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Tribuna
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Empate eterno

Josep Ramoneda

El cántaro se ha roto. El cuento de la lechera que ETA y los nacionalistas vascos habían diseñado no se ha cumplido. La Declaración de Lizarra se les cae de las manos antes de abrir la primera puerta. Estaban convencidos de que, ante la perspectiva del fin de la violencia, los vascos no repararían en el precio a pagar. Lizarra iba acompañado de un gesto -la tregua- que debía ablandar las conciencias de los ciudadanos más reticentes a los designios nacionalistas. Con tal de que no hubiera más muertos, la gente haría abstracción de sus temores y se dejaría llevar. No ha sido así. Dos elecciones ha habido después del anuncio de la tregua y en las dos elecciones se ha repetido el empate eterno entre nacionalistas y no nacionalistas (o españolistas, o constitucionalistas, o autonomistas, como se les llama según el prejuicio ideológico de partida del que habla).Lizarra debía forzar el desempate, debía arrastrar al llevar incorporada la promesa del fin de la violencia. Pero la gente desconfía de un día después intervenido por quienes han recurrido sistemáticamente a las armas. Empieza a cundir la idea de que por procedimientos democráticos el empate seguirá. Porque la realidad social de Euskadi no concuerda con el cuento que explican los nacionalistas. Sin embargo, el nacionalismo moderado, en vez de administrar con prudencia política los delicados equilibrios vascos, se empeña en el órdago.

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Es pintoresca y sería sorprendente, si no fuera habitual, la imagen de un partido tan acomodado en la sociedad vasca como el PNV haciendo discursos antisistema con la boca mientras con la mano da su voto al presupuesto preparado por el Gobierno de la derecha españolista. Si alguien representa el sistema en el País Vasco, en todas sus dimensiones: la clerical, la institucional, la económica, la cultural, la política, es el PNV. Es el PNV el que ha gobernado desde que existe el Estatuto de Gernika, es el PNV quien mayormente se ha visto favorecido por el actual marco legal. Y, sin embargo, aprovecha el aniversario para tirar contra el instrumento legal sobre el que ha construido su hegemonía en el País Vasco. El PNV es así: lo dogmático y lo pragmático, el ruido y la componenda se combinan en sus juegos preferidos.

El Estatuto ya no sirve, dicen. E inmediatamente sale el poder fáctico a corroborarlo. Durante mucho tiempo se ha argumentado que la violencia en el País Vasco era consecuencia del conflicto. Estamos llegando al argumentario opuesto: amenazar con la violencia para mantener vivo el conflicto. El PNV, en vez de plantar cara, sigue pidiendo comprensión.

Toda estrategia aceptable para la consolidación del fin de la violencia en Euskadi pasa por un punto: la disolución de ETA. Con este trasfondo se vendió el Pacto de Lizarra: el new look de HB a través de las siglas EH y del radicalismo de rostro humano de Arnaldo Otegi sugerían que, tarde o temprano, ETA nombraría heredera a EH, cristalizando así el paso de la lucha armada a la lucha política. Por lo menos, éste era el señuelo implícito. De momento, ocurre todo lo contrario. El comunicado-carta al Gobierno de ETA lo confirma. No sólo quiere seguir presente, sino que quiere tener la iniciativa. Visto que el envite de Lizarra no tiene salida por la vía democrática, ETA aprieta de nuevo. Y pone a tres presos, tres héroes del crimen político, como sus representantes. Una escenificación destinada al consumo interno y un distanciamiento de las conversaciones que permite a la dirección etarra guardarse siempre la última palabra.

El PNV sigue dejando la iniciativa al hijo pródigo que asegura querer regresar. ETA utiliza lo que mejor domina: su instinto de perpetuación. Al Gobierno se le acusa de falta de iniciativa. Pero ¿qué otra iniciativa puede tomar? Aceptar el órdago político sería romper el desempate eterno a favor de los nacionalistas, es decir, en contra de la mitad de la ciudadanía, entre ella los votantes del PP. De algún modo, los nacionalistas tendrán que acabar aceptando la realidad del empate. Generar falsas expectativas no sirve para nada. La ciudadanía ha sentido alivio por la tregua. Alivio no quiere decir falsas ilusiones. Son los políticos nacionalistas los ilusos que tienen miedo a reconocer la realidad. ¿Pesimismo? No. Tengo la impresión de que no hay otro final de la violencia que el paso de los días sin asesinatos. Y ya llevamos más de un año.

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