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Reportaje:

Tres escritoras para una época

Josefina Aldecoa, Carmen Martín Gaite y Ana María Matute desvelan los secretos de su memoria histórica

Amelia Castilla

Josefina Aldecoa no había cumplido los 10 años cuando murió fusilado su maestro y Ana María Matute tenía la misma edad cuando vio a una persona asesinada en plena calle. "La guerra civil nos abrió los ojos y ya nunca volvimos a ser las mismas", aseguró el jueves por la tarde Matute en el curso de una mesa redonda sobre las narradoras de la generación del medio siglo en la que participaron sus coetáneas Josefina Aldecoa y Carmen Martín Gaite. Las tres pasan de los setenta años, pero cada una en su estilo desprende todavía atractivo y elegancia. Literariamente se mueven entre el costumbrismo, el intimismo y la fantasía y entre las tres juntan muchos miles de lectores.No es sencillo reunir a tres escritoras de la talla de Aldecoa, Martín Gaite y Matute. Son amigas desde hace 40 años y basta verlas para darse cuenta que entre ellas no existe ningún tipo de competencia. "Aquí hemos venido a hablar bien unas de otras", bromeó Martín Gaite, moviendo con coquetería su blanca melena. "En esto las mujeres somos mejores. Las rivalidades entre hombres tienen que ver con esa necesidad de triunfo que se les inculca desde pequeños", comentó Aldecoa, que lucía uno de sus elegantes trajes de chaqueta, ante el abarrotado salón de la Universidad privada estadounidense, Saint Louis University en Madrid.

Testimonio

Entre el público, acomodado en sillas o sentado en el suelo, había mayoría de mujeres. La presentación corrió a cargo del crítico Santos Sanz Villanueva que definió a las autoras como testigos de un tiempo en el que interpretaron la realidad a través del testimonio y la invención. "A los que somos de una promoción posterior nos enseñaron que el mundo puede estar mejor", concluyó.

Rompió el fuego Josefina Aldecoa hablando de los orígenes de su promoción y de la relación de amistad que les unía con Rafael Sánchez Ferlosio, Jesús Fernández Santos, Ignacio Aldecoa, Alfonso Sastre y José Caballero Bonald, entre otros. "Las experiencias comunes unen a lo seres humanos", aseguró la escritora, que nunca se sintió discriminada como mujer entre aquel grupo que pasaba las tardes entre el madrileño Café Gijón y las tabernas de la zona. "Ni nos cedían el paso ni nos pagagan el café", recordó Aldecoa al referirse a una generación de la que muchos han muerto ya, pero "los que vivimos, continuamos teniendo un gran sentido de la amistad".

La experiencia de la infancia, la escasez de libros con la que crecieron, en la que hasta Platero y yo se consideraba subversivo -"tras precoces, autodidactas", que decía García Hortelano-, la censura, las dificultades para publicar en una España en la que ser joven no sólo no era un valor, sino algo negativo acabó por unirles para siempre.

Como seña de identidad común a la ya conocida como la generación del medio siglo, Aldecoa señaló el compromiso con la realidad, un compromiso que las condujo a la recuperación de la memoria histórica y que queda perfectamente representado en un libro de cada una de ellas: Historia de una maestra (Anagrama), En el cuarto de atrás (Anagrama) y Primera memoria (Debate) .

Tomó el relevo Carmen Martín Gaite que centró su intervención en lo juntas que caminan literariamente la realidad y la ficción. "¿Quién nos dice que un sueño no es verdad?", se preguntó la autora de Entre visillos. Para esta escritora, que contó en uno de sus libros, Esperando el porvenir, cómo eran y cómo vivían la generación del medio siglo, en su obra resuena todo lo bueno y lo malo que le ha pasado en la vida y todo lo que ha vivido. "La literatura como ficción se mezcla con la memoría", dijo Martín Gaite para la que ser joven es ir atesorando todo lo que ves y lo que lees. Reconvertir todo eso en literatura es "el acceso a otro reino" o, como dijo Matute "es Alicia pasando a través del espejo".

"Lo que nos une a todos los que hemos decidido dedicarnos a la literatura es la descripción de un paisaje y de una época", siguió Matute. Para la autora de Olvidado rey Gudú, escribir es penetrar en la realidad invisible.

Ana María Matute empezó a escribir para escaparse de la realidad. Desde niña, cuando le leían cuentos, le quedó la fascinación por los paisajes que ella nunca hubiera conocido de no ser por los libros. "¿Qué hubiera sido de mí de no ser por la literatura?", se preguntó la autora que describió su infancia como la de una niña tartamuda y solitaria a la que la falta de amigas y la severidad de las monjas le obligaron a refugiarse en sus cuadernos. "Desde que era pequeña prometí que me haría escritora para vengarme de los mayores y así lo hice", concluyó la autora.

Las tres coincidieron en que para evitar la censura había que evitar llamar a las cosas por su nombre. Se acostumbraron a escribir sin sacar conclusiones y desviando la atención del verdadero fondo. "La literatura nunca ha sido explícita", apuntó Martín Gaite. Entre risas recordaron que había palabras prohibidas como suicidio y divorcio y Matute contó que los censores eran "terriblemente estúpidos". La escritora apuntó que en una ocasión en que se refería a unas guerreras (luchadoras) negras, le tacharon la palabra negras porque los falangistas llevaban guerreras negras y podía tratarse de un mensaje subliminal.

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