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Tribuna
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La costosa dictablanda de Pujol

Al poco tiempo de subir al trono, Jordi Pujol dejó bien sentado que cualquier duda sobre su infalibilidad era un ataque contra Cataluña y, así, cualquier dubitativo podía ser tachado inmediatamente de anticatalán. ¿De qué extrañarse? Hace ya más de diez años escribí en el dominical de este periódico un artículo titulado Cándido en Pujolandia donde alertaba sobre la posibilidad de que el Honorable se acostase cada noche recitando para sus adentros la prestigiosa máxima "el Estado soy yo". En estas postrimerías del milenio, la máxima se ha convertido en latiguillo; y, para los feligreses del pujolismo, en dogma.

Recuerdo un comentario de aquel gran señor que fue Josep Tarradellas: "Tengan cuidado si gana ese chico, el Pujol. Tiene carácter de dictador". Y aunque debemos situar esta afirmación en su debido contexto -al fin y al cabo una democracia marca decorosos límites-, tampoco podemos ocultar que al Augusto se le escapan ramalazos de totalitarismo muy aptos para resultar escandalosos a cuantos, sin soñar siquiera en votarle, le pagamos el cargo de nuestro bolsillo... y me temo que no sólo a él, pues al parecer ni el nepotismo ni el amiguismo son prácticas que suenen a exótico en los pasillos de la Generalitat. Que son algo parecido a las gideanas caves du Vatican pero sin curas, a no ser que consideremos como tales a esos fundamentalistas que ejercen el imperio de su razón absoluta, agrediendo si conviene con un vademécum sobre la nación catalana en una mano y un misal en la otra. Porque -esto es importante- los asalariados del pujolismo suelen ser, desde siempre, adictos a la misa de doce. ¿Quiero decir con esto que son conservadores? Quiero decir que son carcas de mucho cuidado.

Partidarios acérrimos del noli me tangere, obedecen ciegamente a su amo celebrando en los subterráneos de la Generalitat sibilinos autos de fe que harían las delicias de los expertos en maquiavelismo. No montan hogueras -¡otra vez los límites de la democracia!-, pero saben cómo servir a la ortodoxia pujolista agrediendo a sus contrarios con anatemas que degeneran en el ninguneo sistemático, cuando no en la persecución. Nada más lógico. Ya he dicho que en aquella santa casa no son gratos los dubitativos y mucho menos los respondones. Y es que la derecha catalana es civilizada... mientras no le lleven la contraria.

Esta actitud se ha demostrado ampliamente con la aplicación a rajatabla de la máxima favorita del burgués catalán: "quien paga, manda"; máxima que, traducida a la práctica, ha dado casos de excelsa megalomanía en los que la cultura ya no depende de la eficacia o ineficacia de uno o varios equipos -equipos que, por otro lado, no han sido la gloria de Babilonia-, sino de los gustos personales del President. Así, hemos tenido que soportar cómo se gastaban auténticas millonadas en temas que eran considerados alto secreto y de los que no se dio cuenta al Parlament cuando alguno de sus miembros lo exigió. Símbolo, pues, de un autoritarismo inaceptable en una sociedad parlamentaria.

Pese a sus apariencias de simpático tendero, Pujol es hombre amante de la pompa, la prosopopeya y los grandes coups de théatre: lo demuestra subiendo al Aneto y bajando iluminado como Moisés del Sinaí, con el mensaje electoral a punto. Posee ya un mausoleo digno de Augusto -el bofilliano Teatre Nacional de Cataluña- e incluso un hagiógrafo, disfrazado de espíritu crítico: Baltasar Porcel, antiguo maoísta (!), después cortesano del Rey y finalmente Pepito Grillo a quien Pujol montó una institución de supuesta utilidad para Cataluña -el Institud d"Estudis Mediteranis- cuyos costes permanecen secretos para la opinión pública, pese a las reiteradas quejas de algún partido político. Lo que apuntaba antes pero incluyendo, además, el sueldo del cortesano.

Con ese tonillo sibilino disfrazado de alta cultura que los años le han ayudado a perfeccionar, Porcel apuntó en su columna de La Vanguardia que al candidato Maragall puede votarle la juventud, pero se apresuraba a disminuir la importancia de esta hipótesis con un frase que demuestra cómo las gasta la derecha senil: "Los jóvenes nuevos votantes que no se lo piensan demasiado" (sic). Aparte del menosprecio que estas líneas suponen contra la capacidad mental de los jóvenes catalanes, cumple pensar que lo más parecido a un joven que haya frecuentado Porcel sea Josep María Aznar. Porque resulta que la nueva generación piensa mucho más de lo que él cree, y además puede ocurrir que esté asqueada de ver a Pujol como nosotros lo estábamos de ver a Franco: hasta en la sopa.

Pese a la fidelidad de Porcel, no es en el mundo de la cultura donde Pujol goza de mayor predicamento -¡ingratos que somos los llamados intelectuales!-, sino entre los gerifaltes del comercio y la industria, que han acompañado sus viajes de promoción de Cataluña por los extranjeros mundos (casi siempre con Porcel como guía e ideólogo). En ocasiones, la oposición levantó la voz, poniendo en duda la utilidad de semejantes periplos y destacando los alucinantes dispendios que la caravana suponía. Como resultado de sus críticas, la oposición fue tachada de anticatalana. Que no sé si es lo mismo que antipujolista; pero, la verdad, averiguarlo ya no me quita el sueño.

Prescindiendo de etiquetas, los fastos del President se me antojan escandalosos. Cuando aquella misma oposición declara que en la Generalitat hay un supuesto déficit de dos billones, pienso que alguna pizca habrá de mi dinero, que quiere decir de mi esfuerzo, y del de muchos de esos lectores que se enardecen cuando Pujol decreta que conviene exhibir en los cinematógrafos películas extranjeras dobladas al catalán. Ese público, que no acudió a ver las que se exhibieron anteriormente -salvo las de Walt Disney, ya ves tú qué luces-, ha convertido esta cuestión en la polémica del fin de milenio. Naturalmente, es una bizantinada que no me afecta pues gracias a ese portentoso invento, que es el Dual, puedo oír casi todo el día TV-3 en lengua inglesa. Pero resulta que en cierta ocasión me puse en onda catalana para seguir el telediario de Carles Francino, y me encontré con que le habían censurado unas declaraciones de Flotats. Exactamente como suele ocurrir en las dictaduras más distinguidas.

Así, resulta que la muy noble lengua catalana -maltratada, humillada, proscrita- también sirve para uso y abuso de Torquemadas locales que maltratan, humillan y proscriben en nombre de la verdad única del President. Cuyo solapado control sobre los medios de comunicación merece una buena tanda de artículos. Porque Pujol no controla únicamente TV-3, la televisión de Catalunya, donde aparece con la misma, descarada, asiduidad que lo hacía Franco en el legendario No-Do; además, se infiltra en determinados sectores de la prensa y hasta de la radio, mediante el sutil procedimiento de conceder prebendas, favores y distinciones. Siempre con el dinero del contribuyente y sin abandonar nunca el demagógico mensaje de que todo se hace por la patria.

Hay muchas cosas de la Generalitat que no se cuentan o se cuentan a medias, ya sea por miedo a perder favores ya por terror a ganarse un anatema. Vivimos en los dominios de un silencio concertado. Pujolandia se convierte en una vasta congregación de mudos. No se extrañen si la próxima película doblada al catalán fuese Belinda. El problema es que, a este paso, acabaremos todos como Forrest Gump: bobos pero entrañables. Ciudadanos perfectos del mejor de los mundos. La Civitas Pujol en su forma más perfeccionada.

Entre las bizantinadas del doblaje, el halago sistemático a la tercera edad y algún congreso internacional sobre la aplicación de los principios de la música dodecafónica al repertorio sardanístico, Pujol mantendrá entretenidos a sus feligreses haciéndoles creer de una vez por todas que Cataluña es una nación destinada a encabezar el ilustre desfile de las naciones superiores. De lo cual me congratulo, y que sea por muchos años.

¿Bromeo? ¿Incurro en herejía? Ni los mensajes del pujolismo inspiran otra cosa que la maniera gioconda, ni la actitud de Jordi the Kid me autoriza a recurrir al respeto. ¿Cómo otorgárselo a quien está perdiendo el que debe a los demás; un personaje que tuvo el cinismo de declarar que no había iniciado su campaña electoral y, sin embargo, empezaba a agredir como si ya estuviese en el apogeo de la misma? Primero, desacreditó a su adversario con andanadas como "ofrece un discurso de diseño", afirmación fácilmente rebatible si se piensa que el discurso de Pujol, por no ser de diseño, es de trapillo. Huele a rancio y, lo que es peor, huele a sí mismo. Es una escudella a la que hace tiempo le pasó el tiempo de cocción. Aparte de que Pujol, al hacer tales declaraciones, se mostraba zafio y ofendía a los diseñadores, que le montaron un manifiesto. Y es que menudos son los diseñadores barceloneses cuando les tocan el metacrilato.

Segundo: Pujol continúa llevando a la exasperación su ya vieja táctica de identificar a Cataluña con su linda persona: todas las exposiciones sobre nuestra historia reciente promovidas por la Generalitat están montadas con un criterio de autobombo insultante, tendiendo a demostrar que Cataluña salió de la caverna y entró en el chalet adosado por obra y magia de Jordi Pujol. En cuanto a la publicidad que elogia los logros de la Cataluña presente y aun futura, tiene un inconfundible tufillo Viva la gente proponiendo un país tan limpio, sano y ordenado que resulta como de tarjeta postal. Un país donde la tercera edad viste de Armani y donde no aparece un pobre ni por casualidad. En cuanto a la inmigración, sólo ha empezado a aparecer esta misma semana, cuando el pura sangre Pujol ha descendido a suplicar el voto de los castellanoparlantes.

En medio de tanta demagogia, Pujol retorna siempre vencedor.

La nación catalana es Jordi Pujol. El idioma catalán es Jordi Pujol. La familia catalana se encarna en la de Jordi Pujol. Un triunfo del omnipotente Barça es un triunfo de Jordi Pujol. La televisión catalana, que dicen que es de todos, es de Jordi Pujol. Y menos mal que no le ha dado por ponerse moreno, porque todavía dirían que la Virgen de Montserrat se ha reencarnado en Jordi Pujol.

Insisto: la Virgen de Montserrat, y no la de Mérimée.

Terenci Moixes es escritor.

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