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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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Vigilantes salvajes SERGI PÀMIES

Tengo una radio que se pone en marcha sola. El otro día, sin previo aviso, le dio por sintonizar una emisora argelina. Las interferencias alejaban la voz de un locutor que, en francés, dirigía una emisión dedicada a uno de los grandes problemas de la humanidad: aparcar.Escuché y me enteré, entre otras cosas, del precio de una plaza de parking en la ciudad de Argel. Los clientes entrevistados (mujeres que hablaban en francés) afirmaban que costaba 2.000 dinares al mes. Los oyentes que llamaban al programa (mujeres que hablaban en francés) confirmaban esta tarifa. Los dueños de parkings (hombres que hablaban en francés con fuerte acento árabe), en cambio, mentían diciendo que no se podía pagar más de 1.200 al mes. Al cabo de un rato, llamó otra oyente diciendo que, aparte de las plazas fijas, está también el tema de esos aparcamientos callejeros en los que unos jóvenes te cobran a toca teja por vigilarte el coche. "¡Ah, sí!, claro", terció el locutor, "los vigilantes salvajes".

Resulta que en Argel es normal que algunos jóvenes se busquen la vida vigilando coches. A ratos o de manera más estable, pero el caso es que su presencia intimida a los ladrones y garantiza cierta seguridad a los conductores. En eso, una reportera entrevistó a dos de esos jóvenes que, curiosamente, sólo hablaban en árabe (conclusión barata respecto al bilingüismo argelino: en Argelia escuchan la radio las mujeres que tienen coche y que hablan en francés y vigilan los coches los jóvenes que hablan árabe).

Pero cuando parecía que el tema ya no daba para más, una mujer denunció que algunos vigilantes de parking se aprovechan de la confianza de sus clientes para "tomar prestados" sus coches y, sin cortarse un pelo, salir a dar una vuelta por la noche. "¿En qué parking ocurre esto?", inquirió el Josep Cuní de las ondas argelinas. "En uno cercano a la Escuela Nacional de Bellas Artes", afirmó la oyente (al oír "Escuela Nacional de Bellas Artes", no pude evitar imaginarme un edificio colonial blanco y preciosas estudiantes de ojos oscuros cruzando el vestíbulo con carpetas de dibujo bajo el brazo). Otra mujer, que no tenía coche, se coló en el debate para despotricar contra la juventud. "Los jóvenes no deberían hacer este trabajo", dijo, a lo que el expeditivo locutor respondió: "Siempre y cuando les demos otro, ¿no?". La mujer se mostró inflexible: "Eso deberían hacerlo los jubilados". Harto de estar harto, el locutor remató: "Los jubilados ya han trabajado bastante, señora". Fueron unos minutos de radio viva que duraron hasta que mi aparato fue abducido por una marea de interferencias que ahogaron las voces argelinas.

Angustiado por la cuestión, salí a la calle, observé, pregunté y también vi hermosas estudiantes de ojos negros con carpetas de dibujo bajo el brazo. Pero a lo que íbamos. En Barcelona, el precio de una plaza de parking oscila entre 14.000 pesetas (calle de Sardenya) y 19.000 (calle de Santaló). O sea: una fortuna (personas que no tienen coche incluso se están planteando irse a vivir a una plaza de parking). Hay barrios -Gràcia, tenía que ser Gràcia- en los que el problema es muy serio. Hay más coches que plazas y eso crea una necesidad permanente de búsqueda e interminables listas de espera.

Por la noche, unos amigos me contaron -las noticias sobre aparcamientos nunca vienen solas- sus respectivos casos. El primero tenía una plaza pero la comunidad de propietarios del edificio en el que se ubicaba el parking lo cerró a causa de unas tóxicas emanaciones de humos y ruidos. El Ayuntamiento ya ha dado el visto bueno para que se reabra tras realizar las oportunas reformas, pero la comunidad no traga y sigue en sus trece. "¿Y qué les ha ocurrido a los coches que estaban dentro?", pregunté. "Te lo dejan sacar, pero no te lo dejan volver a meter". "¿Y qué haces ahora?", insistí. "Dar vueltas como un idiota esperando a que se produzca el milagro de encontrar sitio hasta que, finalmente, se produce el milagro, sí, pero siempre en el quinto pino". El otro amigo, abogado, me contó que uno de sus clientes acababa de pedir un crédito para adecentar un parking, pero que tardará 10 años en amortizarlo cobrando 15.000 pesetas al mes por cada una de las 30 plazas. Mientras regresaba a casa, escuchando una emisora occidental rebosante de estupidez convencional, me imaginé un futuro con muchos problemas de aparcamiento y miles de jóvenes vigilantes salvajes llegados desde todos los rincones pobres del mundo para ayudarnos a resolverlos a cambio de un dinerillo y de que, de vez en cuando, hagamos la vista gorda cuando salgan a dar una vuelta por ahí con nuestros coches.

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