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Veinte años después...

Hoy, 25 de octubre, se cumple el vigésimo aniversario de la aprobación en referéndum del Estatuto de Gernika por el pueblo vasco. Dos décadas de vigencia ininterrumpida de la autonomía de Euskadi son motivo suficiente para el recuerdo y la celebración de esta efemérides de la historia reciente. Así lo han entendido el Partido Socialista de Euskadi y el Partido Popular del País Vasco, junto con la Diputación de Álava, gobernada por el PP y Unidad Alavesa. En cambio, el PNV y Eusko Alkartasuna han optado por desentenderse de la fecha y no conmemorarla públicamente. Tampoco el Gobierno vasco, surgido de dicho Estatuto, ha organizado ningún acto oficial con tal ocasión. Esta ausencia contrasta con la conmemoración de su décimo aniversario por el Gobierno de Ardanza en 1989. La actitud del PNV y EA no es novedosa, pues ya en 1997 votaron en el Parlamento vasco en contra de una proposición de los partidos no nacionalistas para hacer del día del Estatuto la fiesta oficial de la Comunidad Autónoma Vasca (CAV).A la vista de tales comportamientos, da la impresión de que los partidos estatales son ahora las únicas fuerzas autonomistas en Euskadi, mientras que los nacionalistas moderados se han sumado al antiautonomismo de los radicales o, al menos, se han convertido en autonomistas vergonzantes: no quieren defender ex profeso aquello por lo que lucharon denodadamente en la transición y consideraron un triunfo político en 1979. El caso del PNV es el más significativo al respecto, pues fue el principal artífice del Estatuto de Gernika, el partido que más lo rentabilizó en las urnas, que construyó la CAV a su imagen y semejanza, y que ha gobernado con él desde 1980, primero en solitario y desde la escisión de EA en coalición con otros partidos.

¿Cómo se explica esta paradoja? Algunos analistas arguyen que el PNV ha sido independentista siempre, desde Sabino Arana hasta hoy, y que si entonces aceptó el Estatuto fue sólo coyunturalmente, porque era imposible conseguir algo más. En cambio, ahora habría llegado el momento de la superación del Estatuto por la vía de la autodeterminación, que permitiría dar el salto hacia la independencia de Euskadi gracias a su alianza con el nacionalismo radical desde el Pacto de Estella del pasado año.

Esta visión adolece de simplismo y no se corresponde con la trayectoria histórica del PNV desde 1898, ni tampoco con la posición actual de todo el partido, cuando personalidades relevantes, como el ex lehendakari Ardanza o el parlamentario y ex consejero Arregi, se manifiestan en defensa del Estatuto de Gernika como un importante patrimonio político del nacionalismo moderado, que no se equivocó al aprobarlo hace veinte años. Se trata de "un logro histórico", según reconocía el Pacto de Ajuria Enea en 1988, que no se puede abandonar como si fuese un lastre para subirse al tren de Lizarra, conducido por el nacionalismo radical, un tren que puede descarrilar o llevar a ninguna parte.

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Ante la encrucijada de caminos en que se encuentra en la actualidad, el PNV debería tener en cuenta las enseñanzas de su propia y dilatada historia. Una de sus constantes principales a lo largo de un siglo ha sido su lucha por la autonomía de Euskadi como objetivo político básico, desde que en 1898 Sabino Arana propusiese a la Diputación de Vizcaya la creación de un "Consejo Regional Vasco", que no era más que una tímida mancomunidad de diputaciones. Si es cierto que la autonomía no ha sido nunca la meta oficial del PNV, también lo es que ésta no ha sido la independencia expressis verbis, sino la ambigua fórmula de la restauración foral plena desde su manifiesto tradicional de 1906. Para varios historiadores, la suma de independentismo teórico y autonomismo práctico ha sido la seña de identidad más conspicua del PNV y una de las claves de su éxito político y de su arraigo social, al posibilitar la coexistencia en su seno de autonomistas, foralistas e independentistas. De ahí que su nacionalismo ninca haya sido exactamente igual a separatismo.

Como regla general cabe señalar que el PNV ha logrado sus mayores victorias electorales coincidiendo con las campañas autonómicas de la Restauración, la II República y la transición y con los años siguientes al Estatuto de Gernika. Por el contrario, en momentos de radicalización política, ha perdido votos y escaños en las instituciones, como ha sucedido en los comicios autonómicos y locales celebrados en el último año tras su firma del Pacto de Estella. Porque el frente nacionalista vasco, estrategia seguida por los radicales desde la II República, favorece a estos últimos y perjudica a los moderados.

El problema estriba en que el PNV ha tenido y tiene una concepción instrumental, gradualista y ambivalente de la autonomía, según la cual ésta no es un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar mayores cotas de autogobierno para el País Vasco. Y en función de la coyuntura, el Estatuto de Gernika es la autonomía política más amplia de Europa, dotada de una soberanía fiscal equiparable a la de un Estado miembro de la UE, o, en cambio, se trata de un Estatuto de mínimos ya agotado y que puede ser superado por el soberanismo. Esta concepción habitual del PNV no ha contribuido a legitimar el Estatuto, sino más bien a minusvalorarlo, proporcionando argumentos a los radicales para atacarlo. Éstos sí han sido siempre independentistas y antiautonomistas; pero, cuando constituían una corriente interna del PNV, fueron expulsados o se marcharon en las escisiones de Aberri (1921) y Jagi-Jagi (1934). La misma Eusko Alkartasuna, que se separó del PNV en 1986 por otras causas, ha constatado que su programa favorable a la independencia de Euskadi no le ha servido para avanzar, sino para retroceder electoralmente desde 1987, habiendo perdido casi la mitad de su electorado inicial.

Los dos decenios transcurridos permiten hacer un balance del Estatuto de Gernika. En primer lugar, hay que recordar que fue elaborado por consenso y aprobado por el 90% de los votantes, con una abstención del 40% (cifras similares a las del Estatuto de Cataluña, plebiscitado también el 25 de octubre de 1979), a pesar de su rechazo tanto por la izquierda radical como por la derecha franquista. Contó con el apoyo de la mayoría de los partidos (PNV, PSE-PSOE, UCD, EE, PCE...) y de los sindicatos UGT, Comisiones Obreras y ELA-STV (pese a ello, este último escenificó la muerte del Estatuto en Gernika hace dos años).

Con un contenido muy superior jurídica y políticamente al de 1936, aprobado in extremis en plena guerra civil, el Estatuto de Gernika no fue un texto otorgado sino pactado, fruto del acuerdo entre la Asamblea de Parlamentarios Vascos y la Comisión Constitucional del Congreso, así como entre el presidente Adolfo Suárez y Carlos Garaikoetxea, a la sazón presidente del Consejo General Vasco, en julio de 1979.

Además, este pacto político refleja el pluralismo característico de la Vasconia contemporánea, representa el punto de encuentro de nacionalistas y no nacionalistas, y ha permitido gobernar conjuntamente al nacionalismo y al socialismo durante diez años. Hoy en día, continúa siendo aceptado por la gran mayoría de la sociedad vasca. Si la derecha lo ha asumido por completo, la izquierda abertzale lo ha combatido siempre, pero ha fracasado hasta ahora en sus intentos de sustituirlo por otras instituciones y ha terminado por participar activamente en el Parlamento de Vitoria en la presente legislatura, sosteniendo en él al Gobierno de Ibarretxe.

En realidad, es con el Estatuto de Gernika cuando se ha construido Euskadi como nacionalidad y como entidad jurídico-política, de la cual sólo ha existido el efímero antecedente de la guerra civil. Debe resaltarse que hasta 1980 nunca hubo un Parlamento vasco, ni tampoco un Gobierno vasco con jurisdicción efectiva sobre Álava, Guipúzcoa y Vizcaya. Por eso, es falsa la afirmación de que el Estatuto haya dividido a Euskadi, cuando nunca en la historia y durante tanto tiempo esas tres provincias han tenido instituciones políticas comunes.

En suma, el Estatuto de Gernika está vivo y en vigor porque ha sido el texto jurídico que ha proporcionado al País Vasco el mayor autogobierno de toda su historia y el que mayor consenso ha generado entre la ciudadanía vasca. Que el partido que más luchó por conseguirlo y logró con él la hegemonía, lo cuestione ahora y prefiera gobernar con el apoyo del enemigo de la autonomía, introduciéndole cual caballo de Troya que pueda destruirla desde dentro, constituye la gran contradicción de la política vasca actual al cumplir dos décadas de existencia el Estatuto de Gernika.

José Luis de la Granja Sainz es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco.

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