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Enseñanzas del cambio climático

Daniel Innerarity

Que el hombre está amenazado por un cambio climático producido por él mismo es, hace tiempo, un lugar común. La reunión en Bonn de los firmantes del Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático no hace más que confirmarlo. El problema consiste en que no basta con afirmar cuál es el problema para resolverlo. ¿Estamos realmente amenazados? ¿Quién lo sabe? ¿Es seguro ese saber? No se trata, por supuesto, de una interesante disquisición teórica, sino de una cuestión práctica de la mayor importancia, pero constituye también un asunto en el que se refleja la opinión que la sociedad tiene de sí misma y el valor que concede al saber científico.Desde finales de los años ochenta, un grupo de científicos norteamericanos a los que se denomina climate sceptics critica alguno de los tópicos corrientes sobre la materia. Los climadisidentes sostienen, principalmente, que el saber acerca del cambio antrópico no es tan seguro como afirman sus anunciadores. La polémica se agudizó en 1997 con el libro The heat is on, de Ross Gelbspan. Su tesis es que el calentamiento de la Tierra es una evidencia que sólo puede ser negada por motivos inconfesables. Los contrarians niegan que "la calefacción está encendida" en una ceremonia de confusión de la opinión pública. Se trataría de una verdadera conspiración entre científicos corruptos e industrias petroleras.

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El escenario descrito por Gelbspan parece ignorar que los conocimientos científicos -y muy especialmente los que se refieren al cambio climático producido por el hombre- no tienen el carácter de evidencias irrefutables. De entrada, porque no hay procedimientos empíricos para sustentar una tesis cuando no cabe la repetición de un experimento. Con la Tierra ocurre algo similar a la experimentación en seres vivos. Para que una experiencia sea segura se requiere la posibilidad de repetir el experimento, lo que no cabe hacer sin poner en peligro la existencia misma del objeto sobre el que se experimenta. Todas las afirmaciones acerca del clima de la Tierra pueden ser más o menos razonables, pero no alcanzan aquella seguridad que procede de la contrastación empírica. Y cuanto más general sea la tesis que se sostiene, más modestas tienen que ser sus pretensiones de exactitud. En el fondo, las cosas importantes de la vida son irrepetibles, y por eso sabemos tan poco de ellas. Las dificultades para la determinación del cambio climático son una imagen de las dificultades generales que se tienen en la vida, que no tiene una segunda oportunidad.

Por este motivo son legítimas la discrepancia o la reserva, y carece de sentido adscribirlas al interés inconfesable o la mala voluntad. Con estas acusaciones no se avanza nada en la discusión acerca del valor social y científico del cambio climático.

El auténtico problema es el carácter controvertido de la ciencia y la técnica. Gelbspan parece desconocer esta dimensión de inseguridad que acompaña al desarrollo de la ciencia. Hay muchas teorías acerca del efecto que los seres humanos producimos en el clima -unas más verosímiles que otras-, pero no hay una certeza cognoscitiva absoluta, cuya disidencia sólo sería imputable a la mala voluntad. Pero la ciencia, en este punto, no proporciona verdades (en el sentido de cadenas causales o leyes universales), sino suposiciones, escenarios, modelos y verosimilitudes más o menos bien justificados.

De todo esto no debe deducirse que sea poco plausible el cambio antrópico del clima y que no tenga sentido preocuparse de remediarlo. Se trata más bien de no olvidar que el problema consiste en cómo viven las sociedades modernas con la inseguridad y la contingencia.

Daniel Innerarity es profesor de Filosofía en la Universidad de Zaragoza.

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