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Tribuna:MUJERES
Tribuna
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Agresores y agresoras

Vicente Verdú, en su artículo titulado Los machos (EL PAÍS, 23 de octubre de 1999), comenta que "alrededor de una docena de estudios referidos a Estados Unidos y Canadá han demostrado que la mujer agrede al hombre con parecida o mayor frecuencia". Y más adelante afirma: "Dos de esos trabajos concluyen que la mayor dureza en los ataques suele ser a cargo de las mujeres. Los hombres golpean más con las manos, pero la mujer emplea medios más severos, como un cuchillo, una plancha candente o aceite hirviendo". No dice el señor Verdú cuántas veces golpean ellos con la mano para cuando una de ellas le agrede con la plancha. Insiste el señor Verdú en la utilización de las armas por parte de las mujeres cuando dice que en la oficina central de Vigilancia Nacional del Crimen norteamericana "las mujeres confesaron tres veces más que los hombres que habían empleado armas en las peleas". Lógico, teniendo en cuenta que la mayoría de los hombres tienen más fuerza física que la mayoría de las mujeres. Sólo le falta decir que los hombres pegan cara a cara, como debe ser, y la mujeres, en cambio, por la espalda, como los cobardes. De lo que no se habla es de las razones que impulsan a unas y otros a agredir, y ese dato me parece importante: normalmente ellos agreden para ratificar su poder, para demostrar su posesión. Ellas, sin embargo, como defensa o reacción frente a las continuas agresiones, ya sean físicas o psíquicas.No sé si los datos de Estados Unidos y Canadá, en los que, por otra parte, no coinciden las versiones de hombres y mujeres (¿a quién creer?), son extrapolables a nuestro país, pero también aquí tenemos estudios y estadísticas.

Para empezar, y en lo que llevamos de año, el número de mujeres asesinadas por sus esposos, novios o compañeros ronda la treintena. Pero hay más. En sólo una semana hemos asistido a tres casos realmente espeluznantes, en los que a las muertas de violencia cotidiana se ha sumado el cinismo de los agresores. En dos de los casos, los hombres, tras haber asesinado a sus compañeras, han aparecido ante la sociedad como víctimas pidiendo la colaboración de la ciudadanía en la búsqueda de las mujeres asesinadas. En el tercer caso, el asesino pretendió hacer creer a la policía que su esposa se había suicidado, y ocultó un dato importante: estaban a punto de separarse. Estos tres asesinatos tienen, además, en común otro elemento que rompe la lógica habitual. Siempre se ha dicho que los hombres agreden en momentos de ofuscación, de pasión externa; es más, en determinados casos ese hecho ha servido de atenuante a la hora de aplicar la pena. En esta ocasión, sin embargo, hay que hablar de premeditación y alevosía, agravantes comúnmente achacados a las mujeres.

Los datos de 1997 hablan por sí mismos: más de 18.000 denuncias por malos tratos y 91 mujeres asesinadas a manos de sus cónyuges o compañeros. En el País Vasco, un estudio publicado recientemente nos da algunos datos más sobre el tema: el 40% de las mujeres que se han separado había denunciado previamente malos tratos, y el 91% de las peticiones de separación las presentan las mujeres. Por el contrario, no disponemos de datos de hombres agredidos (que los habrá, no lo dudo), y menos de hombres asesinados a manos de sus mujeres (algo más difícil de ocultar).

Coincido con el señor Verdú en que el aprendizaje de la masculinidad incluye la indignidad de pegar a la mujer, claro, no se debe pegar a la mujer sumisa, dependiente y que acepta la protección del varón; es decir, a aquella que cumple su rol. Lo que no está tan claro es que no se pueda pegar a la que no acepta la sumisión ni la dependencia; esto es, a la que plantea las relaciones de igual a igual. La masculinidad entra en crisis cuando una mujer no se comporta según los cánones de feminidad establecidos. Y mucho me temo que muchas de las agresiones actuales van por esa vía.

Es evidente que las relaciones entre los sexos están cambiando. Una buena muestra de ello es el artículo publicado el pasado verano en un periódico (Diario de Noticias, 13 de agosto de 1999): "El 18% de los universitarios malagueños aprueba abofetear a su pareja por negarse a tener relaciones sexuales". El estudio indicaba que "el 0,2% de las mujeres abofetearía a su pareja en similares circunstancias". A esos datos hay que añadir los que siguen: "El 17,9% de los hombres aprueba abofetear a su pareja cuando se entera de que ésta se cita con otro, y un 2,3% de mujeres aceptaría recibir una bofetada por ese motivo". Y otro dato más: "Un 24,8% de mujeres justifica ser abofeteada si ha sido ella quien ha golpeado primero". Datos preocupantes por lo que dejan entrever, en determinadas circunstancias, que la violencia en la pareja se acepta y se justifica.

Es probable que algunos hombres y mujeres consideren que esto de pegar a la pareja cuando hace algo que les molesta es legítimo. También se observa otro hecho: aún no se ha asumido que la relación de pareja puede no ser para toda la vida.

Yo, por mi parte, confío en que sean muy pocas mujeres las que piensen que "ésa es también una muestra de igualdad", y estoy segura de que, en el peor de los casos, las agresoras jamás se equipararán a los agresores.

Begoña Muruaga es filóloga y miembro del Fórum Feminista María de Maeztu (Vitoria).

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