Roberto Verino se abre al verano del 2000 con la renovación de los tejidos
Modesto Lomba muestra una colección lineal con problemas de factura
Modesto Lomba y Roberto Verino iniciaron ayer los desfiles de moda fuera de la Pasarela Cibeles con sus propuestas para la primavera-verano del 2000. El primero desilusionó con una apuesta que, queriendo ser sobria, llega al aburrimiento y que entra en dificultades técnicas de realización de la costura, y el segundo levantó la moral de los interesados con una proyección redonda de su profesionalidad, llena de riesgo y de instinto renovador.
Mientras Lomba abandona casi por completo la apuesta técnica en los tejidos, que fue su fuerte en anteriores desfiles, Verino entra profundamente en la experimentación volumétrica y en la fuerza de las nuevas texturas. Lomba optó por la tienda Vinçon, un espacio que esta vez resultó ingrato al diseñador, agobiante con los improvisados nichos de madera en que se sentaban los espectadores. La ropa de Devota & Lomba se veía mal en perspectiva, y sólo los primeros planos permitían verificar cómo había descendido la calidad en el cosido, a pesar de previamente contar con una atinada selección material y cromática. La colección quería ser lineal y se volvió poco a poco invisible, con tirantes imaginativos, sisas altas de corte semicircular y largo bajo rodilla que no lograban sostener el conjunto. Esta vez Lomba pinchó en el calzado que le realiza expresamente Yanko con unas sandalias sin solución final. Las asimetrías, igualmente, estaban resueltas con frialdad y poca pericia en el dibujo, lo que se entorpecía aún más con las dificultades propias de ese algodón con cubierta satinada al que la aguja escurre diabólicamente. Su mejor momento discurrió con el punto, a veces fino, a veces grueso y dejando entrever la piel, y donde un cierto juego geometrista animaba los conjuntos.Por la tarde, en el pabellón blanco de la Casa del Reloj de Arganzuela, Roberto Verino hizo un desfile de gran empaque y espíritu futurista, pero se trata de un futurismo que está ahí, latente y posible en su sueño espacial y que encuentra su inspiración en la corriente soviética del mismo nombre (también llamada constructivismo) de los años veinte, hasta el punto de que parecía que estábamos revisando a la luz del nuevo milenio el catálogo civil de Alexandra Exter, Rodchenko, o las injustamente olvidadas Stepánova, Yakúmina y Lamánova, aquellos que estamparon por primera vez en la ropa círculos concéntricos, leyendas, diagonales o sugerencias arquitectónicas, que Verino, con gran acierto, hace suyas (en la espalda de una blusa había literalmente la sección de un edificio racionalista como estampado) .
Sobre una pasarela de policarbonato rígido opal de apenas 20 milímetros de grosor y al son de las olas del mar, las chicas aparecieron con plataformas-pagoda (un zapato que podía haber imaginado Depero en sus años mozos) y dando un recital de grises. Es la neoarruga que provocan los metalizados imponiendo su fuerza y su poesía nueva, donde hay un potencial del que sólo hoy día vemos la punta del iceberg.
El color, para Verino, en general, también era una paleta de nostalgia del constructivismo y su arquitectura: granito, aluminio matizado, pizarra, latón laminado, acero, algo de ladrillo, blanco encalado, lo que hacía los diseños más concisos, sin miedo a mostrar el hight-tech de la prenda o los complementos (pulseras de metacrilato transparente o bolsos translúcidos: sugerencias esquématicas traídas de otra dimensión y otra época).
Para el hombre, Verino conserva la ironía del traje clásico traído a su terreno y a sus intenciones, aunque a veces lo convierte en un estricto uniforme coreano (o ruso de los años duros); el vaquero es suave, de talle bajo, con fantasía y patas de elefante muy dentro del neohippy. También hubo faldas que de la rodilla bajaban al tobillo, especialmente una rosa veneciano y otra con hilos de metal. Los plastificados daban a todos los materiales un lustre especial y dinámico, que contrastaba con los linos tratados en dobles capas y el punto ancho con un toque sutil de trabajo artesano. Otro acierto, la jerarquización del chubasquero transparente, que adquiere carta de identidad propia. En algunos conjuntos, el único punto discordante eran unos bolsos de fantasía con cuentas canelones y lágrimas de lamparería que querían ser una cita del pasado y se convertían, a su pesar, en un objeto raro al conseguido equilibrio del resto.
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