La magia de las percusiones
El fin de semana musical de Madrid ha tenido como eje cuatro comienzos de ciclo: los conciertos de la Nacional en el Auditorio, los del Real, la temporada de la Comunidad en la Real Casa de Correos y la de la Universidad Complutense.El sábado actuó la Sinfónica de Euskadi con la Coral Andra Marí, dirigidos por Juan José Mena, en un programa homenaje a Carmelo Alonso Bernaola, el compositor de Ochandiano, doctor honoris causa por la Complutense. García Navarro y el Coro de la RTVE y la Sinfónica de Madrid interpretaron en el Real el Réquiem de Dvorak, y en el Auditorio Nacional, a teatro lleno, volvió Frühbeck de Burgos con las formaciones nacionales para ofrecer una excelente versión de la Sinfonía número 2, Resurrección, de Gustav Mahler, teniendo como solistas a la soprano María Orán -más que irreprochable, fascinante- y a la mezzo eslovena Marjana Lipovsek, también maestra de estilo. El director burgalés se apuntó un nuevo y redondo éxito y tanto la ONE como el coro -que gobierna Steubing-Negenborn- evidenciaron unas posibilidades de las que no hay motivo para dudar, sino todo lo contrario.
Fantasía
Dejando aparte las dolientes y esperanzadas estrofas de Klopstoc pasamos a la Puerta del Sol y a la hoy sede del Gobierno de la Comunidad de Madrid. En el patio central, amplio y bien cubierto, sonaron otras músicas bien diferentes pero no menos apasionantes, llevadas con dominio, fantasía y entusiasmo por el benemérito José Ramón Encinar. Una página de gran atractivo, Kity, reveló el talento del portugués João Pedro Oliveira (1959), formado en Nueva York, y antecedió a dos construcciones de John Cage, de 1939 y 1941, modelo de orden constructivo y matización de las percusiones sean de madera o metal. Como final, Acte prealable nos recordó una vez más la potencia creativa de Francisco Guerrero (1951-1997).
Reunía todos los atractivos el estreno en Madrid de Próspero: Scena, música de Alfredo Aracil sobre texto de José Sanchís Sinisterra, presentada en Londres hace casi cinco años. Aunque la versión era de concierto, la "acción" de este singular monodrama posee fuerza y belleza literaria, sonora y como conjunción de todos los elementos. Aracil, refinado espíritu de cultura, parece arrancar de Monteverdi, con toda espontaneidad pues alienta en su alma un raro impulso renacentista. José Luis Gómez -un mirlo blanco de nuestro teatro- encarnó al protagonista, que es la recreación libre de La tempestad, de Shakespeare.
El limpio, expresivo y sobrio texto de Sanchís y la musicalización de Aracil se funden en un discurso único y coherente, realista y fantástico, natural y sobrenatural y hasta nosotros llega la imaginación, los sueños y las fantasmagorías de este Próspero brutal y miserable. Aracil es capaz de transmitir los más diversos temperamentos y pasiones, por decirlo a lo monteverdiano.
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