sólo una la que calca su imagen a lo ancho de la tierra. No es fácil, tampoco, un enfrentamiento entre nación y nación, porque se suman, a menudo, en un mismo conglomerado. No es posible, finalmente, una lucha entre empresa y empresa porque a menudo se incluyen, directa o indirectamente, en el mismo trust.

Es en cambio factible ya, como en el medievo, temer a ciertos individuos y ver al mundo en sus manos. ¿Progresión? ¿Regresión? Los bienes de las 358 personas más ricas de la Tierra son más valiosos que la renta anual de 2.600 millones de habitantes. O bien: la suma de los PIB de todos los países subdesarrollados (600 millones de habitantes) no llegan a la fortuna de los tres individuos más ricos del planeta. ¿Realidad? ¿Ficción? ¿El fin de la modernidad? ¿El fin del mundo?

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